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Juan Morote

El dilema de la demagogia

El querer la paz, el buscar el fin del terrorismo, el desear el final de la ETA, no implica una claudicación del Estado ante una banda de asesinos.

Todo esto ya lo hemos visto, lo hemos vivido y lo hemos llorado. No obstante, nuestros políticos siguen empeñados en obligarnos a comulgar con ruedas de molino. La verdad es que la plaga que suponen nuestros gobernantes no se aleja de las siete que sufrieron en el Egipto de Ramsés II. De estas, si tuviera que elegir una para establecer un paralelismo, sin duda escogería aquella en la que Aarón convierte con su cayado todo el polvo del desierto en piojos, porque, como nuestros políticos, se cuelan por todas partes, se apostan en lo oculto y te chupan la sangre hasta que te revientan, y además no son de ninguna utilidad.

Cuántas veces vamos a tener que pasar por lo mismo. La ETA vuelve a anunciar una tregua, trampa o no trampa, qué más da, lo importante es que el Gobierno en pleno, y parte de la oposición, se lanza como un gavilán pollero a apuntarse el tanto del enésimo redoble de tambor de los asesinos para marcar el ritmo de los acontecimientos. Claro que el comunicado etarra no es casual, ni llega en un momento aleatorio en el tiempo. Se produce cuando se tiene que proceder a la renovación de los municipios que son parte importante de sus fuentes de financiación y sobre todo una fuente de información. Pero no es la ETA la única interesada en el momento elegido, también lo está y mucho el partido socialista. Este siempre ha preferido una ETA convertida en partido político, para proceder al aislamiento del PP tal y como ha operado en Cataluña.

Ahora volverá a la palestra Brian Currin, y algún que otro aprovechado buscando la minuta que le niega el mercado. A ver si nos aclaramos: no hacen falta mediadores porque no hay conflicto. Hay una banda de delincuentes que debe ser detenida y desmantelada definitivamente. No hay dos bandos, no hay nada que elegir. Sólo podemos estar en frente de los asesinos y al lado de las víctimas. Plantear el tema como un conflicto, y por ende, admitir la necesidad de mediadores, no es más que la enésima forma de agraviar a las víctimas del terrorismo etarra.

Otra consecuencia de la situación que ha generado la confluencia de intereses de la ETA y el Gobierno es la presentación de un ejercicio siniestro de hipocresía, ha empezado Eguiguren quien ya ha pedido que se reagrupe a los presos y se legalice a Batasuna-ETA. Eguiguren no es un don nadie, es el cabecilla de los socialistas vascos, aunque sea malo. Este mismo sujeto ha vuelto al discurso que nos repitieron los del PSOE durante el fallido proceso de negociación con ETA durante 2006. Se trata de explorar la paz, y hay que explorar todos caminos que conducen a la paz, esa es la consigna que van a reiterar hasta el hartazgo. Me provoca nauseas escucharla, a ver si se enteran de que la única paz que conoce la ETA es la de los cementerios de sus víctimas. Igual que ya hicieran en 2006, los socialistas y sus adláteres van a tratar de dividir a la sociedad en dos bandos, los que quieren la paz y los que no. La demagogia del Gobierno y su aparato mediático nos va tratar de enfrentar a este falso dilema. Sin embargo, el querer la paz, el buscar el fin del terrorismo, el desear el final de la ETA, no implica una claudicación del Estado ante una banda de asesinos. Es más, exige una reparación moral de todas las víctimas del terrorismo y la condena de todos y cada uno de los que han pertenecido a ETA.

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