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Rosa Belmonte

Vestirse de reina

¿Hay más cotilleo sobre la ropa, la silueta y las operaciones de nariz que sobre las iniciativas en las que han estado trabajando las futuras Reinas?

¿Hay más cotilleo sobre la ropa, la silueta y las operaciones de nariz que sobre las iniciativas en las que han estado trabajando las futuras Reinas?
El Papa Juan Pablo I y la Reina Isabel | Cordon Press

En su última columna en Vogue, Suzy Menkes habla del "desastroso legado de Diana". De Gales, por supuesto. Dice que las princesas y jóvenes reinas de Europa están obsesionadas con la imagen. Culpa de ello también a los editores de moda y a los opinadores en general. Asegura (menuda novedad) que hay más cotilleo sobre la ropa, la silueta y las operaciones de nariz que sobre las iniciativas en las que han estado trabajando. No tiene que venir Menkes para decirnos que Diana supuso un ejemplo terrorífico y un antimodelo para futuras princesas. Sí, Paola de Lieja era un bombón y se vestía bien (mejor dicho, a la moda), pero no dejaba de ser una excepción. Diana de Gales fue lo que Wallis Simpson no pudo ser (un submarino troyano en la corte). Cuenta Diana Mosley en la biografía que escribió sobre su amiga Wallis que cuando la Reina Isabel invitó a Londres a los duques de Windsor para el descubrimiento de una placa que honraba a la reina Mary (que, aparte de un barco, era la madre de Eduardo), Wallis, fotografiada junto a la Familia Real, parecía una especie de otro planeta. Ella, con su ropa de París; las otras, con sus abrigos color pastel y sus floripondios.

Se ha dicho que Menkes ha dado un palo en su artículo a la Reina Letizia. Recordar rumores de anorexia tampoco es un palo. Bueno, no sé si palo es la expresión más afortunada. Más allá de meterla en el saco de las princesas y jóvenes reinas a la moda (y no creo que se pueda comparar a doña Letizia con la pija princesa de Dinamarca, por ejemplo, por no hablar de Kate Middleton), además de meterla en ese saco, digo (y le falta decir de huesos), casi pasa de ella, como de su ropa. La percha es el vestido de Varela en la proclamación, que no le interesa nada.

Menkes, que tiene su esperanza puesta en la siguiente generación, de lo que no habla es de cómo se viste una reina. Y el ejemplo de cómo se viste una reina es Isabel de Inglaterra. Porque va vestida de reina de Inglaterra y nunca ha pensado de manera pequeñoburguesa qué se lleva en París o Milán. Lo que no quiere decir que no se haya preocupado de su ropa. Más que cualquiera. Y con más criterio que cualquiera. Hardy Amies, que tanto la ha vestido de día hasta 2003 (mientras Norman Hartnell lo hacía en los brillos), cuenta en sus memorias que en los años 60, los de Mary Quant, intentó acortar sus faldas. Ella desechó la idea después de valorar cómo quedaba la falda al sentarse, al salir de un coche, cuando estuviera en una plataforma o en aviones o barcos. Por otro lado, los colores que utiliza tienen como fin ser vista entre las multitudes. Todo está pensado.

La Reina, la nuestra, ha ido con el Rey a ver al Papa. Vestía de blanco. Igual que en la petición de mano pero con falda. Como el Papa. No voy a recordar ahora el privilegio de las reinas españolas y portuguesas luego extendido (no está muy claro por qué) a las católicas en general de poder ir de blanco frente al Papa. Lo que está claro es que si no te pones una distintiva mantilla, y cuanto más alta, mejor, acabas pareciéndote más al Papa que a una novia si te presentas de blanco en su boda (ordinariez para la que no hay bula). Lo que no termino de ver es dónde está el privilegio de ir igual que el anfitrión. Aunque es verdad que a la Reina el blanco le sienta muy bien.

A la reina de Inglaterra, pese a su predilección por los colorines, el negro sí le cae bien. Ya sabemos que no es consorte, que es la soberana de un reino con mucha liturgia monárquica, pero viendo fotos suyas con el Papa (con los papas), no cabe duda de que siempre va vestida de reina. Como debe ser.

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