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Emilio J. González

La casta política, el gran problema económico

Es el defecto de nuestra democracia enferma, que elimina a los mejores a causa de un sistema electoral perverso.

No es muy normal ver a los empresarios meterse en política porque lo suyo es ganar dinero y no suele convenir a los negocios el meterse con el poder. Es más, hay empresas que buscan acercarse a los aledaños del mismo y medrar en él en beneficio propio. Además, en un país como el nuestro, enfrentarse a quien tiene en sus manos un arma tan poderosa como el BOE, y que no suele tener muchos escrúpulos a la hora de utilizarlo, puede ser bastante arriesgado. Por ello sorprende que las grandes empresas españolas hayan pedido al Rey un cambio de sistema electoral, cuando lo suyo no es eso, sino hacer negocios. ¿Qué les ha llevado a realizar semejante demanda, sabiendo que con ello no sólo se enfrentan al Gobierno, sino también a la oposición? Pues, evidentemente, que la crisis política e institucional que asola nuestro país impide que se solucione la grave crisis económica y social que está arrasando todo cuanto se le pone por delante y que podría desembocar en un desastre de dimensiones inimaginables, con la suspensión de pagos de España y, quién sabe, una posible ruptura de la unión monetaria europea, o con una salida de nuestro país del euro, con todos los desastres que ello implica. Vamos, que sería como un descenso a los infiernos. Pero analicemos con detenimiento lo que piden las grandes empresas y por qué.

Lo primero que demandan es un cambio de sistema electoral, y creo que tienen toda la razón. El modelo actual, basado en la ley d’Hont, impide con frecuencia la formación de mayorías parlamentarias estables, lo que deja al partido ganador de las elecciones en manos de las minorías nacionalistas, las cuales, lejos de pensar en el interés de España, en cuanto tienen la menor ocasión aprovechan para saquearla en un ejercicio de egoísmo sin límites y de deslealtad institucional sin precedentes. Lo cual, dicho sea de paso, se debe también al odio profundo que se profesan socialistas y populares y que les incapacita para ponerse de acuerdo en nada aunque con ello contribuyan a destruir lo poco que ya queda de este país.

A España le sale muy caro que los nacionalistas respalden a un Gobierno, sea del partido que sea, porque la factura que pasan por sus votos es cada vez más onerosa y siempre termina en lo mismo: en que el conjunto de los españoles acaben vampirizados por los intereses nacionalistas y por quien detenta el poder. Lo cual, si ya es de por sí grave, lo es mucho más cuando se tiene una casta política como la actual cuyo único interés es el ejercicio del poder por el poder en sí mismo, sin el menor principio, sentido de Estado ni nada que se le parezca. Pero es que, además, las medidas económicas que tiene que tomar este país necesitan mayorías fuertes y estables que las respalden, incluso en contra de unos agentes sociales que, como critican los propios empresarios, ya no representan a nadie, que no son más que parte del modelo socialista corporativista en parte heredado del franquismo y en parte impuesto por la izquierda en las negociaciones constitucionales que hoy hace aguas por todas partes. Lo que se tiene que hacer, que es mucho y muy importante, se tiene que hacer, sin que los nacionalistas o los agentes sociales tengan la menor capacidad de impedirlo porque ellos son parte del problema, no de la solución. Por ello hay que cambiar el modelo electoral.

El modelo electoral también es clave para contar con mejores y más preparados políticos. Personalmente, tengo serias dudas de que, con un sistema de listas abiertas como el británico, con unos diputados que se deban realmente a sus votantes, a su circunscripción electoral, en lugar de tener que obedecer a quien hace las listas, hoy Zapatero pudiera seguir en el poder. Es más, creo que hace tiempo, viendo su actitud ante la crisis, los propios socialistas ya lo hubieran desalojado de La Moncloa, como hicieron en su momento los conservadores británicos con Margaret Thatcher, o los laboristas con Tony Blair, cuando consideraron que ya no daban más de sí y que podían poner en peligro su reelección. Y lo mismo, probablemente, cabe decir del principal partido de la oposición, que tiene un líder elegido en un congreso a la búlgara y cuyo aparato no permite que surjan en el seno del PP alternativas al mismo que puedan poner en peligro sus privilegios y su poder. Ese es el quid de la cuestión, que explica por qué, con la que está cayendo, no hay elecciones anticipadas ni personas con credibilidad capaces de liderar la salida de la crisis con ese discurso de sangre, sudor y lágrimas que es necesario teniendo en cuenta tal y como están las cosas en nuestra economía. Es el defecto de nuestra democracia enferma, que elimina a los mejores a causa de un sistema electoral perverso; el precio que estamos pagando por ello es el de un paro que se acerca a los cinco millones de personas y el de una crisis que se adivina larga en el tiempo, sin esperanzas de que las cosas vayan a cambiar a medio plazo.

Nada de cuanto está ocurriendo con la situación política e institucional es neutral para las empresas y, por tanto, para la sociedad, porque son las empresas las que crean empleo y bienestar para todos, las que generan la riqueza necesaria que aporta los impuestos para que podamos tener pensiones, educación, sanidad, transporte público, etc. Es el empresario, en definitiva, quien saca adelante a este país, no el político, pero hay que ayudarle a hacer su trabajo y lo que no puede suceder es lo que está sucediendo en estos momentos: que la empresa española no encuentra financiación en el exterior porque los mercados no confían en nuestro país, con independencia de que nuestras grandes compañías sean multinacionales, entidades globales cuya solvencia económica no depende de la del Reino de España, sino del conjunto de sus negocios a nivel mundial. Pese a ello, los mercados, que se han cerrado para nuestro país, las castigan porque tienen pasaporte español y no se fían ni de un presidente del Gobierno que habla mucho, hace poco y siempre trata de engañar a todos, ni de un líder de la oposición que no trasmite la confianza necesaria acerca de su capacidad para sacarnos del pozo tan negro y profundo en que se encuentra hundida nuestra economía. Ya lo decía hace unas semanas The Economist: en este país ganará las elecciones el partido que se dé cuenta antes de que tiene que cambiar de líder. Eso, sin embargo, hoy por hoy no parece posible con nuestro sistema electoral, que se encuentra en el origen de nuestra enorme crisis política e institucional, la cual impide que se solucione la crisis económica. Todo va relacionado y la última se explica, en gran medida, por la primera.

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