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Antonio Sánchez-Gijón

La vuelta de los estados-nación

Las implicaciones mundiales de la guerra de Afganistán confirman que el estado-nación sigue siendo la espina dorsal del sistema internacional. Éstas son malas noticias para la corriente de pensamiento que postula la derogación de las leyes de los estados en favor de una legislación universal, emanada de un organismo supranacional como las Naciones Unidas, y la desaparición del principio de soberanía nacional en favor de una constitución, también universal, basada en las declaraciones pertinentes de derechos humanos, sociales, económicos y políticos, proclamados por aquel organismo internacional.

No hay ninguna virtualidad transformadora de la realidad mundial en los postulados adoptados por los universalistas anti-nacionales, como demuestra la guerra de Afganistán. Su filosofía política es una vía rápida a la anarquía, que los terroristas acaban por explotar. El gobierno talibán ha podido ser derribado con tanta facilidad precisamente por haber abdicado de todos los atributos de un estado-nación cuando se entregó a la guía espiritual y política de un aventurero como ben Laden. Y ha sido derribado por la acción militar del estado-nación más genuino del mundo: los Estados Unidos.

La salvaguarda militar de los primeros pasos para la normalización y reconstrucción de Afganistán se ha encomendado a una coalición de estados-nación bien reconocidos (Francia, Alemania, Italia, Turquía, España, etc.), bajo el liderezgo militar del estado-nación europeo más claro: el Reino Unido de la Gran Bretaña.

Parte de los países que han dado apoyo a la coalición internacional antitalibán lo han hecho con la esperanza de obtener a su vez apoyo de Occidente a sus naufragantes intentos de construir estados (Uzbekistán, Tayikistán, Kazakstán), en contra de los intentos islamistas, de tipo universalista, de construir una umma islámica, basada en su primera fase en la coacción, la subversión y el terror. En sentido simétrico, las concesiones hechas por Pakistán antes del 11-S al universalismo terrorista-islamista han producido graves quebrantos a los intereses del estado, obligado después de esa fecha a un giro de 180 grados en su política exterior bajo extrema presión por parte de Washington, algo no muy bueno para el ego nacional. La opinión pública más educada de Pakistán está de acuerdo en que la política pro-talibán, pro-islámica y contestaria de la estabilidad inernacional adoptada por Islamabad ha tenido como consecuencia su aislamiento internacional. La mejor esperanza de Pakistán reside ahora en las posibilidades que tenga el general-presidente Pervez Musharraf y una nueva generación de jefes militares, y las pocas fuerzas políticas democráticas, de llevar a cabo un programa nacional inspirado en su admirado Kemal Ataturk, destructor de un anárquico imperio multinacional y constructor de un estado-nación.

La lucha contra el terrorismo internacional no tiene forma de conducirse más que tocando a la puerta de ciertos estados-nación reconocidos. Los Estados Unidos han advertido a los gobiernos de Iraq, Corea del Norte, Yemen, Sudán, Siria y otros, perfectamente formados y reconocidos como tales estados, que pueden ser los próximos en la lista de ataque si dan cobijo o ayudan a redes terroristas. Allí donde no se puede tocar a la puerta del estado porque no lo hay, como en Somalia, se ha pasado la misma información a las fuerzas políticas que pudieran estar tentadas de ayudar a los terroristas, y se les ha hecho saber que se ha pedido la colaboración de estados-nación perfectamente reconocibles, como Etiopía, para neutralizar cualquier veleidad.

El objetivo de la coalición internacional para Afganistán post-talibán no puede ser otro que la formación, por las fuerzas internas vencedoras, de un estado-nación. No hay otra forma de resistir el fraccionalismo de sus grupos étnicos y los hábitos facciosos de sus fuerzas políticas que moverlas por el incentivo o la coacción a dotarse de instituciones que puedan hablar en nombre de una nación y de un estado. Ese fraccionalismo ha tenido ya, como nefasta consecuencia, la marcha libre de los prisioneros talibanes y voluntarios extranjeros, una vez que se hubieron rendido. No construir un estado-nación en Afganistán, o por la misma razón otros en el inmenso vacío de Asia Central, supone invitar a esos grupos a que se organicen otra vez, para actuar libremente contra el único sistema de organización que ha dado la poca o mucha estabilidad de que el mundo puede gozar: el que se basa en estados, formados sobre las bases de una comunidad nacional legítimamente constituída y reconocida.

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