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Clifford D. May

Un camino alternativo a la solución de dos Estados

¿Qué hará Obama cuando el conflicto se extienda y se intensifique? Si el presidente no tiene una buena respuesta, entonces no debería esperar mucho para poner muy en claro que él no quiere ver a Abbas saltándose las negociaciones.

La semana pasada, y no por primera vez, el presidente de la Autoridad Palestina Mahmud Abbas dijo que estaba considerando declarar un Estado palestino y pedirle a las Naciones Unidas que lo reconozca. En el pasado, era evidente que Estados Unidos, con un asiento permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU, vetaría cualquier propuesta que no fuera el resultado de un acuerdo negociado entre palestinos e israelíes. Pero ahora se especula con que el presidente Barack Obama pueda romper con ese precedente.

Él podría hacerlo ya que cree en una "solución de dos Estados" y querría lograr ese objetivo mientras esté en la Casa Blanca y cuanto antes, mejor. Esto no difiere mucho del planteamiento de Obama respecto a la reforma sanitaria. Él estaba dispuesto a usar los medios que fueran necesarios para que se aprobara la ley. El resultado no salió como él anticipaba y las elecciones legislativas del pasado martes son testimonio de ello. Si Obama apoyara el nacimiento de un Estado palestino por la "opción unilateral", eso también traería inesperadas consecuencias.

A diferencia de muchos americanos y europeos, Abbas sabe que cualquier trato al que pudiera llegar con los israelíes sería inaceptable para la mayoría de miembros de la Liga Árabe y de la Organización de la Conferencia Islámica; no exactamente el tipo de gente que se conforma con lo que le toca. Para ellos, la paz podrá ser preferible a la derrota pero no es el sustituto de la victoria. Muchos definen la victoria como la destrucción de Israel.

Desde esa perspectiva, para Abbas tiene sentido sacar a Israel del proceso de paz. Si no hay Israel, no hay concesiones. Si no hay concesiones, no habrá ninguna reacción violenta de los amigos y vecinos de Abbas. Pero un político tan ducho como Abbas tiene que saber los riesgos que eso conlleva. En el gran juego de póker del Levante, los líderes palestinos ganan jugando la carta "sin Estado". ¿No es que todos los pueblos tienen derecho a la autodeterminación? ¿Y no son los palestinos un pueblo? (pasemos por alto que los gobernantes de la mayoría de países árabes y de mayoría musulmana contesten negativamente a eso cuando se trata del pueblo judío).

Una vez que se establezca un Estado palestino, la carta palestina "sin Estado" desaparece de la baraja: el conflicto se transforma de una lucha por la independencia palestina en un conflicto fronterizo. Entonces Abbas tendría que decidir si busca satisfacer exigencias territoriales usando la violencia o pedirles a los israelíes que abran nuevas conversaciones. La primera alternativa destruiría la seguridad y la prosperidad alcanzadas en Cisjordania durante estos últimos años; la segunda alternativa lo dejaría en una posición de negociación aún más débil de la que tiene ahora.

Pero el escollo más importante puede ser éste: desde 2007, Abbas y su movimiento Fatah han estado librando una guerra civil de baja intensidad contra la organización islamista Hamás. Hamás ha encarcelado, torturado y matado a una gran cantidad de miembros de Fatah en Gaza, que está bajo su control. Y Fatah ha tratado a los miembros de Hamás casi tan rudamente en Cisjordania donde gobierna.

¿Hay alguien que seriamente crea que establecer un Estado palestino en este momento no intensificará el conflicto? ¿Y hay alguien que seriamente crea que Abbas y Fatah saldrían vencedores sin una considerable ayuda de Israel? Lo cual plantea la pregunta: ¿proporcionarán los israelíes ese apoyo de seguridad –como lo hacen ahora, aunque calladamente– si Abbas va en contra sus deseos y usa la vía de la ONU?

Por una parte, los israelíes no pueden querer tener "Hamastanés" en dos de sus fronteras. Por otra parte, los israelíes podrían tomar la decisión estratégica de sentarse cómodamente y dejar que Hamás gane sabiendo que la "comunidad internacional", en gran medida tan anti-israelí, se sentirá incómoda respaldando a una organización terrorista que abierta e inequívocamente busca exterminar a Israel y que está dirigida por los líderes yihadistas de Irán.

Con Hamás al mando, Cisjordania pronto se asemejaría a Gaza; a la de la "comunidad que vive de las donaciones" y su gente estaría sujeta a una interpretación cada vez más fundamentalista de la ley islámica. Finalmente, Hamás se sentiría obligada a "oponerse" a la existencia de Israel usando ataques de misiles o el terrorismo. Y a Israel no le quedaría más remedio que responder con la fuerza.

¿Qué pasaría entonces? ¿Vendrán Siria e Irán en ayuda de Hamás? ¿Lanzará Hizbolá los miles de misiles que consiguió desplegar mientras que las fuerzas de "pacificación" de la ONU hacían la vista gorda? ¿Qué papel buscará jugar Turquía, miembro de la OTAN que ahora se ve como un líder del "mundo musulmán"?

¿Y qué hará Obama cuando el conflicto se extienda y se intensifique? Si el presidente no tiene una buena respuesta para esta y otras preguntas relacionadas, entonces no debería esperar mucho para poner muy en claro que él no quiere ver a Abbas saltándose las negociaciones y enfilando cuesta abajo hacia un campo de minas.

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