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La legitimidad de un ministro

Se mire como se mire, ni por origen ni por ejercicio Rubalcaba es un ministro legítimo. Nunca debió ser nombrado ministro de Interior y hay motivos suficientes para exigir su dimisión.

¿Es Alfredo Pérez Rubalcaba un ministro legítimo? Tradicionalmente, la ciencia política ha afirmado que la legitimidad puede ser de dos tipos: de origen y de ejercicio. Rubalcaba no es depositario ni de una ni de otra.

Respecto al origen, Rubalcaba nunca debió ser nombrado ministro de Interior. Dejando de lado su carrera en el Ministerio de Educación, –donde ayudó a destrozar el sistema educativo español con su participación en la elaboración de la Ley de Reforma Universitaria y la LOGSE–, su pasado en temas relacionados con Interior le hace ilegítimo poseedor de esa cartera. Tras su labor de portavocía en la época del escándalo de la guerra sucia de los GAL, y ante el vacío de poder en el PSOE, se convirtió en el interlocutor más capaz con el Gobierno del PP en temas de Interior. Negoció por parte del PSOE el "Pacto por las Libertades y contra el terrorismo"; tanto él como Zapatero buscaron meter en el Pacto a un PNV que abogaba explícitamente por negociar con la banda –que era justo lo que los socialistas estaban ya haciendo, a espaldas de todos. A distancia, se ha demostrado poco de fiar para ese consenso.

Por otra parte, su papel entre el 11 y el 14 de marzo, azuzando a las masas contra el legítimo gobierno de la nación, las sombras sobre sus actividades y reuniones en aquellas desgraciadas fechas, fueron motivo suficiente como para que jamás entrase en el Ministerio. La oposición nunca debió aceptar como legítimo a un ministro tan éticamente discutido y rechazable por la mitad de los españoles.

Pero lo hizo, entró al Ministerio como maese fontanero y hubo pocas sorpresas, porque los vicios no desaparecen de un día para otro, y las virtudes no se presentan repentinamente. En cuanto a la legitimidad de ejercicio, Rubalcaba fue nombrado para coordinar la negociación del Gobierno con la banda etarra. Durante el cameo con ETA, algunos escándalos le afectaron directamente: el del caso Faisán, la colaboración con banda armada de miembros de su equipo obstaculizando una operación de la Audiencia Nacional; el de los informes de verificación de las FSE, manipulados antes de ser filtrados a la opinión pública; el de la entrada de ETA en las instituciones en 2007 pese a las advertencias e informes sobre los representantes en ANV elaborados por las fuerzas de seguridad. Los escándalos que en materia antiterroristas acompañan a Rubalcaba son de tal magnitud que en cualquier país de nuestro entorno hubiesen supuesto su destitución, una investigación y quizá un proceso penal.

Por otro lado, al margen de su peligroso juego con la lucha antiterrorista, se ha mostrado como uno de los peores ministros de Interior de la democracia. Primero, por el crecimiento de la delincuencia en España, que él ha tratado de ocultar y que se ve incapaz de frenar; segundo, por su utilización del Ministerio como instrumento político contra el Partido Popular en casos de corrupción; tercero, por su incapacidad para mantener un Ministerio en paz, como muestra la rebelión de la Guardia Civil (cómo estarán las cosas como para que los leales guardias se le subleven); cuarto, por el oscurantismo y la falta de transparencia de un Rubalcaba que, como denuncia el PP, no acude a las Comisiones de Interior y sólo comparece ante los medios para dar cuenta de la detención de la cúpula semanal de ETA. Sólo Chacón oculta más que Rubalcaba.

Se mire como se mire, ni por origen ni por ejercicio Rubalcaba es un ministro legítimo. Nunca debió ser nombrado ministro de Interior y hay motivos suficientes para exigir su dimisión. Y mejor antes de que dé una nueva vuelta de tuerca en relación con ETA o con esos informes tan sabrosos que maneja sobre la oposición.

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