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EDITORIAL

La oportunidad y el riesgo de Cascos

Si Cascos decide lanzarse a la aventura tiene dos opciones: caer en la tentación fácil del regionalismo y convertirse en un nuevo cacique local o arriesgarse a ofrecer una alternativa que represente lo mejor del PP.

Tras abandonar de un portazo la formación política que ayudó a definir como nadie aparte de José María Aznar, Francisco Álvarez Cascos tiene ante sí una dura decisión. Puede abandonar la carrera, en lo que probablemente sería su último acto en la vida política, u optar por presentarse con una nueva formación.

El gancho político del que disfruta Cascos en Asturias se remonta a su etapa como ministro de Fomento, percibida en la región como la primera vez en muchísimo tiempo en que un político miraba allá arriba y veía algo más que minas de carbón subvencionadas. Las inversiones públicas en infraestructuras regresaron, y buena parte de las que se están ejecutando incluso hoy día fueron planeadas en su época. De ahí que no sorprende que aparezca bien situado en las encuestas, aunque sí que pudiera llegar a ser el ganador.

Además, parece pesar el cansancio de ver cómo la región va perdiendo población ante la falta de oportunidades, cómo tantos y tantos emigran mientras la clase política carece tanto de un mínimo nivel como de ambición para sacar a Asturias de la situación en la que se encuentra. Los políticos, como funcionarios, parecen en muchos casos limitarse simplemente a fichar en su trabajo, sea en una alcaldía, en una consejería o en la oposición. Una de las más perniciosas consecuencias de la profesionalización de la política y el sistema electoral español es la concepción del Partido como Ministerio, para el que uno se prepara en las oposiciones del activismo juvenil para vivir a costa del erario el resto de su vida.

En ese panorama, Cascos representaba un terremoto que ponía en riesgo la comodidad del invariable panorama regional: la Comunidad para la izquierda, la alcaldía de Oviedo para el eterno Gabino de Lorenzo. La burocracia local de su propio partido se cerró en banda y lo insultó, poniéndose enfrente del que podía ser un revulsivo que permitiera a muchos asturianos recuperar la ilusión en la política. Y Rajoy optó por el aparato local, abriendo la puerta a que todo pueda cambiar igualmente, pero desde fuera del PP, hurtando a su propio partido de la posibilidad de una victoria y de poner al frente de una región que se le resiste a un peso pesado que pueda hacer variar de forma estable el equilibrio político asturiano en beneficio de la derecha. Falta de ambición, pasión de mediocridad.

Si Cascos decide lanzarse a la aventura tiene dos opciones: caer en la tentación fácil del regionalismo y convertirse en un nuevo cacique local al estilo de Revilla en la vecina Cantabria o arriesgarse a ofrecer una alternativa que represente lo mejor del PP, todo aquello que la derecha política ha abandonado al arrullo hipnotizador de los cantos demoscópicos de Arriola. Existen razones en la historia política de Cascos tanto para temer lo primero como para creer en lo segundo. Fue uno de los principales responsables del fin del regionalismo de derechas y de las baronías en la época del mejor PP, pero también de eliminar la posibilidad de asentamiento de una derecha nacional en Cataluña. Esperemos que opte por lo que sea mejor para España y para Asturias.

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