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George Will

Un paso atrás para el progresismo

¿Está el poder político sustituyendo y asfixiando la creatividad del orden espontáneo de una sociedad de mercado? El martes, una mayoría racional y alarmada de estadounidenses dijo que "sí".

Reacios a dejar para mañana los errores que puedas cometer hoy, los demócratas ya están empleando 2010 para empezar a perder en 2012. Tratando de restar preventivamente a las elecciones su peligroso (para los demócratas) significado, todos los demócratas que concurrían en los comicios describían al electorado como víctima de un infarto cerebral, una apoplejía de terror, indignación, paranoia, codicia... de algo. Cualquier explicación bastaba mientras tildara lo que los votantes estaban a punto de decir quizá de despreciable y ciertamente de demasiado trivial para ser tomado en serio por los que sí son serios.

Es sorprendente la ingenuidad con la que los demócratas se dedican a elaborar explicaciones del comportamiento de los electores donde se eliminan las preocupaciones los votantes y –este año más que nunca– las ideas. Estas elecciones fueron una reacción a nivel nacional a la idea de Estado ilimitado de Barack Obama.

Cuanto más despreciaba nuestro presidente a los republicanos como el partido del "No", mejor les iba a los republicanos. Sus críticas permitieron a la gente apoyar a los republicanos simplemente por haberse convertido en obstáculos a su presidencia.

Obama ya se había convertido en un llorica de primera antes incluso de que Rahm Emanuel, un adulador de primera, afirmara que el primero había abordado magistralmente "los momentos más difíciles a los que se ha enfrentado nunca ningún presidente"; todo un logro, considerando que antes de que fuera investido el primer presidente de Illinois, siete de los 34 estados de aquel entonces se habían secesionado. El actual presidente de Illinois, político en campaña crónica y crítico incontinente que no se siente inhibido por las consideraciones de la dignidad presidencial, ha achacado sus dificultades a: George W. Bush, Rush Limbaugh, la Fox News, el Tribunal Supremo, un congresista de Cincinnati (John Boehner), Karl Rove, el colectivo Americans for Prosperity, "misteriosos grupos independientes", la Cámara de Comercio de los Estados Unidos y, finalmente, el pueblo estadounidense. Ellos le tienen profundamente decepcionado por ser impermeables a "los hechos y la ciencia y la razón".

En realidad, como esencia destilada del progresismo, debería sentirse ratificado a través del rechazo sufrido el martes. La idea del progresismo es que la gente tiene que progresar desde su atraso. No puede hacerlo a menos que sea arrastrada hacia la luz por un Gobierno compuesto de ilustrados, expertos fríamente consagrados a los hechos y la ciencia.

La agenda progresista se ve legitimada realmente por la incomprensión y la indignación que suscita: si la gente no se ofende y se resiste a lo que se hace en su nombre, es que lo que se está haciendo no es bastante ambicioso. Si resulta comprensible para sus beneficiarios más directos, es que es obra de pensadores insuficientemente avanzados.

Por supuesto el vulgo no comprende que el único defecto del estímulo fue su frugalidad, y que la miríada de medidas de coacción del Obamacare son comparables a la benevolente disciplina de un padre. Si el vulgo comprendiera lo que entienden los progresistas, ¿representarían los progresistas una vanguardia real del progreso?

Por supuesto la agenda progresista tiene que ser infinitamente elástica a los límites impuestos por los arquitectos de la Constitución. Avanzar con respecto a ella –con respecto a los Padres Fundadores y sus anacrónicos principios– es la definición del progreso.

Hace poco, Jonathan Alter, de Newsweek, decidía, igual que ha decidido el presidente, que lo que les hace falta a los izquierdistas no son mejores ideas, sino un mejor marketing de las ideas que tienen: "Es un indicador de lo mal que se venden los izquierdistas y sus ideas que la palabra 'progresista' siga siendo una falta de respeto a pesar de la elección del presidente más genuinamente progresista que la cultura política de este país tolere".

¿"A pesar de"? En el año 2008, los demócratas se presentaron como lo opuesto a George Bush. En 2010, los demócratas se presentaron como demócratas y, por tanto, como progresistas, o al menos como fieles a líderes progresistas. De ahí las dificultades de los demócratas.

En respuesta a Alter, el economista de la George Mason University Don Boudreaux escribía: "Estas ideas tratan casi exclusivamente de la forma en que los demás deben llevar sus vidas. Son ideas acerca de la forma en que un grupo de personas (los políticamente exitosos) deben trazar los contactos, las relaciones sociales, las dietas, las costumbres y hasta las opiniones morales de todos los demás". Las ideas del progresismo tratan de "reemplazar una multitud inimaginablemente grande de ideas diversas y rivales... por un conjunto relativamente insignificante de 'Grandes Ideas' que son elegidas políticamente, impuestas centralmente, e implantadas por el Gobierno, no por el toma y daca natural y el compromiso de la interacción cotidiana entre millones de personas".

Esto era un grave motivo de preocupación que transpiraba por debajo de las elecciones: ¿está el poder político sustituyendo y asfixiando la creatividad del orden espontáneo de una sociedad de mercado? El martes, una mayoría racional y alarmada de estadounidenses dijo que "sí".

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