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EDITORIAL

Pleno al quince por dos escaños

Este inexplicable hecho nos lleva a pedir nuevamente una reforma en el sistema electoral que imposibilite que pequeñas minorías regionales se conviertan en árbitros para la gobernabilidad de toda la nación.

José Luis Rodríguez Zapatero sigue con su huida hacia delante para escapar de lo que parece ya su inevitable sino: salir de la Moncloa por la puerta de trasera después de haber dejado el país hecho un solar. A la desesperada por ganar apoyos que le permitan retener cómodamente el poder hasta el último día de la legislatura ha cerrado dos pactos in extremis con dos formaciones regionales. La primera con el PNV por un puñado de votos, la segunda con Coalición Canaria por dos simples escaños que, sin embargo, son vitales para su tranquilidad parlamentaria, que es, en última instancia, de lo que trata todo esto.

A los nacionalistas canarios les ha hecho un apaño a la medida, lesivo para los intereses generales de España pero muy beneficioso para ambas castas políticas. Paulino Rivero se vuelve a las islas con todas sus demandas satisfechas, incluidas aquellas que el propio PSOE tiene paralizadas en Canarias como es el caso del nuevo estatuto regional. A diferencia del vasco, que descartó un pacto de legislatura insinuando que el PNV seguirá exigiendo prebendas, Rivero ha incidido en la estabilidad institucional que, según él, es imprescindible para superar la crisis económica.

El hecho es que acuerdos como el que Gobierno ha tomado en la última semana más que ayudar a superar la crisis la harán más duradera y penosa. No existe, como dijo Milton Friedman, nada parecido a un almuerzo gratis. Lo que los políticos canarios, vascos o catalanes se lleven de la caja lo harán a costa de otras regiones porque en política, a diferencia de lo que sucede en una economía libre, la riqueza sí es un bien dado. El manguerazo millonario de inversiones que Zapatero ha prometido para el archipiélago canario, algunas realmente curiosas como los 20 millones destinados a desarrollar el ferrocarril en islas como Gran Canaria y Tenerife, que nunca antes habían tenido este medio de transporte por su pequeño tamaño, tendrá que descontarse del haber de otras regiones donde sí que hay proyectos urgentes y necesarios esperando desde hace años.

Al margen de los multimillonarios regalos que Zapatero hace alegremente con el dinero de todos los contribuyentes, y que vienen a ser la dote matrimonial que acompaña al acuerdo, lo más difícilmente reparable de estos arreglos es el alto nivel de desvertebración nacional que conlleva la demagogia zapateresca. Así, si en el pacto con el PNV hubimos de asistir al rebautismo de Álava, Vizcaya y Guipúzcoa por topónimos inventados por Sabino Arana, en el que ha suscrito con Coalición Canaria contemplamos cómo las aguas interinsulares pasan a ser conocidas, al menos a título interior, como "aguas canarias". Se desconocen aún las derivaciones legales de esa nueva denominación y si en algo se diferencias de las del resto de España.

Tras esta patética maniobra para amarrarse a la poltrona, lo que trasciende es bastante menos importante que lo que no lo hace. El estatuto canario, por ejemplo, podrá reanudar su marcha con nuevas exigencias y peticiones expresas de trato favorable a costa de otras regiones del país. Eso quedará para el próximo año y se habrá conseguido con sólo dos escaños de los 350 con los que cuenta la Cámara Baja.

Este inexplicable hecho nos lleva a pedir nuevamente una reforma en el sistema electoral que imposibilite que pequeñas minorías regionales se conviertan en árbitros para la gobernabilidad de toda la nación. Y si eso no es posible, al menos que se alcance un acuerdo de Estado entre los dos grandes partidos para frenar esta absurda sangría de legitimidad y competencias que está acabando con la administración central, la única en la que todos los españoles podemos mirarnos de igual a igual.

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