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Antonio Sánchez-Gijón

El guión de otra guerra

La fuerza internacional de asistencia a la seguridad de Afganistán (ISAF) puede verse obligada a participar en un conflicto mayor que el de mantener y forzar la paz en ese desventurado país. Entre las fuerzas de ISAF figurarán más de 400 efectivos españoles

La plana mayor de la red terrorista Al-Qaeda, expulsada de Afganistán, sigue libre y escondida en algún país vecino. Su potencial de desestabilización más allá de las fronteras afganas debe medirse por la reciente crisis entre India y Pakistán, dos potencias nucleares. La posibilidad de una cuarta guerra entre esas dos naciones ha estado latente en los últimos años, pero fue exacerbada por el ataque contra el parlamento indio del pasado 13 de diciembre, perpetrado por terroristas ligados a los movimientos de liberación de Cachemira, fuertemente asociados con Al-Qaeda. Los movimientos fundamentalistas que respaldan a esos terroristas están firmemente implantados en la vida política de Pakistán. Su red de complicidades y apoyos dentro de Pakistán puede haber servido ya para esconder y defender a Ben Laden y sus secuaces. Se teme que los servicios de inteligencia pakistaníes, el malfamado ISI, no hayan roto el patrocinio y protección que siempre ejercieron sobre el movimiento talibán, una vez que el gobierno pakistaní empezó a colaborar con la coalición internacional antiterrorista liderada por los Estados Unidos, y que el general-presidente Pervez Musharraf destituyó los mandos superiores del ISI, en concordancia con su nuevo alineamiento político.

El ataque al parlamento indio parece haber servido admirablemente la estrategia de Al-Qaeda de encontrar un país-refugio alternativo a Afganistán. El ataque no podía sino provocar una reacción militar enérgica por parte de la India, como así ha sido. Esta reacción y la amenaza aneja de guerra tiene un efecto desestabilizador sobre el liderazgo de Musharraf, quien no puede alegar ante la opinión pública y la jerarquía militar el haber ganado ventajas estratégicas para Pakistán con su apoyo a la coalición internacional. En efecto, al Este, el régimen marioneta de los talibanes ha sido destruido y en Kabul han asumido el poder fuerzas opuestas a Islamabad. Al Oeste, la actitud agresiva de la India pone en evidencia la debilidad de la garantía de los Estados Unidos a Musharraf. En el interior, el conglomerado fundamentalista, que es a un tiempo pro-talibán y pro Al-Qaeda, intentará levantar la bandera del nacionalismo y la usará contra el moderado e indeciso Musharraf. Puede que esta convocatoria sea algo más potente que la basada en invocaciones religiosas, que falló cuando la guerra comenzó y el régimen resistió la débil presión de la calle en contra de los Estados Unidos. Esta vez Pakistán corre el peligro de que las tensiones de Afganistán le contagien.

El presidente de la administración interina de Kabul (AI), Hamid Karzai, ha agitado el patio pakistaní con su declarada política pro-india. El 30 de diciembre pidió al enviado especial de la India a Kabul la participación de este país en la reconstrucción de Afganistán, y declaró que la India era su segundo hogar. Es sabido que la plana mayor de la AI (Exteriores, Defensa e Interior) pertenece a la importante minoría étnica de los tayikos, que tiene inclinaciones pro-indias. Tres ministros de la AI han visitado la India en diciembre. Todo esto no puede sino intranquilizar a la mayoría pastún de Afganistán, inclinada a Pakistán, y que se siente subrepresentada en el gobierno de Kabul.

Conocida la, al parecer, insalvable fractura étnica entre los diversos pueblos de Afganistán, y sus instintos facciosos, no sería de extrañar que algunos líderes se prestaran de nuevo a jugar el papel asignado por las potencias del área.

Aunque a la India, en el fondo, no le interesa la desestabilización de Pakistán, parece lógico pensar que a Al-Qaeda y a lo que queda del liderazgo talibán sí le interesa, porque restauraría un régimen islamista y militarista en Islamabad, como los del pasado, aunque entonces fueron moderados por la influencia de los Estados Unidos. Hay indicios de que el fin del régimen talibán es sólo la fase preliminar de un conflicto mayor, deliberadamente buscado por Al-Qaeda. Entonces la ISAF se encontraría en medio del fuego cruzado de potencias rivales. Sería cosa de que los países que aportan fuerzas a ISAF fueran pensando en este tipo de eventualidades.

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