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Antipatriotas del mundo, uníos

La soberanía se volatiliza –para éste y cualquier Gobierno que le suceda– y la democracia se bordea, porque es más urgente e importante contentar al acreedor que hacer caso al votante o contribuyente, que paga el resto.

Hay dos escuelas en esta crisis. La primera piensa que el euro es un mecanismo de solidaridad mutua. La segunda cree que "mutua" significa que siempre paga Alemania.

Esta segunda, una plaga de cigarras echándole la culpa a la hormiga, sostiene además –hija que es del pensamiento único y totalitaria en sus pulsiones– que es antipatriótico llevarle la contraria.

Después de los acuerdos de Deauville entre el presidente francés y la canciller alemana se había decidido proponer a los países europeos una reforma simplificada de los tratados –sin conferencia intergubernamental–, que sancionara a los países violadores de los criterios de Maastricht, llegando a limitar su derecho de voto en el consejo. Y sustituyendo el mecanismo actual de rescate –de infame nombre oficial y nula base jurídica– por otro fondo constituido, en parte, por la cuantía de estas multas. Con éste se respaldaría exclusivamente a los Estados en dificultades una vez que hubieran renegociado –este es el nombre de la quiebra para los Estados– su deuda con sus acreedores, incluyendo una quita –o pérdida–, para éstos. Todo con independencia de que fueran bancos alemanes o de otra nacionalidad, empresas, particulares o –más curioso–, el propio Banco Central Europeo, que estos últimos meses en una mala copia de las artes bernankistas se había apuntado a la moda de onanismo fiscal mediante la que compraba deuda de países europeos, que son quien lo surten de fondos y le dan respaldo.

Esta reforma requería cambios en los tratados, un sistema transitorio y una entrada en vigor a partir de 2013. No obstante, el papel que circula por las instituciones con las propuestas, los rumores acerca de ello, y la evidencia misma de que no se puede estar rescatando continuamente países –alega la segunda escuela– precipitaron la crisis irlandesa y su inmediato contagio a los tipos de interés cobrados a la deuda española y portuguesa.

Lo que la segunda escuela dice es, claro, mentira. Lo que precipita la crisis es la situación objetiva de una serie de países, de la que se deriva la posibilidad real de que sus acreedores no cobren. A partir del mismo instante en que esa situación objetiva por la que el acreedor ve peligrar su inversión varía a mejor, este volverá a confiar en el estado porque prefiere no perder nada, a tener que sufrir un "corte de pelo", como se conoce en el mercado americano a estas quitas aplicadas a deudas soberanas. Es decir que para evitar ver pelar nuestras barbas en la debacle son imprescindibles dos cosas que llevan fallando desde 2008: seguridad jurídica y racionalidad económica. Esto es lo que el Euro impondrá a España si ella no lo hace por sí misma.

Y esto es así con independencia de que España o cualquier otro país quiebre. De hecho, un artículo del New York Times se preguntaba esta semana si no era más conveniente, para algunos, quebrar y pasar directamente al plan B circulado por Merkel con aval de Sarkozy. Se puede incluso argumentar que "rescatar" significa "quebrar".

Llegamos así a la verdadera conclusión de lo que significa solidaridad mutua. Hay dos opciones. España ha tenido de margen hasta ahora para aplicar, "sus" reformas –opción primera–, pero si el ejemplo irlandés sirve de algo, ese margen se ha agotado y las medidas de política económica se aplicarán con aún más firmes sugerencias exteriores: no sólo en sus grandes rasgos sino en sus detalles –opción segunda–. Es decir, la soberanía se volatiliza –para éste y cualquier Gobierno que le suceda– y la democracia se bordea, porque es más urgente e importante contentar al acreedor –que financia la mitad de nuestro presupuesto a través de la deuda y que es en gran proporción extranjero– que hacer caso al votante o contribuyente, que paga el resto.

Y esta es la explicación de por qué aquellos que defienden la segunda "escuela" no sólo son los responsables de una política económica delicuescente, sino de la evaporación de la soberanía y de la independencia de España, y de la devaluación de su democracia. Éstos se atreven a acusar de antipatriotismo. Si hubiera ciudadanía, pediría cuentas por ello. La libra de carne de Shylock le parecería un castigo misericordioso al lado de lo que exigiría.

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