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Manuel Llamas

2011, el año de la verdad

La intervención de los acreedores tan sólo ha logrado frenar la sangría que estaba cometiendo el Gobierno pero aún no se ha resuelto el problema. Por ello, no es que las reformas deban continuar sino, más bien, que deben iniciarse de una vez por todas.

Se acerca la hora de la verdad. El año que está a punto de comenzar será, sin duda, clave para determinar el futuro económico de España y, por ende, de los españoles. Y es que, tal y como advertimos a finales de 2008, la política anticrisis ejecutada por el Gobierno socialista entre 2007 y 2010 ha situado al país al borde mismo del precipicio.

Efectivamente, 2010 ha sido la continuación de 2009, sólo que peor. No obstante, la suspensión de pagos y la posible expulsión o abandono del euroya no son una mera quimera ni, mucho menos, un mensaje propio de antipatriotas con la idea de asustar al personal. El mercado de deuda pública ha reflejado a lo largo del ejercicio la creciente tensión e, incluso, los diversos momentos de pánico que han vivido los inversores a raíz de la incertidumbre que se cierne sobre la solvencia de España.

Por suerte, Zapatero fue parcialmente sustituido de sus funciones el pasado mayo, cuando la UE y el Fondo Monetario Internacional se vieron obligados a intervenir para evitar la catástrofe. Al menos, desde entonces el presidente se ha visto atado de pies y manos para seguir cometiendo sus tropelías económicas. El 12 de mayo pasará a la historia, no por los recortes de gasto anunciados, sino como el día en que España fue intervenida de facto por las autoridades internacionales. Por suerte, el euro nos salvó, pero eso no significa que haya pasado el peligro.

La verdad es que queda todo por hacer. Las escasas medidas estructurales aprobadas hasta el momento resultarán del todo infructuosas. La reforma laboral es papel mojado; la de las pensiones públicas, un mero parche temporal; el saneamiento del sistema financiero, un simple engaño; el recorte de gasto público es marcadamente insuficiente; la subida de impuestos, muy perjudicial y contraproducente, el tamaño del Estado sigue siendo desproporcionado; el ajuste del mercado inmobiliario aún no se ha completado, y así sucesivamente.

La intervención de los acreedores tan sólo ha logrado frenar la sangría que estaba cometiendo el Gobierno pero, por desgracia, aún no se ha resuelto el problema. Por ello, no es que las reformas deban continuar sino, más bien, que deben iniciarse de una vez por todas. El resultado final de la partida –la quiebra o no de España– dependerá en gran medida de lo que suceda durante los próximos doce meses. Las reformas en marcha y las que quedan por hacer marcarán, precisamente, la reunión bilateral entre Zapatero y Merkel, prevista para el próximo 3 de febrero.

Aún queda mucho trabajo por hacer y 2011 será un año clave en este sentido. Ya no queda tiempo, España está en prórroga y llega el momento del ahora o nunca. La única duda es si la actual clase política estará o no a la altura de las circunstancias.

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