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Santiago Navajas

Las polladas de Almodóvar

Reina de su particular Gaylandia, Pedro Almódovar ha metido la pata hasta el fondo con 'Los amantes pasajeros'.

Reina de su particular Gaylandia, Pedro Almódovar ha metido la pata hasta el fondo con 'Los amantes pasajeros'.

En Granada se utiliza mucho la expresión "lavín ni pollas" (pronúnciese con la boca relajada y, en lugar de la s del plural, hágase la a final muy abierta). Lavín es una contracción de "la Virgen" (la de las Angustias, patrona de la ciudad), y expresa fundamentalmente sorpresa, mientras que "ni pollas" no tiene un sentido preciso, sino que se usa en distintos contextos para expresar un sentimiento mezcla de indignación, decepción y repugnancia.

En la ciudad de la Alhambra, este seguramente es el comentario crítico más usado a la salida de Los amantes pasajeros, la última película de Pedro Almodóvar.

Para comprender la reacción de los granaínos hay que abundar en otro término también muy peculiar de ellos: pollardear, que viene a significar "dar vueltas, hacer el tonto". Porque, efectivamente, lo que ha hecho el realizador manchego ha sido pollardear alrededor de su obsesión favorita, "hablar mucho de pollas y mamadas". En principio, nada que objetar, del mismo modo que a Tarantino le da por la violencia o a Spielberg por el sentimentalismo. No es el contenido lo determinante, sino la adecuación entre lo que se cuenta y la forma de contarlo.

En El País es tradición que, coincidiendo con el inicio de la temporada de toros, Manuel Vicent publique su tan esperado como rutinario artículo despotricando contra lo que considera la barbarie taurómaca. En el mismo sentido, se ha convertido en una costumbre que, tras el estreno de una película de Almódovar, uno de sus críticos, Carlos Boyero, lance toda una serie de denuestos y escupitajos verbales sobre el director manchego. Es como una sesión de bondage cinéfilo, en la que el dominante crítico azota inmisericorde –ay, si su teclado fuese una buena fusta, que diría Antonio Machado– al cineasta. Una particular relación sado-maso cinematográfica. Sostiene Boyero que Los amantes pasajeros es de vergüenza ajena, pero como lo dice siempre de Almodóvar, sustituyendo cualquier tipo de análisis por una sarta de improperios, es como si le preguntásemos a un culé su opinión sobre Mourinho: ya puede haber ganado éste la Décima para el Madrid que le daría igual...

Los amantes pasajeros es una vuelta al universo primigenio de la movida madrileña que vio nacer a Almodóvar; una cinta loca en el sentido habitual (sin mucho orden ni concierto) y en el específico del ambiente gay (afeminada, que exalta, exagera e incluso hace apología de la pluma). Aunque más que de una aséptica vuelta habría que hablar más bien de un estrepitoso fracaso. Porque del mismo modo que las locas se agrupan en pandillas, Almodóvar vuelve a rodearse de su secta de fans aduladores, que le ríen las gracias y le dicen lo divino que es mientras vuelve a abusar del estereotipo del gay Priscilla, reina del desierto, reduciéndolo a una caricatura que, si en los años 80 tenía su gracia, porque ayudaba a romper la mordaza y la represión que aún padecían los homosexuales, ahora resulta tan patético como el gay obeso y encanecido que sigue pretendiendo ser el mismo que vestía mallas de lycra y escandalizaba a las señoras de abrigos de visón gritando su particular versión del casposo "caca, culo, pedo", en este caso "mamada, maricona, pedo" (el pedo es la constante que conecta al macho heterosexual español y al no menos machote homosexual ibero, a Mariano Ozores con Pedro Almodóvar, por aclararle las cosas a Boyero).

Pero si en cuanto al humor es un fiasco, cuando Almodóvar está de juzgado de guardia es cuando pretende elaborar una metáfora de crítica social sobre la corrupción política en España que serviría para un programa especial del Gran Wyoming en La Sexta . Pedro Almodóvar dando lecciones de moral es tan ridículo como aquellos anuncios de Maradona recomendando no consumir cocaína. Y, lo que es peor, no combina nada bien la subversión que pretende ser la película con el mensajito bienintencionado y simplón de un director de caja de ahorros huyendo a México. Aunque Almodóvar presuma ser una combinación hipster entre Dragonstea din tei y Come, fly with me, no pasa de ser una versión progre de los casposos sketch de José Luis Moreno para Escenas de un matrimonio (bisexual).

Reina de su particular Gaylandia, y tras la realmente sublime La piel que habito, la poderosa aunque imperfecta Los abrazos rotos o la lírica y sutil Volver, Pedro Almódovar ha metido la pata hasta el fondo con Los amantes pasajeros. Lejos del sofisticado surrealismo de Muchachada Nui o la conexión con el humor de la España profunda de José Mota o Carmen Machi, Almódovar ha pretendido reivindicarse citando las anglosajonas mencionadas, con las que no tiene el más mínimo feeling. Y lo peor es que, como él mismo reconoce, su círculo no le permite saber nada de lo que ocurre a su alrededor. En su burbuja se sentirá toda una reinona, pero, como Gloria Swanson bajando enfáticamente una escalera con los ojos muy abiertos, quizá no se da cuenta de que él sigue siendo el mismo pero el cine, no.

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