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Juan Morote

El precio de la disidencia

Todos los que pensábamos que la señorita Pajín era incapaz de aprender nada, andábamos equivocados, los métodos marxistas de represión de la disidencia los ha aprehendido e interiorizado como por ósmosis.

Estos chicos socialistas son muy dados a dejar que sus incontinentes sacudan al adversario. A estos también se les tolera que adquieran una cuota de protagonismo significativa, pero cuando el indio cabreao, llevado al estrellato por los programas de los voceros televisivos a sueldo, se tuerce por contrariar, o simplemente, por poner en tela de juicio el designio de Ferraz, llega el momento del defenestramiento inmisericorde.

Todos nuestros progres, de izquierdas y de los otros, han mamado e interiorizado las acciones de Castro, llegando ambos bandos a la conclusión de la bondad del método de la purga una vez visto el resultado. Así, si Fidel se deshizo de Camilo Cienfuegos o de Huber Matos, por qué no van los socialistas a deshacerse de todo aquel que pretenda ostentar un posicionamiento autónomo frente a la dirección del partido. Ahora le ha tocado el turno a Tomás "y no digo más" (Chaves dixit). Este chico, además de rojiprogre, es bastante corto. No tuvo bastante con aquel mitin en el que el vicepresidente tercero del Gobierno no fue capaz de recordar su apellido para darse cuenta de que el aparato socialista no iba a apostar por él.

Hoy, Tomás Gómez es un pelele buscando su espacio, un bufón sin señor que le ría las gracias. Puede que encuentre el apoyo de los demás de su condición, pero para ser Calabacillas es menester contar con el beneplácito de toda la estupidez borbónica del XVII. Como casi siempre que el partido socialista tiene un problema, suele recurrir al otrora portavoz del gobierno del GAL, o sea, Rubalcaba. De esta guisa, el responsable del chivatazo del Bar Faisán ha sentenciado la candidatura de Tomás Gómez, y a este respecto le ha espetado que su oposición a los designios del líder tendrá consecuencias. Sólo le ha faltado señalar que le ofrecían un trato que no podía rechazar; como Tom Hagen a Jack Waltz en el padrino, cuando Don Corleone pretendía que se contratase a Johnny Fontane.

Por otro lado, su gran valedora, la inefable Leire Pajín, recién llegada de Cuba –no sé si de verificar el alto al sexo de los jineteros o de paladear las hieles del marxismo–, también se le ha puesto de perfil. No obstante, algo le ha quedado de su visita a la desgraciada isla: ha balbuceado que no tolerará que se hable de pucherazo a favor de Trinidad Jiménez. Es decir, no importa que haya habido manipulación de los resultados, lo fundamental es que no se va a permitir que se hable de ello. De este modo, todos los que pensábamos que la señorita Pajín era incapaz de aprender nada, andábamos equivocados, los métodos marxistas de represión de la disidencia los ha aprehendido e interiorizado como por ósmosis. A partir de ahora Tomás Gómez va a saber cuál es el precio de la disidencia en un partido socialista.

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