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Amando de Miguel

Seleccionar a los dirigentes es la tarea del siglo

Caminamos hacia una sociedad tan complicada en las relaciones de producción y comunicación que por fuerza se hace imprescindible seleccionar mejor a los que mandan o dirigen.

Siempre se dijo que en España era necesario seleccionar bien a las minorías rectoras para evitar la "rebelión de las masas", la imposición de la mediocridad. Era la tesis de los regeneracionistas del siglo XIX y de Ortega y Gasset en el XX. No por repetido, el cansino tópico deja de ser necesario. Es más, caminamos hacia una sociedad tan complicada en las relaciones de producción y comunicación que por fuerza se hace imprescindible seleccionar mejor a los que mandan o dirigen.

Es cierto que destacan en España muchas y muy buenas escuelas de negocios (tienen diversos nombres). La Administración Pública dispone de eficientes servicios de formación de altos funcionarios. Pero en el mejor de los casos eso no es más una aproximación táctica muy parcial de lo que se necesita. Hacen falta unos aproches estratégicos mucho más generales y ambiciosos. Para empezar, la buena selección de una clase dirigente en toda regla pasa por ser la coronación de un buen sistema educativo. El nuestro parece manifiestamente mejorable, si lo comparamos, por ejemplo, con los modelos de Finlandia, Japón o incluso Francia o los Estados Unidos.

Un buen sistema educativo, en todos sus niveles, desde el kínder hasta el postgrado, debe basarse en el predominio del esfuerzo y la emulación. Son virtudes que, mal que bien, se han desplegado en la actividad deportiva, pero siguen resultando ajenas al mundo de la enseñanza, que es algo más que la educación. En ese ramo predominan ahora otros valores. Cito como ejemplos el de la igualdad entre los sexos (géneros, por mor del puritanismo importado), el arrinconamiento de la lengua castellana (inmersión lingüística), el logro del título o grado a toda costa. Antes por lo menos teníamos el culto a la excelencia que significaba el sistema de exámenes competitivos o las calificaciones meticulosas de los estudiantes. Ahora, ni eso. A trancas y barrancas perviven algunos centros de enseñanza que consideramos selectos, pero el elitismo se convierte en una tacha para la opinión pública. El ambiente que domina es el igualitarismo, es decir, la mediocridad. Hay un Ministerio de Igualdad (que más parece un título de la novela de Orwell, 1984). Mejor sería un Ministerio de la Excelencia.

Al menos, los partidos políticos (que tienden a considerarse formaciones) deberían prestar más cuidado a la formación continua de sus elementos más activos. Acaso se olvidan de que su objetivo es dirigir el sector público, sea nacional, regional o local, del modo más eficiente. No basta con el currículum convencional de títulos académicos (hay que suponer que conseguidos sin trampas; sin copiar la tesis doctoral, vaya) y el desempeño de distintos cargos. El mundo al que vamos requiere muchas más exigencias, no ya educativas, sino de estricta capacidad directiva e incluso de conducta ética y patriótica. Es evidente que solo unos pocos valen para dirigir. Se trata de seleccionar y formar tales vocaciones en la edad temprana. Hay que proveerlas de todos los recursos posibles de conocimientos, habilidades organizativas y de relación. Mal que bien, eso es lo que hacen algunas escuelas de dirección de empresas. La primera que hubo se llamó "de Organización Industrial" (todavía existe; yo pasé por ella) y se benefició de las primeras ayudas económicas de los Estados Unidos. Pero la dirigencia se extiende hoy a otros muchos aspectos, además del empresarial o el funcionarial. Por ejemplo, mi experiencia me dice que la burocracia de los hospitales deja mucho que desear, a pesar de la apariencia de los cachivaches informáticos. La tarea completa está por hacer.

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