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Carmelo Jordá

Malas noticias desde Cataluña

Es un panorama más que sombrío y que nos acerca otro paso a un escenario que nos parecía imposible hace ocho años: el día en el que Cataluña dejará de ser una parte de España.

Observando los todavía calientes resultados de las elecciones catalanas, he de decir que el recuento nos trae, sobre todo, malas noticias. No digo esto por la victoria de CiU ni por el importante descalabro del PSC, que es de lo poco bueno de la noche, sino por el panorama final que se dibuja en el parlamento catalán y que les confieso que no me gusta nada.

En primer lugar, por supuesto, porque la CiU más radical de los últimos años, con candidato y portavoz que se declaran abiertamente partidarios de la independencia, han logrado una importante mayoría.

Sólo esto ya es preocupante, pero si a sus escaños les sumamos los de la desplomada ERC, la golpeada ICV y el triunfante Laporta nos encontramos con un Parlamento en el que los nacionalistas son 86 de 135, y eso asumiendo, y es mucho asumir, que los 28 diputados del PSC no son nacionalistas.

Es un panorama más que sombrío y que nos acerca otro paso a un escenario que nos parecía imposible hace ocho años: el día en el que Cataluña dejará de ser una parte de España como lo ha sido legalmente en los últimos 500 años y en la conciencia colectiva durante más de 2.000.

La entrada de Laporta en la cámara autonómica catalana con cuatro escaños es otra mala noticia, no sólo porque represente a un partido independentista, sino porque supone que se ha radicalizado todavía más una parte del electorado para la que ya ni ERC es suficiente. Como muestra un botón: según contaba la corresponsal de TVE, los militantes gritaban "Visca Terra Lliure" en la fiesta electoral de SI, de modo que el terrorismo como forma de hacer política gana adeptos en Cataluña.

Y aunque finalmente no haya entrado en el Parlamento, tampoco es buena cosa que 75.000 catalanes hayan apoyado el proyecto de Anglada, que recoge con orgullo lo peor y lo más cateto de una sociedad que en el fondo puede que se identifique más con este político de lo que nos/les gustaría pensar: como prueba, esas decenas de miles que no han tenido empacho en dar su voto a ese catalanismo (más) racista y (más) clasista.

Lo del PP, si me permiten, tampoco puede entrar en el capítulo de las buenas noticias: después de cuatro años horribles y con una candidata que es un auténtico desastre, los populares suben, sí, y consiguen un resultado razonable. Pero además de que se quedan a casi 40.000 votos y un 0,8% de su mejor resultado (en el 95, con Vidal-Quadras) vuelven a demostrar que el extremo centro no sirve para robarle votos al PSOE, en este caso el PSC, ni siquiera cuando los socialistas logran un resultado paupérrimo perdiendo más de 7 puntos y unos 220.000 votos.

Ese descalabro montillesco es, por cierto, de lo poco para alegrarse de la noche: la debacle no tiene ni paliativos ni precedentes y, sobre todo, huele a previa de lo que podría pasarle al PSOE en las autonómicas del año que viene y en unas hipotéticas generales que hoy se antojan un poco más cerca.

Es de suponer que las sirenas de alarma suenan ya en Ferraz y, sobre todo, en las sedes de los 13 barones socialistas que se enfrentan a las urnas en menos de medio año, y ya saben ustedes que acuciado por ese sonido estridente y por una encuesta negativa un político es capaz de casi cualquier cosa.

Por último, también me parece una buena noticia lo de Ciutadans, un partido que hace poco más de un año estaba muerto y enterrado y que ha resucitado justo a tiempo de seguir dando guerra en el Parlamento con tres escaños. Son los mismos que ya tenían y alguna encuesta les daba el cuarto, pero los logran con más votos (superan los 105.000) y subiendo unas décimas su porcentaje.

Es, como digo, una buena noticia y una pieza para la reflexión en el PP, que ha renunciado a ese electorado y a cambio ha obtenido lo que me parece una magra recompensa, esos 70.000 votos más que tampoco le servirán para ser decisivo y que no garantizan el apoyo de CiU para llegar a la tan ansiada Moncloa.

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