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La esperada ofensiva en Kandahar

Con tal telón de fondo y Pakistán sufriendo también por el sur el acoso del terrorismo yihadista, lúgubre horizonte le espera al teatro afgano.

Una semana después de las elecciones generales del 18 de septiembre en Afganistán se ha decidido poner en marcha, por fin, en la madrugada del día 25, la ofensiva militar definitiva contra el santuario de los talibán en Kandahar. La operación iniciada en la vecina provincia de Helmand a comienzos de la primavera debía venir seguida de una ofensiva en Kandahar para mostrar a los talibán una firme voluntad de derrotarles. Pero pronto los términos comenzaron a torcerse, y ello tanto por las dificultades políticas entre los aliados occidentales como por las existentes en las relaciones entre éstos y el Gobierno de Hamid Karzai.

Este último –aunque los resultados de las elecciones no serán oficiales hasta mediados de octubre– puede darse por ganador, pese a las denuncias de irregularidades, que ya superan las 3.000. En cualquier caso, sigue protestando ante los aliados por las bajas que se producen en las acciones militares, lo que obliga a que la operación ahora en marcha en Kandahar sea muy peculiar.

Por un lado, se evita combatir entre la población, con el problema de que se trata de una urbe de alrededor de un millón de habitantes. Es la ciudad natal del presidente Karzai, feudo de su hermano y, sobre todo, de los talibán. Por otro lado, la afganización obliga a que las fuerzas afganas tengan más visibilidad que las occidentales, aunque ello pueda ralentizar los resultados de la ofensiva o incluso desviarlos del objetivo. Parte de las tropas de refresco enviadas en los últimos meses por el presidente Obama acuden a este convulso escenario meridional con las limitaciones citadas, que se suman al número limitado y al plazo fijo. Algún mando sobre el terreno ya ha declarado que el objetivo de la operación es desalojar a los talibán de la urbe y de sus alrededores, hacerles huir o eliminarles.

Pero hay problemas de abastecimiento en la esperanzadora vía logística septentrional, la Northern Distribution Network (NDN). Por ella las fuerzas estadounidenses reciben el 30% de sus suministros, pero se ve afectada por los problemas que abruman a los países centroasiáticos, y las limitaciones políticas y militares en el teatro afgano. Va a ser difícil llegar a la Cumbre de la OTAN de noviembre con resultados esperanzadores para dibujar la estrategia de futuro. Por Uzbekistan pasa el 80% del combustible que utilizan las fuerzas de los EEUU en Afganistán, pero la tensión entre dicho país y su vecino Tayikistán, por la construcción por parte de éste de una presa que podría detraer agua dulce del primero, es un problema bilateral que tiene consecuencias globales. Ralentiza las comunicaciones terrestres en la zona.

Tayikistán, por otro lado, ha sido escenario del primer ataque suicida en su suelo, el 3 de septiembre, de una fuga masiva de presos yihadistas y de ataques sangrientos de estos contra el ejército del país. Con tal telón de fondo y Pakistán sufriendo también por el sur el acoso del terrorismo yihadista, lúgubre horizonte le espera al teatro afgano. Mientras tanto la violencia de los talibán sigue penetrando en las provincias septentrionales, incluyendo la zona de despliegue español.

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