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Manuel Llamas

Vamos a contar mentiras

La ministra desarrolla a la perfección la tarea encomendada: negar la mayor. Da igual que su credibilidad, ya de por sí escasa por no decir inexistente, quede en entredicho ante la opinión pública y la mayoría de analistas.

Hace cosa de un año avanzamos que, por desgracia, la mala gestión de Pedro Solbes al frente de la cartera de Economía sería recordada con benevolencia, e incluso con cierta nostalgia, en comparación con el nefasto desempeño que nos depararía su sustituta en el cargo, Elena Salgado. El tiempo ha terminado por confirmar tal previsión. Y es que, si en 2009 el diario británico Financial Times ya situaba a Salgado como uno de los peores responsables económicos de la UE –tan sólo por delante de sus homólogos húngaro, griego e irlandés–, en 2010 su calificación desciende hasta el penúltimo puesto de la tabla, disputando el liderato de "peor ministro de Finanzas" al mismísimo Brian Lenihan, principal responsable político del desaguisado celta.

Sin embargo, el aspecto más deleznable, vergonzoso y condenable de su actual función pública no radica tanto en las malas decisiones adoptadas, como el Plan E (13.000 millones de euros despilfarrados), o en sus honorables hitos económicos, tales como aprobar la mayor subida fiscal de la democracia (unos 15.000 millones) y alcanzar uno de los mayores descuadres presupuestarios de la zona euro (110.000 millones en 2009 y algo menos en 2010), sino en su desvergüenza política. Salgado se ha convertido, si es que no lo era ya antes, en una mentirosa compulsiva, cuya principal misión consiste en negar la mayor a fin de ocultar la cruda realidad a la ciudadanía.

Miente más que habla. Siguiendo al pie de la letra las enseñanzas de su maestro y guía espiritual José Luis Rodríguez Zapatero, Salgado insiste, una y otra vez, en lanzar anuncios que son automáticamente desmentidos apenas horas después. Y ello, sin ruborizarse lo más mínimo. El hecho de que no haya caído en la última crisis de Gobierno constituye la prueba irrefutable de que para eso fue, precisamente, designada por el presidente. La ministra desarrolla a la perfección la tarea encomendada: negar la mayor. Da igual que su credibilidad, ya de por sí escasa por no decir inexistente, quede en entredicho ante la opinión pública y la mayoría de analistas. Ella tan sólo se dedica a cumplir el guión preestablecido a sabiendas de que, llegado el momento, recibirá su justa recompensa.

Los ejemplos de tal desfachatez son numerosos. Así, por citar tan sólo los últimos, negó durante semanas la necesidad de activar un Plan B para reducir el déficit público. Dicho y hecho. La semana pasada Zapatero anunció en el Congreso un nuevo paquete de ajuste con el ilusorio fin de tranquilizar a los mercados. Justo después, ni corta ni perezosa, la ministra negó también la aprobación de alguna medida adicional en el Consejo de Ministros de ese mismo viernes, más allá de las citadas por Zapatero. De nuevo, Salgado sorprendió a propios y extraños con una nueva subida de impuestos sobre el tabaco, con la que pretende recaudar otros 780 millones de euros extra.

Ahora, la fidedigna y creíble ministra no se corta al afirmar que el fondo de rescate europeo "nunca estuvo pensado para España", como si su insultante palabrería pudiera travestir los hechos (confirmados aquí, aquí y aquí). Por si fuera poco, insiste en que el tamaño del fondo, dotado con 750.000 millones de euros, es suficiente para asistir a los países con problemas. Quizá por eso las principales autoridades internacionales no paren de discutir un plan alternativo en caso de que España precise ayuda. De hecho, hasta el propio presidente del Consejo Europeo, Herman van Rompuy, ha desmentido a Salgado este martes al señalar que la UE podría estudiar la ampliación del fondo "si fuera necesario".

Por último, según la ministra, el Gobierno cumplirá "el objetivo de déficit y también las reformas estructurales". Por desgracia, a la vista de lo expuesto hasta ahora, tales promesas serán un nuevo fiasco. La farsa debe continuar...

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