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José García Domínguez

Los de la boina

Igual, en fin, la cansina murga de marras, esa charlatanería huera a cuenta del "proceso", el "secular conflicto" y los "agentes". Indigesto refrito adobado para la ocasión con unas cuantas bolitas de alcanfor retórico.

Padecen el síndrome del conejo de Duracell. Tocan y tocan similar monserga, idéntica siempre a sí misma, una y otra vez, sin cesar, eternamente, diríase que con deleite parejo al del tonto que da con una tiza entre los dedos. Ante nosotros, pues, el tedioso déjà vu: tres cromañones con las boinas caladas hasta las orejas, no fuera a ser que por la ventilación se les colara alguna idea abstracta en la sesera. Idénticas también las servilletas, que deben ser las de la otra vez, de nuevo cubriéndoles las tres cejas continúas –que no seis alternas–, ésas que han de morar separadas del cuero cabelludo a la distancia de un dedo, en el más optimista de los escenarios se entiende.

Igual, en fin, la cansina murga de marras, esa charlatanería huera a cuenta del "proceso", el "secular conflicto" y los "agentes". Indigesto refrito adobado para la ocasión con unas cuantas bolitas de alcanfor retórico. Así, nuestros sucedáneos domésticos de los sovietólogos, aquellos tipos que hicieran un oficio de desconstruir los ladrillos de Brezhnev ante el Comité Central, volverán, como suelen, a aburrirnos con su manida escatología de medio pelo. Sin nunca reparar, por cierto, en que la izquierda abertzale, al cabo descendiente en línea directa de los españoles que supieron mantenerse a salvo de los riesgos del alfabeto romano, se expresa mucho mejor con el lenguaje no verbal.

De ahí la única certeza verificable del videoclip de ETA, a saber, que aún no lucen maduros los gudaris para despegarse la chapela del cráneo, empeño que debería constituir el primer paso con tal de bajar algún día del monte. Y es que, ésa de la estética, no resulta cuestión baladí. Quítensele si no casquete y chirucas al carlistón que declama la cantinela del diálogo. Arránquensele a continuación los aretes que a buen seguro luce en ambas orejas. Depílesele el entrecejo. Desvélensele acto seguido las virtudes de la ducha, antes de rociarlo con un buen desodorante. Y por último, anúdesele al cuello una corbata de Hermès. ¿Acaso lo que resta tras el pulido no es un respetable catalanista pronunciando la enésima alocución institucional sobre el derecho a decidir? Lo dicho, que se operen de lo de la boina. Para empezar.

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