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Stas Radziwill

Ana Botella y Margaret Thatcher

Como en el PP sigan enunciando su nombre en vano, van a lograr que Thatcher salga de su tumba y les atice en la cabeza con su bolsito de mano.

Como en el PP sigan enunciando su nombre en vano, van a lograr que Thatcher salga de su tumba y les atice en la cabeza con su bolsito de mano.

El esposo de Ana Botella y Margaret Thatcher se encontraron por primera vez a principios de los noventa cuando Aznar era tan solo el recién elegido líder de la derecha española. Aznar era entonces una persona austera y trabajadora sobre cuyas espaldas había caído la titánica misión de llevar al poder a un partido recién refundado y que tenía en su contra a la Casa Real, a la mayoría de la sociedad, a la mayoría de la prensa escrita y radiofónica y al cien por cien de los canales de televisión. Sin embargo y a base únicamente de esfuerzo y mérito, valores supremos de la ideología thatcherista, el marido de Botella logro llevar a su partido hasta el poder, y desde el poder intentar cambiar una serie de hábitos negativos –como el estatismo o la falta de solidez institucional– profundamente enquistados en la sociedad española.

Nada queda en el Partido Popular actual de los valores thatcheristas de mérito, capacidad y esfuerzo, cuya aplicación en los años noventa tan buen resultado dio al Partido Popular y sobre todo a España. Y nadie como Ana Botella, su predecesor Gallardón y el Ayuntamiento mastodóntico y corrompido hasta el tuétano que hoy preside para ejemplificar el estado ruinoso, en el fondo y en la forma, del principal partido de la derecha española y sus dirigentes.

Thatcher demostró que, a base de esfuerzo, la hija de un humilde tendero como ella podía licenciarse en Oxford y ascender socialmente gracias únicamente a su tesón. Botella ha demostrado, contratando a cientos de personas sin formación, sin talento, sin inteligencia y sin experiencia –pero con carné del PP– en calidad de "asesores" y enchufados, que no hace falta  esfuerzo alguno para cobrar 50.000 euros al año en un país de mileuristas. Solo hace falta callar, asentir y agradar a quien esté por encima de ti en el partido. Es decir, ha lanzado exactamente el mensaje contrario.

Thatcher hizo todo lo posible por adelgazar el Estado, devolviendo así el dinero al bolsillo de los ciudadanos que se había quitado vía impuestos. Botella apoya la orgía de gasto público de Madrid 2020 y ha cebado y engordado las filas del Estado –el Ayuntamiento también es Estado– contratando para no hacer nada a legiones de "asesores" con carné de partido a quienes paga con el dinero que ella y Montoro obtienen esquilmando al contribuyente. Por contratar, ha contratado a su propia sobrina como asesora del Ayuntamiento que ella misma preside. Precisamente la palabra "nepotismo" proviene del latin "nepos" que significa sobrino. Botella permitió también que su hijo Alonso de 24 años "aceptase" entrar como accionista en un restaurante promovido por una figura prominente en el mundo de la hostelería madrileña y cuyas múltiples operaciones empresariales dependen en gran medida de los permisos que expide el Ayuntamiento que preside la madre de su socio,   ¡menuda casualidad!, para funcionar y ganar dinero. Contratar al familiar de un político –y que éste lo permita–, esa forma tan repugnante y tan española de corrupción. Algo legal pero no ético.

Thatcher hizo dimitir y cortó de raíz todo atisbo de corrupción que asomase en su entorno. Botella ha tardado demasiado en empezar a desinfectar de este mal el consistorio que heredó de Gallardon, cuyos pilares se hallan carcomidos por la corrupción, como claramente se vio con la tragedia del Madrid Arena y el inefable Miguel Ángel Villanueva. Thatcher, primera ministra de la tercera o cuarta potencia mundial, cenaba casi a diario –como confesó en sus memorias– una tostada untada en bovril con un huevo escalfado encima que ella misma se preparaba mientras revisaba papeles en el suelo enmoquetado de su apartamento. Botella, alcaldesa de una arruinada ciudad de mileuristas y parados, heredó de Gallardón un lujoso comedor privado de tropecientos metros cuadrados atendido por un exquisito mayordomo al que pagamos 60.000 euros al año para su exclusivo uso y disfrute.

En lo único que se parecen los preparados cargos públicos de los conservadores de Thatcher y los frívolos cargos públicos del PP actual es en los trajes bien cortados. Los populares tienen una total obsesión por la imagen, como si un buen traje entallado fuese a cubrir sus graves carencias educativas, intelectuales y, sobre todo, morales que tan caras estamos pagando. Thatcher y el PP actual no tienen nada que ver. Como desde la calle Génova sigan enunciando su nombre en vano, van a lograr que la Dama de Hierro salga de su tumba y les atice en la cabeza con su sempiterno bolsito de mano.

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