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Emma Cohen, la "progre" que se negó a rodar pornografía

Su relación con Fernando Fernán Gómez, o su negativa a rodar desnudos, dibujan una personalidad sin igual.

Su relación con Fernando Fernán Gómez, o su negativa a rodar desnudos, dibujan una personalidad sin igual.
Emma Cohen en Al otro lado del espejo, de Jess Franco

Hay nombres del mundo del espectáculo que van desvaneciéndose conforme pasa el tiempo, lógicamente, y el de Emma Cohen podría ser uno de ellos, cuando hace más de veinte años que dejó el cine. Tal vez, para muchos que no pudieran ahora identificarla, les servirá el dato nostálgico de que fuera la divertida "Gallina Caponata", de Barrio Sésamo, aquel estupendo programa infantil de televisión.

Emmanuela Beltrán Rahola nació en Barcelona el 21 de noviembre de 1946. Perteneciente a una familia de la burguesía catalana, hija de padres abogados a los que no les hizo gracia que abandonara la carrera de Derecho en cuarto curso para dedicarse al teatro, alcanzó en la escena muy brillantes logros (Marat-Sade, aquel gran montaje de Adolfo Marsillach, A puerta cerrada, Un enemigo del pueblo…) debutando en la pantalla con pequeños papeles, a partir de 1968. Su filmografía es muy desigual pues junto a muy notables títulos figuran otros en los que, dado su indiscutible talento, su demostrada cultura, probablemente no debió intervenir.

Su encuentro con el hombre fundamental de su vida, Fernando Fernán-Gómez, se produjo en 1970, al coincidir en el reparto de la película Pierna creciente, falda menguante. El gran actor, que había acabado su convivencia con Analía Gadé, quedó deslumbrado ante la actriz catalana, veinticinco años menor, a la que la revista cinematográfica Fotogramas designó como "Musa underground de la modernidad". Lo contaba él en sus memorias: "… encontré a la compañera de mi vida", para referir que, diez años después "me abandonó… Un año después, ante mi insistencia, volvió conmigo". El episodio de ese abandono supuso para Fernando un serio contratiempo afectivo, que lo llevó a un desconsuelo durante cierto tiempo. Y ya nunca volvieron más a separarse. Tuvieron una relación a veces muy difícil, de la que se hizo eco Alfredo Landa en su autobiografía, contando lo irascible que a veces se mostraba Fernando en tanto Emma sabía aguantarlo, lo que le causaba admiración.

De esa filmografía de Emma Cohen existe un episodio anecdótico cuando el veterano director catalán Ignacio F. Iquino la contrató para el rodaje de Chicas de alquiler. Éste tenía la fama de realizar dobles versiones; es decir, una de ellas con secuencias de fuerte contenido erótico con destino a la exhibición fuera de España, al estar aquí prohibidas. Y Emma, aunque cobraba cincuenta mil pesetas más en sus contratos si se desnudaba, se enfrentó a Iquino, negándose a rodar escenas pornográficas. Abandonó el plató y ya no volvió más. El suceso fue muy comentado en las esferas cinematográficas. Y no es que a ella le importara mucho despelotarse pues, como decía, todos venimos desnudos a este mundo. Pero lo que no consentía era ser una simple mujer-objeto en inmundos largometrajes.

Y aunque Emma Cohen volvió a enseñar sus partes pudendas en otras películas, no se repitió un incidente parecido como el contado. Tuvo siempre buen recuerdo, por ejemplo, de Solos en la madrugada, donde compartía el lecho con José Sacristán. Para éste, "había mucha pureza en los desnudos de Emma". La última vez que recordemos mostró sus encantos fue en uno de los episodios de Cuentos eróticos, el que dirigió Juan Tébar en 1979. Emma Cohen, al aparecer en esos filmes donde de una manera u otra se sublimaba el sexo en imágenes, cumplió con lo que ella decía era "la transición erótica".

Pero, aparte de ese cine de desnudos y otros de terror o de comedietas insulsas, hay que reflejar su aparición en aquel otro que ya está en las filmotecas y desde luego también en la buena memoria de los cinéfilos: Nosotros que fuimos tan felices, de Antonio Drove; Bruja más que bruja, de Fernando Fernán-Gómez; Tigres de papel, de Fernando Colomo (donde incorporó a una anarquista, ella que había pertenecido precisamente a la CNT); Mambrú se fue a la guerra; y El viaje a ninguna parte y El mar y el tiempo, asimismo de nuevo a las órdenes de su querido compañero.

Por su entrega, su dedicación a él, Emma Cohen fue abandonando, paulatinamente, su carrera de actriz. Podría haber llegado más lejos. Pero prefirió mantenerse siempre al lado del hombre que mucho quería y sobre todo, admiraba. Sabía que estaba junto a un genio. Se habían mudado desde el centro de Madrid a una urbanización de lujo, en las inmediaciones del RACE, con el aire de la sierra, en cuya amplia vivienda recibían periódicamente a sus buenos amigos: Agustín González, Pedro Beltrán (el guionista bohemio), Manuel Alexandre, José Sacristán, Álvaro de Luna… Fernando había sido en los años 50 y 60 un asiduo a los cabarés. Pero ya en la senectud no encontraba lugares donde conversar. Y en su residencia desplegaba toda su inteligencia, los recuerdos amalgamados de rico anecdotario, entre whiskies y carcajadas. Sólo montaba en cólera si alguien, de pronto, le llevaba tozudamente la contraria. Pero allí estaba Emma, para poner un bálsamo de tranquilidad.

Una mujer verdaderamente distinta en su juventud a la media de las actrices españolas: culta, ya decíamos; liberada, sin prejuicios, atractiva, con un corte europeo, ajeno a la vulgaridad… Tuvo siempre una manera sensual de hablar. La recuerdo en nuestras entrevistas manifestarse serenamente, mirando fijamente a los ojos de su interlocutor, sin gritos ni aspavientos. Conocía los entresijos del cine, del teatro, la televisión y, además de dirigir siete cortometrajes publicó varios libros de relatos, alguno de ellos de corte erótico.

De pronto, en febrero del año 2000, Fernando fue ingresado de urgencia en un hospital de la Concepción. En ese trance pidió a Emma que se casaran. Acudió una jueza del Registro Civil, la secretaria del Juzgado, una enfermera y el guionista Enrique Brasso. Nadie más. Suponemos que Fernando quiso dejar las cosas bien atadas para que Emma no quedara, por asuntos legales, perjudicada en el testamento, habida cuenta que él, ya divorciado de María Dolores Pradera, dejaba dos hijos, a los que podría pertenecer, sin duda, la herencia. Salió el actor adelante, para irse de este mundo el 21 de noviembre de 2007. ¡Qué casualidad! El mismo día que Emma cumplía sesenta y un años. De los cuáles estuvotreinta y siete compartiendo su vida con uno de los más grandes y geniales actores de nuestra historia.

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