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Amando de Miguel

El progresismo de la berza

La horda progresista en el poder va a significar, con toda probabilidad, la liquidación de España.

La horda progresista en el poder va a significar, con toda probabilidad, la liquidación de España.
El vicepresidente del Gobierno de España.

Los plumíferos progresistas, que son legión, sacan mucho partido a este cómodo estribillo: "La derecha no tolera que gobierne la izquierda". Naturalmente, tal genial enunciado se completa con este corolario: "La izquierda sí tolera que gobierne la derecha". Ambas declaraciones son falsas, pero, repetidas, adquieren notables grados de verosimilitud. Además, el hecho de mantenerlas da buenos réditos en forma de probabilidades de acceso al poder, a modo de cargos y de otras posiciones bien remuneradas. Las cuales suelen ser reproductivas: cada una de ellas constituye un mérito para otras que han de venir.

Hay que completar el argumento. En efecto, en la España actual las derechas se sienten profundamente incómodas cuando el progresismo se instala en el poder. La incomodidad se precipita por tres series de hechos:

1. Un Gobierno progresista como el actual se compone de sujetos profesionalmente incompetentes; salvo excepciones, claro. La prueba fehaciente es que el presidente del Gobierno, el eminente doctor Sánchez, no ha sido capaz de defender su tesis doctoral como una investigación propia. De ella no ha salido ninguna publicación mínimamente interesante, como suele suceder en la generalidad de los casos. Nadie recuerda que el doctor Sánchez haya enunciado una sola idea influyente en materia económica. No extrañará que, del doctor Sánchez para abajo, sus adláteres se muestren como mediocres farautes. Tengo que recurrir a un argentinismo para calibrar estos especímenes: son unos chantapufis, esto es, una mezcla de protervos, indocumentados y cursis.

2. Lo anterior no sería tan grave si consideramos que el círculo culto en la España actual tampoco es que se acerque precisamente a la categoría de la escuela de Atenas, según el famoso cuadro de Rafael. Sin embargo, a los gobernantes y sus acólitos habrá que exigirles un cierto grado de excelencia.

3. Lo verdaderamente preocupante es que la horda progresista en el poder va a significar, con toda probabilidad, la liquidación de España. Eso es lo que debería destapar el máximo nivel de intolerancia por parte de la población sana. En ese caso la intolerancia puede llegar a ser una excelsa virtud cívica. Como explicó en el podio del Congreso de los Diputados la portavoz de Esquerra Republicana de Catalunya, un grupo en el que se apoya el Gobierno: "La gobernabilidad de España me importa un comino". Hay que entender que lo del "comino" es un conocido ñoñismo para sustituir una palabra más rotunda. Es decir, a los diputados de Esquerra realmente España les importa un carajo (la palabra está en el diccionario), sin perjuicio de seguir cobrando del Estado. Lo grave es que han sido una de las claves para entronizar al nuevo Gobierno y, por tanto, contribuir a la dichosa gobernabilidad.

Después de considerar esa triada de hechos, se puede empezar a comprender la intolerancia hacia el nuevo Gobierno que manifiestan muchos españoles de la derecha, que son aproximadamente la mitad de la población.

Nadie discute la legalidad del nuevo Gobierno. Otra cosa es la legitimidad, que es una cuestión de grado, pues se apoya en el sentimiento de la opinión pública, bien es verdad que variable. La prueba es que el nuevo Gobierno, después de un año de intentarlo, al final solo salió por dos votos de diferencia en el Congreso de los Diputados, y eso que fue apoyado por una docena de partidos. Lo contrario de legítimo es espurio (aunque algunos dicen "espúreo"), esto es, inauténtico para una gran parte de la población. Precisamente, gobernar consiste en ir ganando trozos de legitimidad.

Cabe discutir la premisa de que el actual Gobierno va a traer consigo la destrucción de España. Sería un enunciado disforme si solo fuera una acción del PSOE. Pero su programa se tiñe más de las querencias de Unidas Podemos, festoneadas, además, con las utopías secesionistas de los vascos y catalanes levantiscos. Si todo eso no equivale a la liquidación de España, que venga Dios y lo vea.

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