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Ignacio Cosidó

El islam democrático

La libertad no es un valor exclusivo de la civilización occidental, sino un principio universal que es aplicable a todos los pueblos en todos los momentos de la historia.

La libertad es una idea que anida en todo espíritu humano. Cuando al hombre le dejan elegir, siempre elige la libertad sobre la tiranía. En ocasiones está dispuesto a arriesgar incluso su propia vida por alcanzarla. La libertad no es un valor exclusivo de la civilización occidental, sino un principio universal que es aplicable a todos los pueblos en todos los momentos de la historia. Quién no entienda esto no puede comprender la revolución que sacude en estos momentos en el mundo islámico.

Nunca he creído que el Islam fuera incompatible con la democracia. Es más, existen una serie de valores morales que me hacen sentir políticamente más próximo a un musulmán demócrata que a un laicista radical. Puede haber interpretaciones del Corán, por desgracia no minoritarias, que sean contrarias a principios básicos de nuestros sistemas democráticos, en materias como la libertad religiosa, la igualdad entre hombres y mujeres o la separación entre Estado y religión. Hay también movimientos islamistas que han declarado la guerra a nuestras democracias por entender que somos su principal obstáculo al totalitarismo que intentan imponer, aunque esas corrientes si son por fortuna minoritarias y asesinen en su delirio terrorista muchos más musulmanes que no musulmanes.

Las revueltas en Túnez, en Egipto y ahora en otros muchos países de mayoría musulmana, incluso en un régimen tan brutal como el iraní, vienen a confirmar ambas cosas. El ansia de libertad que existe en todo ser humano y la apuesta democrática de sociedades muy mayoritariamente musulmanas. Quiénes piensan que la tiranía es un buen muro de contención de todo radicalismo, quiénes consideran que la estabilidad es el principio supremo del orden internacional o quiénes opinan que la democracia es un bien privativo de sus propias sociedades, miran con una mezcla de inquietud y desagrado las revueltas populares en esos países. Quiénes creemos que nuestra libertad depende en última instancia de la libertad de nuestros vecinos, quiénes pensamos que el mejor antídoto contra el totalitarismo es la democracia y quiénes defendemos la universalidad de la libertad y los derechos humanos, asistimos a los acontecimientos con una mezcla de alegría y compromiso por ayudar al éxito de esas difíciles transiciones.

La revuelta democrática ha prendido ya en Argelia y hoy puede extenderse a Marruecos, en el borde mismo de nuestras fronteras. Se desmiente así la posición del Gobierno español que negó desde el primer momento cualquier posibilidad de contagio de lo que sucedía en Túnez o Egipto a nuestro vecino del sur. Es cierto que la revolución tendrá en cada país una naturaleza y un alcance diferente en función de las circunstancias de cada caso, pero hay que estar ciego para pensar que algún país está inmunizado a esta eclosión social y política que se vive en el mundo islámico.

En España

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