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Pedro Fernández Barbadillo

Cuando Hitler perdió sus planes de invasión de Francia

Lo que demuestra la Historia es que quienes disponen de esas informaciones no suelen usarlas, porque no conocen su importancia y tampoco su exactitud.

Lo que demuestra la Historia es que quienes disponen de esas informaciones no suelen usarlas, porque no conocen su importancia y tampoco su exactitud.
Hitler y Mussolini en 1940 | Cordon Press

En el cine y la literatura, se hace depender el destino de una guerra, y ahora del mundo entero, como en las películas de superhéroes, de un mínimo acontecimiento, en una versión actualizada del dicho

"Por la falta de un clavo fue que la herradura se perdió.

Por la falta de una herradura fue que el caballo se perdió.

Por la falta de un caballo fue que el caballero se perdió.

Por la falta de un caballero fue que la batalla se perdió.

Y así como la batalla, fue que un(a) reino se perdió.

Y todo porque fue un clavo el que faltó"

En estas películas y novelas, una sola persona descubre la fecha y el lugar de la Operación Overlod o el código de lanzamiento de unos misiles nucleares. Cuando acaba el espectáculo, muchos se preguntan, ¿qué habría pasado si…?. Si Londres y París hubiesen sabido que ese alborotador callejero que era Adolf Hitler iba a alcanzar el poder en Berlín. Si los generales y diplomáticos alemanes hubiesen presentido que los bolcheviques a los que financiaron contra el Gobierno ruso treinta años más tarde arrasarían su país. Si el rey portugués Juan II hubiera aceptado los planes de Cristóbal Colón de navegar hacia el oeste por el Atlántico.

Lo que demuestra la Historia es que quienes disponen de esas informaciones no suelen usarlas, porque no conocen su importancia y tampoco su exactitud.

El 10 de enero de 1940, con la Segunda Guerra Mundial ya comenzada, los Aliados dispusieron de la confirmación del ataque alemán contra Francia, Bélgica y Holanda, pero exactamente cuatro meses después las tropas de Hitler irrumpieron en esos mismos países y lo arrollaron.

La «guerra de broma»

La guerra estalló en los primeros días de septiembre, cuando Alemania invadió Polonia y Francia y el Imperio británico defendieron a su aliada. Antes de acabar ese mes, Polonia fue desmembrada por los alemanes y los soviéticos. En las semanas siguientes, la URSS de Stalin se anexionó Lituania, Letonia y Estonia, y atacó Finlandia.

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Soldados alemanes desfilando frente al Palacio Real de Bruselas durante 1940

Mientras las armas rugían en Europa oriental y los polacos comenzaban a padecer su mayor prueba como nación, el frente occidental, reducido a la frontera entre Alemania y Francia no se movía. El duce Mussolini, vinculado a Hitler por el Pacto de Acero, mantuvo la neutralidad de Italia. El general Franco ordenó la "más estricta neutralidad" a los españoles. Los pequeños países fronterizos de las grandes potencias esperaban salvarse del fuego como habían podido hacer algunos en la Primera Guerra Mundial. Los episodios bélicos se redujeron al mar (hundimientos del Royal Oak y del Admiral Graf Spee, entre otros) y operaciones aéreas. Por ello, en esos meses se habló de la ‘guerra de broma’ (‘Sitzkrieg’, ‘drôle de guerre’ o ‘Phoney War’), que no implicaba que los Gobiernos y los estados Mayores estuvieran ociosos.

En octubre de 1939, Hitler ordenó al alto mando alemán (OKW) la elaboración de un plan, que recibió el nombre de Caso Amarillo, para la conquista de Francia con la penetración armada en Bélgica y Holanda, para eludir las fortificaciones de la Línea Maginot. Así lo hicieron los generales Franz Halder y Walther von Brauchitsch, que casi copiaron el plan Schlieffen-Moltke aplicado en 1914. Éste no consiguió envolver a los franceses ni derrotarlos, pero implicó a Gran Bretaña en la guerra al invadir Bélgica.

La fecha del ataque se fue retrasando, a causa, sobre todo, del tiempo. Al recibir pronósticos meteorológicos de mejora del tiempo, por fin Hitler tomó la decisión el 10 de enero de 1940 de activar Amarillo el 17. Precedería al desplazamiento de dos millones de soldados y de sus miles de vehículos y cañones una serie de bombardeos de la Luftwaffe sobre los campos de aviación franceses.

Sin embargo, el mismo día 10 Amarillo cayó en poder de los Aliados. Y no por la acción de un espía o la interceptación de comunicaciones, sino por la imprudencia de dos oficiales alemanes.

El incidente de Mechelen

El día 9, el comandante Helmuth Reinberger, responsable del aprovisionamiento de la 7ª División de Paracaidistas, que tenía asignada la misión de saltar en Namur, detrás de las líneas belgas, aceptó la invitación de su amigo el comandante Erich Hoenmanns de llevarle a Colonia en un Messerschmitt Bf 108, un avión usado en operaciones de reconocimiento.

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Aunque el mando había dado orden estricta a los oficiales de no viajar en avión con planos y documentos calificados secretos, Reinberger lo hizo. El Bf 108 despegó de una base aérea cercana a Münster en la mañana del 10, pero el piloto se perdió debido a la niebla y aterrizó en un campo cercano a Mechelen (Maasmachelen), ciudad belga de la provincia de Limburgo. Hoenmanns había atravesado las fronteras de los Países Bajos y Bélgica. Un campesino les informó de que estaban en territorio extranjero y entonces Reinberger trató de quemar sus documentos; lo consiguió sólo parcialmente, antes de ser detenidos él y su amigo por guardias de frontera.

En cuanto se supo la noticia, publicada además por los periódicos belgas, Hitler montó en cólera, pero mantuvo la fecha de inicio de Amarillo, ya que los planos que portaba Reinberger no eran completos y, además, el diplomático alemán que se reunió con los oficiales detenidos comunicó el 13 que se habían destruido en su mayoría.

El Gobierno belga se puso en contacto con el francés para compartir la información. Se dedujo de los restos de los documentos que Alemania preparaba la invasión de Bélgica, Holanda y Luxemburgo, y el rey Leopoldo III avisó a los monarcas vecinos.

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La duda que se planteaba a los Aliados consistía en averiguar si esos planos eran verdaderos o falsos. Todo el incidente bien podía ser una trampa del espionaje alemán para que los propios belgas rompiesen su neutralidad y diesen así una excusa para la reacción alemana o para persuadir a los franco-británicos a trasladar tropas lejos del centro del ataque enemigo.

Lo mismo les ocurrió a los alemanes cuando Elyesa Bazna, el mayordomo del embajador británico en Turquía, vendió a la Abwehr numerosos documentos secretos, incluidos detalles sobre el desembarco anglo-británico en Francia en 1944. ¿Era un engaño?

Los alemanes mejoraron su plan

El general francés Maurice Gamelin ordenó el desplazamiento de tropas hacia la frontera, con la intención de unirse al Ejército belga y formar la defensa del pequeño país. Sin embargo, Bruselas no concedió el permiso de entrada; según unas versiones, el Gobierno de Herbert Pierlot no recibió suficientes garantías, sobre todo del primer ministro británico Chamberlain, respecto a la unidad territorial de Bélgica y de su colonia africana del Congo belga.

Al final, Amarillo no se ejecutó porque no se produjo la mejora en el tiempo. Hitler pospuso la ofensiva primero al 20 de enero; y el 16, debido al empeoramiento climatólogico (lluvia y niebla cerrada), la canceló.

La principal consecuencia del incidente de Mechelen consistió en que Hitler ordenó una reelaboración de Amarillo y aceptó la propuesta del general Manstein de centrar la fuerza del ataque en las Ardenas. El plan de Manstein, iniciado el 10 de mayo, condujo a la toma de París, el derrumbe completo de Francia y la retirada de la BEF (British Expeditionary Force) en Dunkerke.

Los dos oficiales que provocaron esta crisis, a pesar de todo, tuvieron suerte. Fueron trasladados a campos de prisioneros en Gran Bretaña y luego en Canadá, y regresaron a Alemania durante la guerra en sendos intercambios con militares británicos. El Reich apenas les castigó por su imprudencia

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