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Emilio J. González

La panacea económica de ZP

No es de extrañar que los demás grupos políticos, que lo tienen calado hasta la saciedad, hayan rechazado de plano acudir a semejante representación, pensada para mayor gloria de ZP. De haber sido invitado, yo tampoco habría ido.

Zapatero será un político incompetente, inmaduro, sectario y todo lo que se quiera, porque a alguien con una personalidad tan poliédrica como la suya le encajan muchos adjetivos; pero no cabe duda de que a astuto no le gana nadie. Cualquier cosa le sirve enseguida para tratar de transformar la apariencia de la realidad y, cual ilusionista, tratar de hacernos creer que las cosas no son como son, sino como él quiere que las contemplemos. Ahora ya no trata de sacar conejos de la chistera, porque ya se le han agotado y porque todo el mundo ya le ve los trucos, sino que ha perfeccionado su técnica y ahora se dedica a imitar a David Copperfield y sus hazañas trucadas por la magia de la televisión. Así, en un ejercicio de transformismo político, ha querido aparecer ante las cámaras como el gran muñidor del acuerdo social que, a semejanza de los Pactos de la Moncloa y el Acuerdo Nacional de Empleo durante la Transición, va a resolver todos nuestros problemas económicos. Y, ni corto ni perezoso, además de involucrar a patronales y sindicatos en su escenificación, ha pretendido que los demás grupos parlamentarios se sumen, como actores pasivos, a una representación diseñada para ensalzar la gran figura de quien, por ahora, está al frente de nuestros destinos, y que no es otro que el mismo ZP. Lo malo es que, a estas alturas, todo el mundo conoce más que de sobra al personaje en cuestión y, sabedores de sus artimañas y triquiñuelas, los demás partidos políticos han rehusado, con toda razón, sumarse en Moncloa al acto de firma del ‘Acuerdo social y económico para el crecimiento, el empleo y la garantía de las pensiones’, que no era más que una convocatoria para mayor gloria de su anfitrión.

Desde luego, si yo fuera portavoz de algún grupo parlamentario, tampoco habría acudido a la cita, no por las razones expuestas por los ausentes –convocatoria por email, nada de llamadas telefónicas, no se había enviado el documento a los demás partidos políticos–, sino por las que callan, que tienen mucho que ver con el contenido de lo pactado. El acuerdo incluye la subida de la edad de jubilación y la ampliación a 25 años del periodo de cómputo de la pensión, y deja la puerta abierta al incremento de las cotizaciones a la Seguridad Social, que va a ser una realidad inmediata para los trabajadores autónomos. Estas medidas son necesarias si se insiste en mantener a las pensiones dentro del modelo de reparto y, además, Zapatero se había comprometido con los mercados a tomarlas como prueba de su voluntad reformista. Pero también hay que decir que no hubieran sido necesarias si el Gobierno no hubiera desencadenado la actual crisis permitiendo a bancos y cajas hacer y deshacer a su gusto con los créditos hipotecarios y los préstamos a promotores, si cuando estalló la crisis hubiera agarrado el toro por los cuernos desde el primer momento y si no se hubiera dedicado a dilapidar los dineros públicos y abrir la manga para que esas grandes derrochadoras de recursos que son las autonomías hicieran lo mismo. Por ello, ningún político sensato ha querido sumarse a los fastos zapateriles, ni mucho menos servir de coartada para unas medidas harto impopulares. Lo que han venido a decir con su ausencia es que, puesto que Zapatero ha creado el problema, que él solito asuma las consecuencias.

En cuanto al resto del acuerdo, aunque hay puntos interesantes como la desgravación en las cotizaciones sociales a los contratos a tiempo parcial, en general no es más que una mezcla de concesiones a los sindicatos y de continuidad en las políticas que Zapatero viene desplegando desde que llegó al poder en 2004. En materia laboral se insiste una y otra vez en la formación como fórmula mágica para resolver los problemas de desempleo, que es la tesis que, desde el inicio de la crisis, han venido manteniendo unos sindicatos que obtienen pingües beneficios por gestionar e impartir esos cursos. La formación, desde luego, es necesaria, pero no es, ni mucho menos, el bálsamo de Fierabrás, que todo lo cura. El paro tiene que ver, ante todo y sobre todo, con costes de despido, con sueldos elevados para los trabajadores que llevan más tiempo en la empresa, con la necesidad de reducir salarios para recuperar la competitividad, etc. Pero el documento no dice nada de eso; tan sólo insiste en la necesidad de formación y de innovar, para lo cual, por cierto, hacen falta empresas y empresarios, personas que asuman riesgos. De la importancia de la figura del empresario y de promover vocaciones empresariales para salir de la crisis, sin embargo, no hay una sola palabra en el documento. Claro que, ¿qué se puede esperar de un Gobierno que los demoniza un día sí y otro también? Y en lo referente a la reforma de la negociación colectiva, que el documento reconoce que no funciona como debería, todo queda en vaguedades, sin marcar dirección alguna al respecto, excepto a la hora de reafirmar el principio de centralización, cuando lo que, a todas luces, hace falta, entre otras cosas, es la descentralización de la misma. Ahora bien, como ello supondría socavar drásticamente el poder de los sindicatos, ese tema queda fuera de la negociación.

Por último, el documento incluye un apartado sobre política energética que es más de lo mismo. Los firmantes insisten en que hay que reducir la dependencia energética de España y, para ello, apuestan por las energías renovables pero no por la nuclear, como viene haciendo Zapatero desde 2004. Es decir, seguimos insistiendo en potenciar las energías más caras y rechazar de plano la verdaderamente limpia y barata sólo por cuestiones ideológicas, sin tener nada claro, además, cómo vamos a reducir nuestra dependencia del petróleo. Esta apuesta, sin embargo, es incompatible con cualquier estrategia de creación de empleo que no pase por reducir drásticamente los costes salariales, porque si aumentan los energéticos, aquellos tendrán necesariamente que reducirse para que las empresas puedan ser competitivas.

Pues bien, Zapatero ha querido hacer pasar todo esto como el gran plan para salir de la crisis, mientras se ve a sí mismo como el gran salvador de la economía española. Y, además, ha querido involucrar en la foto no sólo a los agentes sociales, que están obligados a ir porque viven del presupuesto, sino a todos los partidos políticos, en parte como coartada para las medidas impopulares que hay que tomar, en parte para dar a entender que no hay otra política posible más que la suya cuando no es cierto. No es de extrañar, por tanto, que los demás grupos políticos, que lo tienen calado hasta la saciedad, hayan rechazado de plano acudir a semejante representación, pensada para mayor gloria de ZP. De haber sido invitado, yo tampoco habría ido.

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