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Ignacio Moncada

El debate de la Nación soñado

No caerá esa breva. Pero imaginemos que Zapatero sube a la tribuna del Congreso de los Diputados para abrir el debate del estado de la Nación, y anuncia que se va. Simple y llanamente, que dimite.

Vivimos una época en la que confundir los sueños con la realidad está a la orden del día. Son tiempos en los que las crisis económicas se superan con acampadas urbanas y ajustes contables en un banco central. En estos días un país se gobierna con éxito aplicando tan solo unas gotas de "talante y diálogo", recuérdese. El hambre mundial, tarea más sencilla, se erradica con discursos propios de una aspirante a Miss Universo. Véase, si no, a Moratinos como fallido pretendiente a director de la FAO. Aunque él, eso sí, no tiene pinta de miss y algo más sabrá de alimentación. En fin, que soñar es gratis y hoy me toca a mí.

No caerá esa breva. Pero imaginemos que Zapatero sube a la tribuna del Congreso de los Diputados para abrir el debate del estado de la Nación, y anuncia que se va. Simple y llanamente, que dimite. Que sí, que queda poco para marzo, unos meses nada más, pero que tras darle vueltas ha decidido que lo mejor era acortar la agonía. Sube, ajusta los micrófonos, se aclara la voz y anuncia elecciones para la vuelta del verano –estas fantasías tampoco dan para convocarlas antes, qué se le va a hacer–. Así, tan sencillo. Fin del zapaterismo y se baja el telón.

No sería cosa descabellada si no tuviéramos la clase política que tenemos. En estos meses de la basura que vivimos, Zapatero no deja de ser un títere, un muñeco del ventrílocuo Pérez Rubalcaba. Pese a que los suyos se empeñen, las elecciones no serán cuando el presidente diga, sino cuando al candidato socialista le convenga. La de Zapatero será una rúbrica zombie, testimonial, nada más. El hecho es que a Rubalcaba cada vez le interesa más acortar la agonía, y más aún cuando ya se da por hecho que ni quiera habrá tales reformas estructurales. Se espera, tarde o temprano, un volantazo del candidato respecto al actual cabeza de Gobierno. Que se le relacione, cuando haya que votar, lo menos posible con Zapatero. Aunque eso, en el fondo, signifique distanciarse de sí mismo. Admitamos que no es fácil. Pero el hecho es que El País, altavoz fundamental de Rubalcaba, empieza a sugerirlo como opción más acertada.

No está mal soñar de vez en cuando, pero siempre que se vuelva a la tierra antes de recrearse en la fantasía. Me temo que en este caso, decía, no caerá esa breva. La torpeza ha acompañado a este Gobierno desde que nació, y tiene pinta de que así morirá. La improvisación ha sido el procedimiento oficial de gobierno, y la contradicción la forma más habitual de animar al electorado. Doy por hecho que hasta que no se vaya Zapatero, la torpeza seguirá presente como método. Por ello, lo más probable es que en el debate del estado de la Nación que empieza no sea más que el terco espectáculo de Zapatero sobre la importancia de apurar la legislatura hasta sus últimas horas. Útil ejercicio de desgaste del muñeco de ventrílocuo para un más fácil volantazo político del candidato, que, llegada la hora, fijará las elecciones cuando a él más le interese.

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