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José Antonio Martínez-Abarca

La información es violencia

Cuando hoy se presenten unos señores tupidos a carajillos y con tubos de silicona para convencernos de lo que no deseamos ser convencidos, constataremos que la información, durante según qué jornadas, no es más que la parte aburrida de la extorsión.

En unos tiempos oscuros en los que la información sobra por todos lados y peca de exceso, obligar hoy, día de huelga general, a informarse más sobre ella sin haberlo solicitado o, mejor, habiendo solicitado la no información porque uno tiene cosas que hacer, ya es intolerable violencia. Los "piquetes informativos", aunque no los denominemos por su verdadero nombre y su auténtica función, aunque aceptemos que se dedican al eufemismo con el que se presentan, son por definición violentos, porque, como poco, obligan a escuchar lo que ya se sabe o bien, habiéndosenos ofrecido antes su mercancía caducada, no nos interesa para nada saber. Los piqueteros informativistas no se pueden presentar con la patita de cordero buenista y hablador bajo la puerta porque ese borrego equívoco, sin necesidad de revelarse como lobo, ya merecería estar en la cárcel.

La "información" a la que se refieren los piqueteros de la huelga general entra en el cuerpo como esos listines telefónicos con los que aquellos que hacen ofertas que no se pueden rechazar hacen un arrollado para que quepan por el gaznate. No los tenemos por qué aguantar, igual que, si no queremos, no nos paramos por la calle a escuchar la bonita interpretación sobre los Santos del Séptimo Día a cargo de los prosélitos mormones o la versión de la Biblia/cómic de los Testigos. Pero, ¿esto qué es? Si la prensa española lleva tres meses haciendo la huelga general por el procedimiento de hablar de ella todos los días que amanece, para que a nadie se le olvide, tener que aguantar una plasta sindicalera más y que encima se ufanen de estar protegidos por el sistema (y nosotros no) no es que sea ocioso: debiera ser delictivo, y la policía toda nos tendría que garantizar nuestro derecho inalienable a no tener por qué soportar una murga más sobre la huelga. Aunque sea pacífica. Sobre todo va de pacífica. Porque nunca lo es. Porque no puede serlo, por definición. Es contaminación acústica, y de ahí para arriba (hasta cubrir todo el espectro de conductas tipificadas en el Código Penal).

Da igual que se intitulen "piquetes informativos" como "piquetes convencitivos" como –parafraseando al productor de cine mafioso de Balas sobre Broadway de Woody Allen a la pregunta de cuál era su profesión– piquetes de "tú no metas las narices donde no te llaman y yo no te rompo las piernas". Todo el mundo en España, incluido el abuelo del paraje ignoto que preguntaba lo de "El Madrid, qué, otra vez campeón de Europa" –que en paz descanse (el abuelo, no de momento el Madrid)– sabe lo de la huelga. Y cuando hoy se presenten a la puerta de un lugar donde se trabaja unos señores tupidos a carajillos preparados para la charla con tubos de silicona y pegamento instantáneo, de ése que si le pones las manos encima a la novia te tiene que separar luego la diplomacia internacional, a convencernos de lo que no deseamos ser convencidos porque ya tenemos nuestra opinión formada (hoy, quien no tenga una opinión formada sobre la huelga debería ser rescatado del zulo donde alguna organización ya disuelta olvidó que lo tenía secuestrado), entonces constataremos que la información, durante según qué jornadas y en boca de según qué gente, no es más que la parte aburrida de la extorsión.

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