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Zoé Valdés

Luna tucumana en París

Hace unos días recibí de parte de una muy buena persona el último CD de Diego el Cigala, titulado 'Romance de la luna tucumana'.

Hace unos días recibí de parte de una muy buena persona, a la que quiero mucho, un regalo, un disco, el último CD de Diego el Cigala, titulado Romance de la luna tucumana. Tras el enorme exitazo que constituyó Lágrimas negras dudaba yo de que se pudiera hacer algo a la misma o a mejor altura. No estando Bebo Valdés (aunque el autor ha tenido la delicadeza de reconocerlo y agradecerle en su dedicatoria) me dije que no sería nada fácil, que sería imposible lograrlo. Me equivoqué.

No sólo otros músicos de gran nivel acompañan al Cigala en esta nueva aventura, además el conjunto consiguió la magia, el duende, la majestuosidad de aquel disco con el que el mundo vibró, se enamoró, y se descocó.

En la mejor tradición de los cantes de ida y vuelta, el entretejido melódico del disco retoma tangos que hicieron historia y escuela y nos los devuelve en un boomerang de sublime flamenco. Diego el Cigala borda esos cantes, lágrima a lágrima, porque tal como me señala otra amiga, a la que también quiero y respeto enormemente por su apreciación de la música, "la voz de Diego el Cigala es como una lágrima". Aquí las desgrana, y son de un azul intenso, como el azul profundo que buscaba Vincent van Gogh, o como ese azul parisino, que convierte todo lo gris en luz, tal como canta en la pieza, interpretada magistralmente, "Siempre París".

El CD viene acompañado de un cuadernillo con una entrevista y presentación del escritor y periodista Juan Cruz, quien resalta aristas importantes de la intimidad creativa del cantante sin necesidad de obligarlo a revelarnos secretos (esa obsesión por revelarlo todo tan a la moda perturba y mata el misterio, Juan Cruz lo sabe), o sin conducirlo a que nos ofrezca teorías y análisis inútiles en bloque, como mamotretos sobre el flamenco y la música latinoamericana, la cubana, y el tango argentino. Juan Cruz deshilacha sin preguntar, desenhebra soltando frases cortas, comentarios, fragmentos de memoria, y provoca que Diego el Cigala comente de manera natural y esencial lo relacionado al proceso de fermentación de un disco, y de cómo penetra él, de manera prodigiosa, en cada una de las canciones, desflorándolas en cada interpretación, tal como en la historia que cuenta ese trozo de bellecería y bellaquería que es "Naranjo en flor".

Ayer estaba yo hundida en la tristeza, recordando tantos momentos cruciales en mi vida, y oír este disco me sacó de la pequeñez de eso que yo llamo "lo mío", lo "siniestramente mío", para envolverme de nuevo en el misterio de palpar con mi soledad la soledad de otro, allá lejos, en su cuarto prohibido.

Entonces salí a caminar, iba oyendo las canciones mientras contemplaba la ciudad, tan distinta a la que llegué hace diecinueve años, y pude respirar mejor. Porque, nada, las lágrimas del Cigala, o sea su voz en cada canción, corrieron por mi rostro, y me limpiaron el pecho.

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