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Antonio Robles

Una verdad inconfesable

Me dan menos terror los fines de ETA que la apatía por España de quienes no son de ETA.

Denunciado, reciclado y asumido el blanqueo de Bildu por el Tribunal Constitucional, España entera ha de tomar conciencia de su pasividad, mirarse al espejo y asumir su cobardía. El problema no es Bildu, el problema es la falta de carácter del pueblo español. Lo que tememos de Bildu es su realidad, la realidad de miles, posiblemente de cientos de miles, de ciudadanos vascos dispuestos a apoyarla, a dar la cara por ella, sin complejos. Exactamente lo que somos incapaces de hacer la inmensa mayoría de los españoles por España.

El problema no es Bildu, el problema no es ETA, el problema no es el presidente de la Generalitat negándose a cumplir las sentencias del Tribunal Supremo y del mismísimo Tribunal Constitucional, el problema tampoco es la ola de insurrección institucional en Cataluña: el problema es la cobardía, la desidia, la irresponsabilidad del pueblo español, de cada uno de los ciudadanos que miramos para otro lado, mientras ellos, los enemigos de España, despliegan pancartas para recibir al último preso de ETA puesto en libertad. Ellos no tienen pudor, ni se avergüenzan de grabar en pancartas la identificación de ETA con Bildu unas horas después de haber sido legalizados por el TC; lo exhiben porque confían en ellos mismos, porque creen en sus vísceras, porque olfatean la desbandada y la cobardía moral de una clase política española interesada y ridícula, incapaz de hacerse cargo de la grave responsabilidad que tiene a pesar del sueldo que cobran y el poder que ostentan.

La sociedad española está enferma de indiferencia; todo ocurre como si no fuera con ella, como si la Constitución y los derechos y deberes de todos los españoles formaran parte de la naturaleza de las cosas y no del esfuerzo, la renuncia y, en los momentos más dramáticos, de la sangre de tantas víctimas anónimas.

Me dan menos terror los fines de ETA que la apatía por España de quienes no son de ETA. La actitud del Gobierno de la nación frente a la impostura de Bildu hubiera sido otra si la determinación de los ciudadanos movilizados le recordaran lo cambiantes que pueden llegar a ser los votos. Nada hubiera sido tan inevitable si los medios de comunicación e intelectuales orgánicos estuvieran más ocupados en ejercer sus profesiones que en servir a sus señores. Y si eso fuera así, la sentencia del TC hubiera sido otra; porque aquí no ha fallado el derecho, sino la atmósfera social de temor y miedos para ejercerlo como lo ejerce cualquier Estado de Derecho seguro de sí mismo. Vivimos en una nube de fantasmas agitados por la determinación de soberanistas y terroristas. Esa atmósfera tiene acogotada a la clase política más descastada de nuestra historia (con la excepción de Fernando VII). Habría que recordarles que si no nos atrevemos a vivir como pensamos, acabaremos pensando cómo vivimos. Esa sería la derrota definitiva.

Y ahora sigan echándoles la culpa a los políticos y a los jueces, los ciudadanos nunca somos responsables de nada y los intelectuales siempre están de vuelta de un viaje que nunca hicieron. Tiempos de nihilismo para una nación con Don Quijote en el fútbol y con Sancho de botellón.

En España

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