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Marta Pérez-Cameselle

En el egoísmo está la raíz de todos los males

La aceptación social del aborto es actualmente un hecho. Decía Julián Marías terminando el siglo XX: "sin excepción, lo más grave que ha acontecido en este siglo que se va acercando a su final".

Se trata de un suceso tan terrible que uno tiende a apartarlo inmediatamente de la mente, porque de solo pensar en ello, no se soporta. No hay palabras... nuestra sensibilidad nos hace a la inmensa mayoría de personas rechazar con horror semejante asesinato. El rechazo social es rotundo, sin paliativos. Su hijo, y con sus propias manos... la inocencia de un niño confiado en las manos de su madre que le baña... un estuche y unos cuantos juguetes, sus pocas pertenencias con las que llegó para estar con su madre, y con las que fue olvidado en una maleta.

Pocos detalles más ofrece la prensa pero muy significativos. Parece ser que fue un niño no deseado de una mujer muy joven, que quedó al cuidado de sus abuelos, y que después de un año, su madre, al rehacer su vida en otra ciudad, ya no contaba con él. Era su carga, y parece ser que también su vergüenza, porque no se atrevía siquiera a mencionar que era su propio hijo a la persona con la que convivía. Y tras el terrible suceso, dos años de vida de esa mujer aparentemente normales. Estremecedor...

Sin datos, al menos no difundidos, sobre el estado mental de la madre, me atrevo sin embargo a reflexionar sobre lo siguiente: el egoísmo humano. Está claro que, salvando cualquier patología severa que pudiera padecer la mujer que le llevara a cometer un acto tan execrable, el grado de egoísmo que revelan sus aparentes motivaciones no podía ser más grande, de dimensiones absolutamente colosales. Pero como decía al principio, nuestra sensibilidad nos hace reaccionar con horror ante un acto así, y sin embargo, no produce la misma reacción social el aborto. El contraste en términos de escándalo público es tremendo entre un suceso aislado como el que recientemente ha salido a la luz pública, y el que diariamente ocurre por millares en todo el mundo. No obstante, se trata igualmente de una vida humana que es violentamente aniquilada, de la voluntad de su propia madre, aunque no sea ella misma la ejecutora directa, y del abandono de un cuerpo, en muchos casos, sin aparente remordimiento... Y qué decir de los motivos que inducen a abortar, sea cual sea el motivo concreto, la raíz siempre es la misma: un ser humano no deseado por quien lo ha concebido, una carga que perturba... no hay diferencias apreciables entre ambos casos salvo el momento de la vida de ese ser humano en el que es eliminado... Sin embargo, socialmente, no es lo mismo. La aceptación social del aborto es actualmente un hecho. Decía Julián Marías terminando el siglo XX: "sin excepción, lo más grave que ha acontecido en este siglo que se va acercando a su final".

Hoy diríamos, desde el s. XX. Nos hemos acostumbrado a convivir en sociedad con esa realidad sin que produzca escándalo, lo cual no impide las más variadas posturas a título individual, desde el rechazo frontal hasta su reivindicación como derecho.

Toda persona encierra en su interior dos fuerzas contrapuestas: el egoísmo y el amor. El amor se entiende como capacidad de darse uno mismo a los demás. Por eso Jesucristo es la más genuina expresión de amor. Hace poco me contaron a modo de cuento lo que implica la lucha interior de estas dos fuerzas en cada ser humano. Una madre le explica a su hijo que toda persona encierra dentro de sí misma dos tigres. Uno simboliza el egoísmo, y el otro, el amor. El niño le pregunta a su madre que qué hacen los tigres, y su madre le contesta que luchar constantemente porque los dos quieren vencer. Unas veces gana uno, y otras, el otro. Entonces, el niño quiere saber más y le pregunta a su madre que cuál es el que más veces gana. Y la madre le contesta que aquél al que más se le alimenta.

Sólo consuela pensar que todos esos hijos no deseados han encontrado, al fin y por siempre, a una Madre...

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