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EDITORIAL

Rajoy ante el descrédito de la clase política

De aquí en adelante el mejor valor en el que puede invertir Rajoy es en volver a ilusionar a los españoles con un programa sólido de reformas para así recuperar el crédito, ese mismo crédito que los políticos españoles pierden a cada día que pasa.

Con una tasa de paro que supera cómodamente el 20% de la población activa es de toda lógica que la principal preocupación de los españoles, tal y como se extrae del último barómetro del CIS, sea el desempleo. La tragedia del quedarse sin trabajo y encontrarse con crecientes problemas para dar con uno nuevo afecta a buena parte de la sociedad, ya sea directa o indirectamente. Esto, en principio, teniendo en cuenta como están las cosas, no es o no debería ser noticia.

Lo que si debería serlo es el suspenso general que los españoles otorgan a la clase política, que se ha colocado en segundo puesto en lo que a preocupaciones ciudadanas se refiere. Y no es para menos. La casta que gobierna el país en sus diferentes escalafones administrativos –el comunitario, el central, el autonómico, el comarca y el municipal– se ha demostrado completamente incapaz de poner coto a la crisis que está devastando nuestra economía; y no contenta con nadar en el descrédito, nos convence a diario de su inepcia y su más absoluta desconexión con la realidad. Así, por ejemplo, nos encontramos que, ante un panorama económico desolador, los políticos siguen gastando a manos llenas, entregados a un desenfreno irracional que se traduce en multimillonarios planes de estímulo o no menos onerosos rescates a sectores quebrados como el de las cajas o el de la construcción.

Toda esta fiesta "política" se está financiando con los menguantes fondos que se obtienen de los contribuyentes, víctimas últimas de una crisis provocada, en primera instancia, por la ceguera de la banca central y alimentada por el peor y más irresponsable de los desgobiernos. Esta dolencia, común a todos los países de Occidente, reviste características especialmente dolorosas en España, severamente castigada por la recesión, con los sectores productivos en estado de hibernación y el desempleo creciendo vertiginosamente.

Tenemos acaso el Gobierno que de un modo más frívolo encaró la crisis desde sus primeros compases negando su existencia y arremetiendo contra los que avisaban de la que se nos venía encima. Luego, cuando el cuadro se había ensombrecido tanto que negar la evidencia era imposible, articuló la peor política económica posible. Un programa simplón de gasto público a costa de endeudarse indefinidamente en los mercados internacionales y de endurecer más y más la fiscalidad. El resultado lo tenemos a la vista tanto en el plano económico como en el político. En el primero la amenaza de ruina es inminente. En el segundo los 14 puntos de ventaja de el PP saca al PSOE son la muestra más clara de que Zapatero ha perdido la confianza y su electorado está dispuesto a castigarle.

Pero es su electorado, el socialista, el que finalmente entregaría el poder a Rajoy, no los méritos de éste erigiéndose como recambio, aportando ideas y proponiendo una política económica diferente a la que nos ha llevado al agujero. El hecho indiscutible es que el líder del PP no ha conseguido movilizar prácticamente ni un voto más de los que ya obtuvo en 2008 y toda su ventaja se debe más bien al hundimiento del PSOE. Esto debería de ser motivo de preocupación porque, si con la que está cayendo, Rajoy no consigue convencer, difícilmente lo hará cuando empiece a escampar. Queda un año y medio para que arranque la campaña electoral de 2012 y pueden pasar muchas cosas. La situación económica probablemente no mejore en todo este tiempo, las expectativas de voto del PSOE tal vez sí. De aquí en adelante el mejor valor en el que puede invertir Rajoy es en volver a ilusionar a los españoles con un programa sólido de reformas económicas e institucionales para así recuperar la confianza y el crédito, ese mismo crédito que los políticos españoles pierden a cada día que pasa.

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