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Jorge Vilches

El Gobierno no tiene pulso

El Gobierno está muerto y no se ha dado cuenta. Es como esos fantasmas errantes de la literatura gótica que se empeñan en mover la mesa camilla o apagar las luces para llamar la atención.

Lo peor de este estado de alarma prorrogado no es la medida en sí, es decir, sus consecuencias, sino la causa, el origen, que no es otro que un Gobierno que falleció hace tiempo. Porque tenemos un Ejecutivo en el que no funciona nada, ni siquiera la remodelación que puso a Rubalcaba como gran salvador en una maniobra casi póstuma para dar la sensación de renovación, de que entraban nuevos aires. Aquel falso cambio de gobierno fue flor de un día. Dejó deslumbrada a la cúpula del PP que, un tanto atemorizada, afirmaba que ese nuevo Gabinete era mejor que el anterior.

Estamos en una situación de desgobierno, que es lo peor que le puede ocurrir a un Estado democrático. La incapacidad del Ejecutivo de Zapatero para encontrar una solución adecuada y proporcionada al problema de los controladores muestra una vez más la ausencia alarmante de recursos políticos. Pero no deja de ser un caso más dentro de un periodo de nuestra historia democrática, desde 2004 hasta hoy, en el que se ha ido a la deriva en todos los órdenes, ya sea el económico, el social o el internacional, que ha dejado a España alejada de las principales corrientes occidentales.

Esto ha tenido, al menos, dos consecuencias. La primera ha sido el descrédito exterior de nuestro país, que ha ido aumentando desde 2004 según se iba conociendo a Zapatero en las instituciones internacionales, y especialmente tras su paso por la presidencia de turno de la Unión Europa. En este descrédito ha sido vital la nefasta y anticuada política de Moratinos respecto a Cuba, al mundo musulmán, al conflicto con el terrorismo islamista, la piratería en el mar o los llamamientos a abandonar a EEUU en Irak. De poco ha servido la humillante alegría desbordada del zapaterismo por la victoria electoral de Obama, saldada sin beneficio alguno para España. Y, claro, todo esto tiene su repercusión económica en los mercados internacionales, cuyos efectos aún no han terminado.

La segunda consecuencia es que la sociedad española ha pasado por un primer momento de desamparo en el que sentía que el Estado, o el Gobierno, en esa confusión tan típica, debía solucionar sus problemas, atajar el desempleo, impedir la caída. Luego, en un segundo momento, constatado el que faltaban ideas y soluciones, que los recortes se hacían por decreto, que los sindicatos representaban una pantomima de huelga general, y que Zapatero improvisaba a golpe de llamada de Bruselas, la sociedad española ha decidido quitarse de encima el peso muerto. Ya no se espera nada de este Gobierno, y así lo atestiguan las elecciones en Cataluña y las encuestas de opinión.

El Gobierno está muerto y no se ha dado cuenta. Es como esos fantasmas errantes de la literatura gótica que se empeñan en mover la mesa camilla o apagar las luces para llamar la atención. En este caso ha sido la declaración del estado de alarma y su prórroga, pero no hay pulso.

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