Javier Muñoz Calero es un cocinero atípico. Después de cocinar por medio mundo (Suiza, Tailandia...), de ejercer como chef del embajador de los Estados Unidos en España, y de recalar en templos de la guía Michelin como La Broche de Sergi Arola, renegó de la vanguardia de los Adrià y compañía y se decantó por una cocina que el mismo define como "cocina de mochila con fondo clásico".
Un restaurante llamado Tartán es un sitio bonito y con estilo, el lugar perfecto para llevar a la novia sin carbonizar la visa en el intento, pues el precio medio ronda los 30 €.
La carta es mestiza y viajada, fruto del frenesí viajero del chef y de sus pasiones gastronómicas. Italia, Perú, China, Tailandia... Todas las gastronomías del mundo tienen un hueco en los menús de Tartán, pero a diferencia de otros restaurantes con conceptos parecidos que se acaban convirtiendo en un anuncio de Benetton en versión gastro, en Tartán todo es coherente y funciona, y ese es uno de los grandes méritos de este restaurante: adaptar al gusto y a los productos de España recetas desconocidas por un público joven con ganas de descubrir cosas diferentes.
Si estos no fueran argumentos suficientes de que Tartán es una visita obligada para los aficionados con querencia por las cocinas exóticas, solamente señalar que Muñoz Calero colabora con la Fundación Raíces, dedicada a insertar a menores en riesgo de exclusión social en el mercado laboral a través de la gastronomía, formándolos en la profesión y tutelándolos por el camino, prácticamente adoptándolos si es necesario.
La carta es amplia y en es fácil perderse por un menú que parece pensado para el restaurante de la ONU, tal es la proliferación de vocablos foráneos desconocidos para el gran público, por eso lo mejor es dejarse llevar y pedir consejo al siempre amable personal de sala.
Un Restaurante llamado t.a.r.t.a.n (Calle General Pardiñas, 56. Madrid. Tel. 91 402 76 89)