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Charles Krauthammer

El regreso de Obama

Tras el desastre de las elecciones y sin ningún poder de negociación se ha salido con lo que hasta Paul Ryan admite que son 313.000 millones de dólares en gastos públicos superfluos.

Si Barack Obama se alza con la reelección en 2012, y ya es más probable que otra cosa, los historiadores fijarán su retorno en el día 6 de diciembre, el día del Gran Acuerdo Tributario de 2010.

Obama tuvo un noviembre malo. Apaleado confesamente en las legislativas, abandonó la escena con destino a Asia sólo para volver a un Congreso saliente incompetente habitado por docenas de fantasmagóricos demócratas derrotados que pueblan las estancias.

Ahora, con su impresionante acuerdo fiscal, Obama ha vuelto. Sin tener ningún triunfo, logró no obstante resurgir de pronto no sólo como uno de los intérpretes sino como director de orquesta, árbitro de acuerdos y actor principal en un drama de alto voltaje de 1 billón de dólares de presupuesto.


Compare esto con Bill Clinton, el más grande de todos los resucitados, quien durante una rueda de prensa la friolera de cinco meses después de su paliza de 1994 quedaba reducido a protestar lastimeramente diciendo que "el presidente es relevante en esto". Había sido marginado de forma tan humillante que no se recuperó de verdad hasta finales de 1995, cuando desbancó hábilmente a Newt Gingrich en el enfrentamiento que clausuró la actividad de los servicios públicos.

Y así era Clinton respondiendo con agilidad a la oportunidad política. Obama confeccionó de la nada su vuelta a la relevancia, un logro aún más impresionante.

Acuérdese del interrogante tras las elecciones: ¿podrá Obama desplazarse al centro para recuperar a los independientes que habían abandonado a la formación en noviembre? Y si era así, ¿cuánto tiempo tardaría? Respuesta: cinco semanas. Un récord de constancia, si bien un asterisco habría de denotar que contó con ayuda: unos republicanos que despejaron su camino y lo sembraron de pétalos de rosa.

La reorientación de Obama hacia el centro quedaba plasmada primero en su comparecencia conjunta con Clinton, la quintaesencia del demócrata de centro, y acompañado días más tarde de la aplastante mayoría 81 a 19 en el Senado que apoyó el acuerdo. Este margen bipartidista contribuirá enormemente a aliviar el estigma partidista de los dos primeros años de Obama, marcados por el Estímulo I que tramitó sin un solo apoyo republicano en la Cámara y una ley de reforma sanitaria que no recibió ningún apoyo de los republicanos del Congreso.

A pesar de esto, algunos a la derecha andan presumiendo que Obama se ha visto obligado a maniobrar renunciando a su electorado de izquierdas. Sandeces. Él nunca va a perder el apoyo de su electorado. ¿A dónde van a ir? Los izquierdistas nunca van a tener un presidente tan ideológicamente afín y lo saben. Para la izquierda, Obama ya no puede mejorar más en un país que es un 20% de izquierdas por los pelos.

Los presuntuosos conservadores simplemente volvieron a ser engañados por el revuelo y los graznidos que practican de forma ritual los de izquierdas antes de caer rendidos a los pies de Obama. Los legisladores de izquierdas lo hicieron con el Obamacare; lo hicieron con el acuerdo fiscal. Sus airadas protestas recuerdan a las exhibiciones de grada que solíamos ver en las convenciones del partido cuando los partidarios del candidato derrotado bailaban y gritaban un tiempo en los accesos antes de tomar asiento para nominar candidato eventualmente al otro tipo por aclamación popular.

Y Obama se sacó este as de la manga en su peor nadir político. Tras el desastre de las elecciones y sin ningún poder de negociación –los republicanos podrían haber logrado todo lo que quisieran en relación con las reducciones tributarias de Bush en enero con carácter retroactivo y sin temor al veto de Obama– se ha salido con lo que hasta Paul Ryan admite que son 313.000 millones de dólares en gastos públicos superfluos.

Incluyendo un subsidio de 6.000 millones de dólares al etanol. Caramba, apenas han transcurrido unas semanas desde que Al Gore, el Rey de la Tierra, confesara finalmente que los subsidios al etanol son un error. Ya no queda un sólo motivo económico ni ecológico para este despilfarro que ha inducido a los granjeros estadounidenses a destinar un asombroso 40% de la cosecha estadounidense de maíz... ¡al fuego! Y los republicanos acaban de reanimarlo.

Al mismo tiempo que votaban de forma casi unánime a favor de esta aberración, los republicanos empezaban a protestar con razón por los 8.300 millones de dólares en partidas presupuestarias contenidas en el anteproyecto de ley de gastos generales de Harry Reid. No parecen comprender lo ridículo que parece esto tras haber accedido a un Estímulo II que hasta según su propio recuento generoso implica 38 veces tanto gasto como todas estas partidas extraordinarias juntas.

El error más grave que cometieron nunca los rivales de Ronald Reagan –y lo cometieron una y otra vez– fue subestimarle. Lo mismo pasa con Obama. La diferencia es que Reagan estaba tan lleno de seguridad que invitaba a la subestimación –las bajas expectativas son un activo político de valor incalculable– al tiempo que la vanidad de Obama le hace precisar siempre de dar imagen de ser el más listo de la clase. De ahí esa muestra de irritación en su desastrosa rueda de prensa post-acuerdo la pasada semana.

Pero no se deje engañar por el estilo defensivo ni el temperamento hipersensible. El presidente es un caballero muy inteligente. ¿Cómo de inteligente? Su regreso le lleva ya un año de ventaja al de Clinton.

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