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Washington tras las elecciones

Los americanos siguen divididos muy aproximadamente por la mitad y los republicanos tendrán que hacerlo muy bien y no dormirse sobre los laureles ni dejarse arrastrar por la corriente para consolidar su ventaja.

"Paliza" ha sido la palabra usada por Obama para reconocer la derrota de su partido. Un acto de humildad que asume el inusual volumen de escaños ganados por los republicanos en la Cámara de Representantes, el impacto psicológico y el cambio en las relaciones de poder. Por encima de todo, se acabó el rodillo demócrata. "Yo gané –le dijo a los pocos días de su toma de posesión a un líder republicano– y eso tiene consecuencias". La inmediata fue que todas sus aún palpitantes promesas de superar las divisiones, buscar el bipartidismo y reformar el sistema de sucios chanchullos políticos con los que la capital es identificada en el resto de la nación se esfumaron inmediatamente como por ensalmo. No necesitaba a la oposición para imponer su ideológico programa legislativo, y el tradicional pactismo de la política americana fue sustituido por la condena de la oposición al ostracismo.

Ahora le toca probar parecida medicina. Obama aprovechó la crisis para llevar a cabo sus grandes proyectos de ingeniería social con los que quiere pasar a la historia, encarnados principalmente en la estatalización de la sanidad, símbolo y compendio de una gran zancada en la expansión del estado. Con la misma lógica ahora les toca a los conservadores el turno de volver a poner las cosas en su sitio, frenando y haciendo retroceder una evolución que consideran perniciosa.

Obama podía haber utilizado palabras más formales y menos rotundas, pero habría hecho el ridículo si se hubiera refugiado en las mil atenuantes que los perdedores se las ingenian para encontrar en los resultados adversos. Atenuantes y consuelos sin embargo los tiene y no son de poca monta. Para empezar, no ha perdido el Senado. Ya no le queda fuerza parlamentaria para seguir transformando el país a golpe de leyes. Más cientos de miles de millones en supuestos estímulos económicos y una ley general sobre energía se le han quedado en el tintero. Pero con el Senado conserva el control de los resortes suficientes para paralizar las iniciativas contrarias sin tener que recurrir sistemáticamente al veto. Una buena línea de defensa. Cara al futuro y para evaluar con precisión su derrota, lo más importante es la poco comentada aritmética de ésta. Los republicanos han ganado en la Cámara con una ventaja en votos del 7%. Unas décimas más de los que le dieron la victoria a Obama hace dos años. Entonces, como ahora, pareció una debacle. Sí en términos políticos, pero los números son los números y siete sobre cien no es tan terrible. Si se tiene en cuenta los bandazos de los 16 últimos años, desde la anterior gran victoria congresional republicana de 1994, en el segundo año de Clinton, que sería reelegido otros dos más tarde, 7% está al alcance de una recuperación para las presidenciales del 2012. Casa Blanca y Congreso no darán un paso sin analizar las repercusiones en la próxima y más importante cita con las urnas.

No cabe duda de que el voto ha sido contra Obama y sus leyes preferidas. Es matemáticamente demostrable, pero no lo es menos que los márgenes de victoria o derrota han sido cómodos para los que ganaron, pero no abrumadores. Tres elementos configuraron el resultado. Una parte de los votantes de Obama, decepcionados, se han quedado en casa, a pesar de los intensos esfuerzos para movilizarlos. Los conservadores que hicieron lo propio en el 2008 tras el desgaste de Bush, ahora han acudido en masa hartos de estatismo y propulsados por el entusiasmo de los tea partiers. Y finalmente, pero lo más importante, un 20% aproximadamente de los independientes transfirieron su voto de Obama a los republicanos. Estos son los decisivos, los que crean vencedores y vencidos. Si formaran un partido sería el mayor. Los hay de todas las tendencias ideológicas, pero suelen considerarse "moderados" y predominan los que se ven a sí mismos como más o menos equidistantes de republicanos y demócratas. Pero por encima de todo son pragmáticos y no se casan con nadie. Votan a derecha o izquierda, aunque no por tradición o fidelidades organizativas. Pero, después de todo, ese decisivo cambio del 20% de una porción del electorado que este año se situaba en torno al 40% del total, tampoco es tan impresionante.

"El pueblo ha dicho", "los electores han dado un mandato", "el país exige o repudia" son expresiones verdaderas en la retórica política, pero en cuanto a voluntad popular la verdad está en los porcentajes. Los americanos siguen divididos muy aproximadamente por la mitad y los republicanos tendrán que hacerlo muy bien y no dormirse sobre los laureles ni dejarse arrastrar por la corriente para consolidar su ventaja. La oportunidad, de momento, la tienen servida, con la involuntaria colaboración de Obama.

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