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EDITORIAL

Vuelta a la realidad

Los problemas crónicos que nos aquejan no se solucionan por decreto, sino con reformas como la que el Gobierno ha emprendido en ciertos sectores como el aéreo, anunciando la privatización parcial de AENA.

Los aeropuertos españoles han vuelto a una tensa pero efectiva tranquilidad. Los vuelos despegan y aterrizan sin más demoras que las ocasionadas por la meteorología en espera de que la crisis de fondo de los controladores, que sigue sin resolverse hasta que éstos pongan fin a sus amenazas de reanudar la huelga salvaje, toque a su verdadero fin. Nos encontramos en algo parecido a un tiempo muerto que puede evolucionar a peor o a mejor según la habilidad que muestre el titular de Fomento y según la actitud de los controladores.

La militarización del control aéreo y el Estado de Alarma –que durará aún varios días y promete prolongarse hasta pasadas las Navidades– no han solucionado el problema. Han sido, en todo caso, un remedio de urgencia cuando la situación se había desmadrado por culpa de la huelga ilegal, amén de encubierta, que muchos controladores aéreos secundaron entre el viernes y el sábado. Falta que ahora el Gobierno cierre de una vez la herida abierta en la navegación aérea española avanzando progresivamente hacia la liberalización del sector para que episodios tan lamentables como éste no puedan repetirse.

Ahora bien, la todavía inconclusa crisis aeroportuaria no debería impedirnos ver la cruda realidad que nos rodea. España sigue sumida en una profunda crisis económica que no tiene visos de remitir. Las cifras de desempleo siguen siendo escandalosamente altas, la atonía inversora permanece y los problemas de endeudamiento de los sectores público y privado son los mismos que antes del cierre del espacio aéreo el pasado viernes por la tarde. Nada ha cambiado, y si lo ha hecho ha sido a peor. La huelga ha costado a las empresas del sector turístico varios centenares de millones y una cantidad aún sin determinar a la que tendrán que hacer frente las aseguradoras.

Los problemas crónicos que nos aquejan no se solucionan por decreto, sino con reformas como la que el Gobierno ha emprendido en ciertos sectores como el aéreo, anunciando la privatización parcial de AENA. Hoy estas reformas urgen más que nunca. La imagen de España, ya comprometida tras las dos crisis consecutivas de deuda pública, ha quedado seriamente dañada tras el espectáculo aeroportuario del fin de semana. Haría bien Zapatero en poner el mismo valor y la misma determinación que ha empleado con los controladores en devolver la confianza a ciudadanos y empresas ante una situación que, en los últimos meses, se ha tornado desesperada y que el cicatero paquete de reformas del pasado viernes no soluciona por muy bien orientadas que estén.

Las señales que vienen del exterior y del interior hablan por sí mismas. O Zapatero actúa ahora del único modo que puede hacerlo, esto es, ajustándose el cinturón e insuflando oxígeno a una economía moribunda, o será difícil que disponga de otra oportunidad en el futuro inmediato. Nos hallamos, en definitiva, en un momento decisivo; del Gobierno depende aprovecharlo o, como en ocasiones anteriores, dejarlo pasar.  Por desgracia, su pasividad la padeceremos todos.

En Libre Mercado

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