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Rosa Belmonte

El rastro de las babas

Nevenka, que y acabó yéndose fuera de España por culpa de un baboso, y otros casos célebres de acoso.

Nevenka, que y acabó yéndose fuera de España por culpa de un baboso, y otros casos célebres de acoso.

Jemima Khan pagó la fianza de Julian Assange igual que Naomi Clark, en Sensación de vivir, dio su pasta a la gurú Sona, cantamañanas más cercana a la vidente de El Escorial que a alguien capaz de proporcionar paz interior. Yo, más que de Jemima, que también, soy fan de su fallecido padre, Sir James Goldsmith, que el día en que ella se casó con Imran Khan se acercó a éste y le dijo: “Me gustas mucho como primer marido para mi hija”. El matrimonio duró hasta 2004. Las ricas también lloran en cuestiones de menosprecio femenino. Pero menos. Tiene mucha razón cuando, revolviéndose, critica a los medios: “¿Puede citarme alguien a un hombre al que llamen socialite”. También se queja de que a los activistas varones no se les hace de menos por ser famosos o mujeriegos. Hombre, Bob Geldof siempre nos ha parecido un mamarracho.

En The New Statement, Jemima confiesa que vio a Assange como el nuevo Jason Bourne pero que sería una pena que acabara convertido en L. Ron Hubbard. Después de que la millonaria retirara su apoyo al cliente de Garzón (en 2010 pagó su fianza de 30.000 libras y la perdió cuando el muy chancho se refugió en la embajada de Ecuador), ha salido Vivienne Westwood a criticarla. A criticar el feminismo ciego (por las acusaciones de violación, pero Jemima no se ha desencantado por eso, sino por ser Wikileaks culpable de la misma opacidad y desinformación que denuncia). La diseñadora apoya al muchacho. Sus camisetas ‘I am Julian Assange’ han recaudado 3.000 libras para Wikileaks, una minucia al lado de lo que dio Jemima. Esta es productora del documental We steal secrets: The story of WikiLeaks, del que Assange abomina y que se presentó en enero en Sundance. Curiosamente, en el mismo festival y en el mismo mes, se estrenó Anita, el documental sobre Anita Hill, la jurista que en 1991 denunció a Clarence Thomas por acoso sexual cuando este fue nombrado por Bush padre juez del Tribunal Supremo. Antes de la confirmación, el Senado sometió a Hill a un vergonzoso linchamiento masculino, unas famosas y humillantes audiencias que dejaron a Joseph McCarthy en abuelita de Piolín. Uno de aquellos senadores luego se disculpó. Tal fue el impacto en su día que las candidatas a senadoras empezaron a incluir un fijo en sus discursos: tenía que haber más senadoras en la cámara para que eso no volviera a suceder. Esas audiencias y su testimonio sobre el acoso sexual (cómo era aquello de la lata de Coca Cola y el pelo púbico) resultan asquerosas. ¿Por qué ahora el documental? Anita Hill, profesora de Derecho, ha dicho que aunque recordar aquello le resulta doloroso cree que es importante que las nuevas generaciones tengan conocimiento de ello.

El juez Thomas fue confirmado por el Senado (una decisión política) pero el caso de Anita Hill convirtió el acoso sexual en parte de las conversaciones. El número de norteamericanos que creyeron su testimonio fue creciendo, su figura se convirtió en un símbolo por haber dado la cara (para que se la partieran) y el número de denuncias por acoso sexual aumentó. Toni Cantó seguramente tiene algo que decir al respecto.

De nuestra Nevenka, que llegó diez años después y acabó yéndose fuera de España por culpa de un baboso, no hay documental, solo el libro de Juanjo Millás (Hay algo que no es como me dicen). También está el rastro de las babas. Ahora estamos en Ponferrada con que si el PSOE, si Rubalcaba, si menudo ridículo político. ¿Pero y todos esos ciudadanos que volvieron a votar al acosador condenado? Pues sí, hay gente a la que le da igual si un tipo es despreciable, gente que cree que Assange es un héroe, gente a la que le gusta el blog de Adriana Abascal y hombres que dicen ser feministas. Pero, como asegura la escritora Kathy Lette, lo hacen solo con la esperanza de conseguir echar un polvo.

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