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José García Domínguez

El pensionazo

Ante semejante democratización del narcisismo, no hay pirámide demográfica que pague a escote la pensión del prójimo, ni aquí, ni en la China.

La evidencia empírica, ese invitado siempre incómodo que rehúyen los escolásticos de todas las iglesias, lo acredita: en materia de jubilación únicamente existen dos sistemas insostenibles, el de reparto y el de capitalización. Realidades contrastadas que añaden un plus de inquietud ante ese súbito propósito reformador que acaba de revelar Zapatero. Aunque sólo fuera porque todavía no se ha ingeniado ningún otro. Así, nadie ignora que, de un tiempo a esta parte, el de reparto viene llamado a la quiebra cierta.

Y es que la primera cohorte generacional de la historia de Occidente que se negó a crecer, la tan glorificada de los Peter Pan que ansiaron vivir de los padres hasta que pudiesen vivir de los hijos, se olvidó de engendrarlos. Y ante semejante democratización del narcisismo, no hay pirámide demográfica que pague a escote la pensión del prójimo, ni aquí, ni en la China. En cuanto al otro, el de capitalización, ya oigo a esos jóvenes lectores que, algo inquietos con la deriva que va tomando el párrafo, me gritan: "¡Piñera, Piñera!". No me quedará más remedio, pues, que replicarles: ¡Barea, Barea! Porque, como bien saben los advertidos, el profesor Barea, ciudadano que algo parece entender de finanzas públicas, ha demostrado con números –no con saliva– que el célebre modelo chileno resultaría de imposible aplicación en España.

Y ello por la muy prosaica razón de que, al clausurarse el régimen público, éste se quedaría sin ningún ingreso pero mantendría las obligaciones en curso, amén de cargar con las futuras ya contraídas. Un pozo financiero sin fondo que el Estado se vería forzado a drenar durante décadas y décadas. Eso, en el mejor de los casos. En el peor, procedería descontar que el presidente solidario de turno no se resistiese a emular el afamado tocomocho de los Kirchner en Argentina. O sea, a clonar la variante porteña del timo de la estampita, hipotecando la vejez de los futuros pensionistas con basura de ingesta preceptiva. Léase, montañas de deuda pública incolocable en el mercado, colándose a la fuerza en las carteras de los fondos "privados" de pensiones. De Guatemala a guatepeor. Un gran momento escénico, en fin, para que los sindicatos y su pudorosa pareja de baile, la derecha política, sigan del bracete clamando contra la reforma de las pensiones.

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