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Xavier Reyes Matheus

Novelas para entender Venezuela (y 2)

El proyecto de Bolívar no concibió nunca a América como una zona desgajada de Occidente, sino todo lo contrario. Ha sido la izquierda indigenista y chavista la que ha pretendido convertir el bolivarianismo en un movimiento antisistema.

El proyecto de Bolívar no concibió nunca a América como una zona desgajada de Occidente, sino todo lo contrario. Ha sido la izquierda indigenista y chavista la que ha pretendido convertir el bolivarianismo en un movimiento antisistema.
Teresa de la Parra | Archivo

La guerra de la independencia hizo conocer a los venezolanos la experiencia del exilio. Una generación de criollos descendientes de las oligarquías coloniales se vio obligada a huir de la anarquía que se apoderó de todo con aquel enfrentamiento que, a pesar de las distintas banderas, fue fundamentalmente una guerra civil. El regreso a la patria solo resultó posible tras un cruento periodo cuyo saldo no fue sólo la expulsión de España del territorio americano, sino también el derrumbe de los grandiosos proyectos bolivarianos sobre la unidad del Nuevo Mundo. Bloqueados por las luchas intestinas, esos planes dieron paso al más modesto y posibilista proceso de construcción de los Estados nacionales, casi siempre bajo la tutela de un caudillo capaz de erigirse como garante del orden. Para el caso de Venezuela, fue el general José Antonio Páez, antiguo héroe de la independencia, quien puso la república bajo la custodia de su espada. Eso permitió soñar con la implementación de un Gobierno civil, integrado por jóvenes que desde Europa desandaban los pasos del destierro y que podían aplicar al país los ideales de un liberalismo doctrinario asentado en los valores de la burguesía conservadora. Ejemplo de ello en Venezuela fue la presidencia de José María Vargas, un destacado médico que se había pasado los años del exilio especializándose en la Universidad de Edimburgo. Su retorno a Venezuela y su malogrado mandato se convirtieron en un símbolo de la impotencia de lo cívico frente al autoritarismo; en la demostración de que un presidente sin pistola no era capaz de hacerse obedecer.

Tras la caída de Páez, la incipiente República de Venezuela se abismó en una constante inestabilidad política que sometió la propiedad privada al albur de las montoneras y los espadones, y que reforzó el vínculo de las elites criollas con una Europa en la que vidas y capitales se encontraban mejor reguardados. Se desarrolló entonces lo que Carlos Rangel denominó "cultura de inquilinos": una forma de pertenecer desde fuera a la nacionalidad recién creada. Paradójicamente, eran esas mismas elites errantes las que estaban en capacidad de construir un relato y una cultura nacionales a la altura de los nuevos países que surgían en Europa, aureolados del prestigio de la literatura, la música y la pintura patrióticas. Pero ello no resulta del todo contradictorio, habida cuenta de que el proyecto de Bolívar no concibió nunca a América como una zona desgajada de Occidente, sino todo lo contrario. Ha sido la izquierda indigenista y chavista la que ha pretendido convertir el bolivarianismo en un movimiento antisistema.

Esa duplicidad de la mirada que la hace ser a la vez propia y foránea es lo que se halla perfectamente plasmado en Ifigenia (1924), de Teresa de la Parra (reeditada en España por Montesinos en 2007). La autora, hija del cónsul de Venezuela en Berlín, había nacido en París en 1889 y moriría de tuberculosis en Madrid meses antes de estallar la guerra civil española. La novela salió por primera vez en la Ciudad Luz publicada por Franco-Ibero-Americana con el subtítulo Diario de una señorita que escribió porque se fastidiaba, y es un relato en el que la propia Teresa asoma por debajo del personaje de María Eugenia Alonso: una muchacha de familia aristocrática que ha pasado su primera infancia en una hacienda venezolana y que ya crecida, una vez terminados los estudios en Europa, vuelve con todo el bagaje de sus hábitos primermundistas y de su gusto afrancesado al encuentro de ese mundo provinciano y sencillo al que realmente pertenece. A primera vista, María Eugenia encarna sobre todo a la mujer librepensadora, capaz de sobreponerse a los convencionalismos sociales y de defender, siquiera en la soledad de sus meditaciones, la autonomía de su criterio. Pero el mundo interior de la protagonista y el exterior de la Venezuela atrasada y pacata no se oponen en términos de blanco o negro: hay entre ellos una cierta complementariedad; una especie de síntesis que traduce y refleja la naturaleza del criollo.

En la segunda novela de de la Parra, Memorias de Mamá Blanca (1929), la joven contestataria y de ideas calenturientas aparece cambiada en una anciana apacible que desde la distancia vuelve sus pensamientos a la hacienda de su niñez, Piedra Azul, con una nostalgia sonriente y sabia. La evocación del mundo infantil es una imagen del Paraíso perdido, pero no ha sido sólo la edad adulta lo que ha expulsado a la protagonista de aquel Edén, sino también la ciudad, con sus usos modernos y sus formas afectadas. En la naturalidad feudal de Piedra Azul existían las jerarquías sin opresión; la familiaridad sin igualaciones; la honestidad sin policía; la educación sin colegio; la libertad sin democracia. Lo criollo ha podido deshacerse aquí de sus pretensiones cosmopolitas; ha podido renunciar a las sofisticaciones de la alta cultura y de la moda y buscar sus raíces en el orden casi teológico legado por el Antiguo Régimen. Con la mejor prosa de toda la literatura venezolana; con el estilo más entrañable y logrado de todos los autores de aquel país, el español diáfano de esta novela nos llama hoy a preguntarnos, a los compatriotas de Teresa, en qué viscoso charco de petróleo quedaron embarrados los valores tradicionales de la sociedad que precedió a la nación: el respeto, la decencia, la frugalidad. ¿Fue todo eso una mera idealización de los criollos, que imaginaron un pueblo bueno y fiel a la medida de sus ambiciones políticas? ¿Cómo terminó aquella gente simple, habitante de un país pobre y pintoresco, convertida en la caterva de malandros que hoy administran con sangre y con miedo la debacle de un país rico?

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