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Agapito Maestre

El sueño de la lotería

La cosa está tan mala que pocos se salvan del sueño de los más ilusos: "Este décimo de lotería es el pasaporte para darle un corte de mangas a Zapatero. Ahí te quedes con el líder de la oposición que yo me largo de esta cloaca infecta".

Millones de formas ha inventado el ser humano para evadirse del mundo. Los españoles siempre recurren a la lotería y a la siesta. Los españoles duermen siempre que la cosa se pone mal. Vamos a dormir, dicen bostezando, y mañana Dios dirá. Ajustan sus cabezas a las almohadas para soñar cómo salir de las penalidades del presente y de un futuro sin horizonte. Quieren sueños premonitorios, sueñan con el porvenir donde los acontecimientos futuros están ya presentes de toda eternidad, y a través de ellos vamos viajando y tropezando, como si de obstáculos sencillos de esquivar se tratara. El mañana nos manda a través de esos sueños una especie de hálito para ir tirando. El tiempo del sueño parece que nos revela algunos hilos ocultos de la trama de la vida.

Hoy, como hace no sé cuantos años, el sueño dominante de los españoles es recibir el premio Gordo de la lotería. Es el tiempo del sueño premonitorio: caerá este número, la terminación será en cinco y cosas así... El sueño de la lotería no es malo. La lotería es, al fin y al cabo, ilusión. Y de ilusión, quién lo negaría, también se vive. ¡Ay, exclaman los españolitos, si pudiéramos sacar ganancia efectiva de los sueños, por ejemplo, adelantar el número de la lotería del 22 de diciembre! La lotería no es, pues, la peor forma de evasión del mundo. El problema comienza cuando un buen día, por el azar o por la terrible casta política española, sueño y vigilia se vuelven reversibles.

Exactamente ahí comienzan nuestras pesadillas. Entonces la vida se convierte en un túnel oscuro al que nadie ve otra salida que los sueños premonitorios. O sea, estamos al borde del abismo. Nunca, en efecto, había existido, en la España postfranquista, tal coincidencia entre el sueño y la vigilia. Vivir es soñar con el Gordo. Que los españoles hayan comprado este año tanta lotería es un signo premonitorio de la desgracia: nadie ve cómo salir de este fiasco si no es con un golpe de suerte. La gente se agarra como puede a los cuatro pelos de la Ocasión –la Ocasión siempre la pinta casi calva– para ser transportada al mundo de la diosa Fortuna. La cosa está tan mala que pocos se salvan del sueño de los más ilusos: "Este décimo de lotería es el pasaporte para darle un corte de mangas a Zapatero. Ahí te quedes con el líder de la oposición que yo me largo de esta cloaca infecta".

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