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Katy Mikhailova

Dependientes amargados

Tratar de devolver una prenda se está convirtiendo en toda una aventura.

Tratar de devolver una prenda se está convirtiendo en toda una aventura.

Eso de que el cliente siempre tiene la razón parece que empieza a esfumarse. Conforme la industria textil se ha ido "democratizando", una plaga de dependientes amargados empiezan a invadir la moda, generando en el cliente un rechazo a consumir productos a corto plazo en una tienda en concreto. Te miran con mala cara cuando les preguntas algo; te da miedo hasta pedir la misma prenda en otra talla. Ya de consejos, ni hablamos, ¿no? ¿Qué les pasa a ciertos empleados de determinadas tiendas que solo transmiten amargura?

A finales de agosto me había comprado una camisa, cuya marca no diré, pero sí destacaré que se trata de una firma de cierto "nivel" si lo juzgamos por el precio. Pues bien. La compro, la traigo a casa y la cuelgo en mi armario.

Llegó el otoño, y a finales de septiembre, ya cuando empezaba a refrescar, aquella camisa me vino muy bien. Me vestí aquel día acorde al color de la misma, y, cuando menos me lo esperaba, -¡gracias a Dios que lo vi!-, antes de salir de casa, me di cuenta de que no le habían quitado la alarma de seguridad, de esas que se supone que deben sonar y que no sonó.

La rabia y el cabreo me distrajeron pero la falta de tiempo me obligó a cambiar de indumentaria. A los dos días, con mayor serenidad acudí a la tienda… Y entonces llegó el responsable de la misma. Su expresión de prepotencia con cierta mezcla de vinagre habló por si sola, incluso más que sus posteriores palabras, por no mencionar sus ‘maneras’ que delataban su alternativa sexual -que a mí, si les digo la verdad, me interesaba más bien poco-.

Le empecé a contar brevemente lo ocurrido. Después de escucharme, se limitó a observar en silencio un rato largo la camisa. No decía nada, pero presentaba extrañas muecas, hasta que aquel jefecillo de tienda me preguntó en un tono bastante pedante mientras señalaba con sus manos la alarma-"¿Y cómo es que desde finales de agosto hasta hoy no ha visto esto?"-. Su tono era muy similar al de un profesor sonsacando a un alumno que copió en un examen o al de un policía que, tras realizar una prueba de alcoholemia que dio positiva, interroga al conductor.

Repasé de nuevo todas las fases por si me estaba volviendo loca. Elijo un producto en una tienda de "semi-lujo", lo pago, sus empleadas no se dan cuenta del error cometido, razón por la cual no me lo puedo poner cuando lo necesito, pierdo mi tiempo y dinero en ir a que me quiten la alarma, y ¿tengo que –después de todo ese largo rollo que les he soltado- contestar a semejante interrogatorio?, ¿cómo es que yo pierdo, ellos ganan, y este ‘tipo’ se permite tales maneras?

Le dije, en el mismo estilo que el suyo, que era un problema de ellos. En su línea: "¿cómo es posible que no lo hayan visto sus empleadas?"-le pregunté.

Después, continuó extrañándose del lugar de la ubicación de la chapa de alarma, pues ésta suele estar en otra zona de las camisas y en esta ocasión estaba en el costado. No sé qué venía a insinuar con su duda que más bien me importaba poco. En El Corte Inglés el trato es distinto: el cliente siempre tiene la razón. Y porque conservaba el ticket de compra… que, si no, lectores, ahora tendría un agujero en la camiseta por intentar arrancar la placa.

¿Desde cuándo el cliente debe apreciar la alarma?, ¿acaso no es trabajo de los dependientes? Evidentemente aquella "escena" no quedó ahí y continuó un rato más.

Ya, al final, no tuve otra opción que preguntarle si creía necesario que hablara con los directivos de la marca, puesto que les conocía. Al principio, con su ‘pluma’ me soltó que si quería actuar de esa forma que lo intentara –primera fase, el orgullo-; a los dos minutos debió de reflexionar, y cambió de manera radical su actitud –segunda fase de comportamiento, el miedo, y, tras éste, va la última: ‘peloteo’-.

Aun sigo sin entender esa actitud. Se equivocan ellos y yo tengo que argumentar lo ocurrido justificándome como si hubiera cometido un crimen. ¡Es increíble la actitud de algunos empleados! E historias como éstas podría contar muchas. En estos tiempos que corren se debería agradecer un puesto de trabajo, amén de tener tacto y educación que parece que brilla por su ausencia en esta sociedad en plena crisis de valores. Y es que ellos son meros empleados, si fuesen los empresarios, que precisaron de años de trabajo para levantar una empresa, entenderían el valor, el poder y la importancia del consumidor. Pero no. Estos son los ‘ni-nis’ de turno que, por no tener mayores aspiraciones en la vida, se acoplan a un puesto de trabajo en donde se creen con el derecho de minar la moral a más de un cliente.

En Chic

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