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Manuel Llamas

La gran hipocresía del doping

El deporte tampoco escapa al largo brazo de la intervención estatal. La cuestión aquí no es tanto posicionarse a favor o en contra de doping sino evidenciar que las leyes marco, aplicadas a nivel general, suelen generar más problemas que beneficios.

Los argumentos que emplean los organismos oficiales en contra del doping en el deporte son muy similares a las falacias que proclaman los gobiernos para prohibir el consumo y la venta de drogas entre la población. El reciente caso del ciclista español Alberto Contador, acusado de doparse en el Tour 2010 en el que logró la victoria, ha vuelto a levantar una densa polvareda en torno al uso de estupefacientes ilícitos en el mundo del deporte profesional. Desconozco por completo si Contador es culpable o no, y de hecho ni siquiera importa, ya que lo relevante de este caso es la gran hipocresía que existe en torno al dopaje deportivo.

El denominado doping es una práctica habitual y muy extendida en el deporte profesional, sobre todo, en aquellas disciplinas que exigen un elevado esfuerzo físico, como es el caso del ciclismo, el boxeo o el atletismo, entre muchas otras. Lo curioso del tema es que las leyes antidopaje son de creación muy reciente, ya que apenas empezaron a aplicarse en la década de los 60, con lo que su vigencia apenas constituye una mera fracción en la historia de la humanidad.

Y es que la historia del dopaje es tan antigua como la del propio hombre. Ya en la antigua Grecia, la cuna del olimpismo, los atletas ingerían drogas tonificantes para potenciar su rendimiento físico, al igual que aconteció durante el Imperio Romano. En el siglo XIX, el tradicional uso de brebajes y hierbas fue sustituido por el de sustancias farmacológicas con la llegada de la medicina moderna, cuya base se sustenta en la elaboración de drogas de laboratorio o de síntesis.

De hecho, el dopaje propiamente dicho, en cuanto a su empleo generalizado, fue impulsado por los propios gobiernos que hoy lo condenan en público. Durante las campañas bélicas, las autoridades militares obligaban a sus soldados a ingerir todo tipo de sustancias estimulantes a fin de borrar todo atisbo de raciocinio, dudas o pánico, propio de tales situaciones. Así, por ejemplo, los mandos prescribieron a sus tropas el uso masivo de anfetaminas durante la Segunda Guerra Mundial, mientras que el consumo de heroína o marihuana fue una práctica habitual y consentida entre las tropas estadounidenses durante la Guerra de Vietnam. El caso es que, a diferencia de los deportistas, en donde el dopaje depende en última instancia de una decisión personal y voluntaria, numerosos gobiernos han recomendado e, incluso, impuesto a sus soldados el uso de sustancias nocivas.

Pero volviendo al deporte, fue a partir de 1961 cuando el dopaje comienza a ser perseguido. El Comité Olímpico Internacional (COI) creó entonces la primera comisión médica dedicada a estudiar y regular este campo. Sin embargo, los primeros controles antidopaje se realizan fuera del contexto de los Juegos: Italia inició esta práctica en 1962 en el ciclismo, pese a no existir aún una ley que la reglamentara; mientras, las primeras leyes antidoping nacen en Bélgica en 1965, y los primeros controles oficiales detectan casi un 26% de positivos.

Desde entonces, la legislación antidopaje no ha hecho otra cosa que crecer y crecer a nivel mundial, al calor de las directrices marcadas desde los respectivos gobiernos y máximas instancias deportivas -con directas vinculaciones políticas-. Así pues, hasta los años 60 el dopaje fue algo bastante común y tolerado en el deporte profesional. El primer caso documentado de dopaje deportivo en el mundo moderno data de 1865, y se produjo entre nadadores que atravesaban el canal de Ámsterdam; ya en el siglo XX, los boxeadores solían tomar píldoras de estricnina combinadas con bebidas alcohólicas como el brandy e, incluso, cocaína; la administración de oxígeno, cafeína, tónicos cardíacos para ralentizar el ritmo del corazón, anfetaminas, esteroides anabolizantes, autotransfusiones o vasodilatadores son tan sólo algunas de las sustancias que consumían los deportistas de elite.

Todas ellas, evidentemente, con efectos secundarios nocivos para la salud en función de las dosis administradas y la frecuencia de uso. La cuestión es que, pese a las prohibiciones de la legislación antidopaje, es vox populi el empleo de estimulantes en numerosos deportes. La medicina deportiva ha avanzado mucho y el diseño de nuevas drogas para potenciar el rendimiento físico está a la orden del día sólo que, en la actualidad, la dosis si cabe es doble, ya que junto al estimulante suele añadirse la administración de sustancias con el fin de borrar toda pista de dopaje.

En este sentido, los habituales casos de doping evidencian la ineficacia de este tipo de legislación en el ámbito del deporte. La intromisión del Gobierno en este campo provoca más daños de los que pretendía evitar. Por desgracia, el deporte tampoco escapa al largo brazo de la intervención estatal. La cuestión aquí no es tanto posicionarse a favor o en contra de doping sino, más bien, evidenciar que las leyes marco, aplicadas a nivel general, suelen generar más problemas que beneficios. Si el deporte profesional fuera un ámbito estrictamente privado, cosa que no lo es, cada práctica podría regular de un modo distinto el uso de este tipo de sustancias en su particular parcela.

Así, por ejemplo, resulta muy difícil de creer que un ciclista sea capaz de subir a buen ritmo el Tourmalet tras varias etapas de carrera con un simple plato de espaguetis y un poco de pan. Asimismo, si bien todos los focos del doping se centran en el deporte nadie levanta la voz respecto al uso de drogas en otras disciplinas artísticas, como es el caso de la música o la literatura. Afamados músicos y escritores, con premios de renombre en su haber, han admitido abiertamente consumir drogas para inspirarse, y no por ello han sido condenados. ¿Se imaginan una ley antidoping para el mundo de las artes? Más de uno del grupo de la zeja iría, sin duda, a prisión. El doping deportivo es un mundo lleno de hipocresía.

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