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Emilio J. González

Las falsas privatizaciones de ZP

El peligro de las privatizaciones de Zapatero es muy grande, tanto en términos económicos como para la libertad, así es que es mejor esperar y, mientras tanto, hacer de una vez por todas los deberes presupuestarios.

Al Gobierno le han entrado las prisas privatizadoras, lo cual estaría muy bien si no fuera por las razones que están detrás de ello. No cabe duda de que privatizar los ferrocarriles, las estaciones y las televisiones públicas –como planea el Ejecutivo– o Aena –como ya ha anunciado– es fundamental para mejorar una gestión que, hoy por hoy, es más que ruinosa. El problema es que lo que tiene en mente el Ejecutivo no es precisamente esto, sino hacer caja a toda prisa, lo cual tiene consecuencias más que preocupantes.

Desde el punto de vista presupuestario, la privatización tiene sentido si los ingresos que aporta la misma se destinan a reducir la deuda pública, además de lo que supone de eliminar del mismo las pérdidas de las empresas, entes y organismos traspasados al sector privado. El Gobierno, sin embargo, no está estudiando ahora esta medida porque esté convencido de que es lo mejor en términos de eficiencia económica, sino por un motivo mucho más perverso. Como Zapatero se ha empeñado en no recortar el gasto público, la única solución que tiene es encontrar más recursos con que financiarlo a la espera de que se produzca una recuperación económica que mejore la recaudación tributaria que, hoy por hoy, no se la espera. Vamos, que ZP va a enajenar el patrimonio de todos los españoles para que el Gobierno no se vea obligado en 2011 a emitir tanta deuda como en 2010, dada la opinión que tienen los mercados sobre la posible insolvencia de España, que se refleja en una prima de riesgo que ya alcanza los 2,5 puntos porcentuales. Y ello para poder seguir financiando sus ocurrencias, como esa nueva versión del Plan E, en este caso para el sector industrial. O la mal llamada ley de memoria histórica. O los disparatados planes del tándem Pajín-Aido para promover la igualdad de la mujer. O las ayudas a los artistas de la ceja y las multimillonarias subvenciones a los sindicatos. O lo que él entiende por ayuda al desarrollo, que se traduce en disparates como subvenciones para construir el metro en Hanoi, plantar árboles en Afganistán, apoyar la liberación sexual de la mujer en Bolivia (¿es qué no le basta con una llamada a su amigo Evo Morales para que se implique en ello?) o respaldar a los homosexuales de Perú y Zimbabue. Mientras, cientos de miles de españoles están en la más absoluta pobreza porque han perdido el derecho a la prestación por desempleo. Lo que plantea el Gobierno con las privatizaciones, por tanto, es un completo disparate, porque en lugar de pensar en cómo reduce la más que abultada deuda pública de nuestro país, sólo tiene en mente que nadie le impida seguir gastando, y mucho menos con elecciones a la vuelta de la esquina. Dicho de otra forma, va a desprenderse del poco patrimonio que queda en la casa con tal de seguir financiando sus orgías y francachelas de gasto público.

La cuestión de las privatizaciones, sin embargo, no es tan sencilla, sobre todo porque Zapatero teme a las centrales sindicales, y los sindicatos de Renfe se han mostrado tradicionalmente muy combativos, hasta el punto de conseguir para los empleados de la compañía condiciones salariales increíbles con el método habitual de la huelga en puentes y periodos de salida y regreso de vacaciones. Quizá el Gobierno piense que después de la forma en que ha actuado con los controladores aéreos va a ser capaz de dominar a todos aquellos que se opongan a sus medidas aplicándoles la misma receta. Pero los controladores, a fin de cuentas, son unos ‘señoritos’ muy, pero que muy, bien pagados, mientras que los ferroviarios están cortados de un percal muy distinto, más duro y correoso y poco fácil de ablandar. Además, y a diferencia de lo que sucede con los controladores, el Ejército no dispone ya de especialistas con los que sustituir a los maquinistas en huelga, si llega el caso. Los sindicatos, por tanto, pueden, si quieren, paralizar todo el transporte por ferrocarril y, con ello, posiblemente el país. ¿Se atreverá Zapatero a enfrentarse a ellos, por mucho que Rubalcaba haga gala de ‘manu militari’, a causa de una posible privatización de la que las centrales sindicales no quieren ni oír hablar porque entonces se les acabó aquello de presionar y chantajear más y más al Estado para conseguir los increíbles privilegios de que disfrutan los empleados de Renfe? Lo dudo.

En este contexto, al Gobierno le resultaría todavía más urgente privatizar las televisiones si finalmente opta por ello. Y el peligro está en que con las prisas, y con el sectarismo de Zapatero, las televisiones públicas nacionales acaben en manos de grupos afines al Gobierno, restringiendo aún más la pluralidad informativa entre las televisiones nacionales y, por tanto, dando un nuevo golpe a la libertad.

El peligro de las privatizaciones de Zapatero, por tanto, es muy grande, tanto en términos económicos como para la libertad, así es que es mejor esperar y, mientras tanto, hacer de una vez por todas los deberes presupuestarios, que la cosa no está para bromas.

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