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Esto sí es realpolitik

Ante esta situación el único temor es que a los alemanes les acabe temblando la mano. Pero lo primero que hay que reconocer es este inesperado renacimiento de los principios básicos de la Unión.

Este crisis tiene algo bueno: es la mejor ocasión que vieron los tiempos pasados yhan de ver los venideros de arrojar el socialismo al vertedero de la historia, del que nunca debió salir.

El pacto de Deauville de octubre de 2010, y su coletilla llamada pacto de competitividad de febrero de 2011, destinados a ser completados de aquí al Consejo Europeo de finales de marzo, han dado la puntilla al–ya cuasi volatilizado por la crisis deudora–, modelo comunitario de la UE. 

Ya no cuenta el tratado de Lisboa, ni el papel mojado del de Maastricht, sino la fuerza de los hechos: la concertación y el equilibrio entre las naciones basado en su poder real. Realismo en estado puro. En este caso, por una vez y sin que sirva de precedente, tiene mucho de bueno.

La UE se construye sobre los tratados de los años cincuentabasados en fundamentos como la libertad de circulación de bienes, servicios, trabajadores y capitales, y la supresión de los aranceles. En los noventaen Maastricht se impulsó una unión económica y monetaria destinada a profundizar la unidad política, fundada en el euro y el estrechamiento de los lazos en otras materias. Este éxito original–germen de paz y prosperidad–, implicó la imposibilidad de sacar muchos más conejos de la chistera europea. Ni política exterior común, ni excesos en la armonización de otras legislaciones. Acabó así la UE controlada en su ociosidad por el ideal demagógico dominante entre las elites políticas de corte socialista: el burocratismo. Vivió de multiplicar regulaciones, sin hacer nada de calado. El punto más bajo de toda esta trayectoria fue la reescritura de la fracasada constitución en el tratado de Lisboa.

En estas ha llegado la crisis de la deuda, y, con ella, la imposición de la realidad económica y política. De acuerdo con esta hay dos países dominantes: Alemania y Francia. De manera incomparablemente más destacada que en otras épocas, están dispuestas a imponer su voz. Recuérdese que el momento en que la UE pudo ser otra cosa fue con el tratado de Niza, con un mecanismo de voto que propiciaba la participación de potencias menores. De aquello, pensado en origen para favorecer la incorporación de la Europa que salía del comunismo, no queda hoy mucho en la práctica, y quedará menos cuando entre plenamente en vigor el tratado lisboeta.

En la vía de los hechos, el Pacto de Deauville implica la transformación en permanente del mecanismo de rescate, mediante la modificación de los tratados, la asunción de las quiebras ordenadas a partir de 2013, y la posibilidad de sancionar a los países que incumplan los requisitos de deuda del pacto de estabilidad con la supresión de los derechos de voto. El otro acuerdo, llamado de competitividad, no es sino el desarrollo natural de lo decidido en Deauville: la aplicación de las reformas estructurales (pensiones, mercado laboral) que permitan crecer, siendo de nuevo aquí la espada de Damocles la posibilidad de que Alemania se retire del euro, o más sencillamente, se resista a poner más fondos para eventuales rescates.

Se vuelve así a los criterios de la diplomacia tradicional: los premios y castigos para orientar la postura de los países discrepantes, reticentes, o incumplidores. Alemania hace hoy algo más que sugerir, con el apoyo de Francia, que no va a permitir que su ortodoxia en el sostenimiento del euro sea puesta en peligro por la heterodoxia de otros más empeñados en gastarse el dinero público que en ahorrarlo o generarlo. Todo esto debería ser así desde el Tratado de Maastricht, pero la obligatoriedad de su cumplimiento siempre fue dificultada por la improbabilidad de las sanciones que preveía. Ahora es por la vía de los mecanismos ancestrales de la diplomacia por donde van a venir, fundadas en el poder y fuerza de las naciones, y en el equilibrio de poderes.

Ante esta situación el único temor es que a los alemanes les acabe temblando la mano. Pero lo primero que hay que reconocer es este inesperado renacimiento de los principios básicos de la Unión. Vuelven hoy, a la fuerza ahorcan, los fundamentos de una economía científica guiada según razón y no en función de las necesidades de la compra de votos.

Nadie pudo soñar jamás mejor castigo ejemplar para gobiernos socialistas en España, Portugal o Grecia, que el verlos obligados a aplicar recetas liberales por ser las únicas eficaces para salvarnos de la crisis. Ahora sólo hace falta que votantes y políticos saquen todas las consecuencias. Confiemos al menos en los primeros.

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