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Hace 38 años

¿Por qué se suicidó Waldo de los Ríos?

El gran músico adaptó al pop, magistralmente, el "Himno a la alegría".

El gran músico adaptó al pop, magistralmente, el "Himno a la alegría".
Waldo de los Ríos | Archivo

El forense que exploró el cadáver de Waldo de los Ríos no vaciló en su juicio: suicidio. Según toda la información que pudo recogerse tras los informes policiales se disparó en la cabeza un tiro con una escopeta de cañones recortados, de su propiedad. El suceso tuvo lugar antes de la medianoche del 28 de marzo de 1977. Aun con vida fue llevado al Hospital de la Paz, en la zona norte de Madrid donde expiró horas más tarde. Contaba sólo cuarenta y dos años y era un extraordinario músico, compositor, arreglista y director de orquesta.

Su mayor notoriedad la alcanzó al adaptar el cuarto movimiento, conocido como "Himno a la alegría", de la "Novena Sinfonía en re menor" de Beethoven, que con el título de "A song of joy" llegó a los primeros puestos de las listas norteamericanas de éxitos en la voz de Miguel Ríos, aunque asimismo se difundió mundialmente la versión orquestal del propio adaptador.

Sobre su dramática muerte se dispararon varias conjeturas. Por ejemplo, que el finado recibía en los últimos tiempos en su vivienda a una pareja de jóvenes homosexuales con los que, se dijo, podría haber mantenido relaciones. Junto al cadáver se hallaba el arma suicida y varios tubos de tranquilizantes esparcidos por el suelo. Isabel Pisano contaría que el día de autos su marido estuvo en la casa de discos para despedirse de su gran amigo, Rafael Trabucchelli, su colaborador en tantos éxitos. Luego se fue a uno de los mejores restaurantes de Madrid, pidió una comida pantagruélica y regresó a bordo de un "Lamborghini" verde a su chalé situado en la urbanización Conde de Orgaz, llamado "El Olivo", cercano al aeropuerto de Barajas. Hizo varias llamadas telefónicas a varios amigos, a quienes comunicó su deseo de quitarse de en medio. Trataron de disuadirlo con toda clase de argumentos. Insistió un par de veces con el auricular para ponerse en contacto con su mujer, que se hallaba en Roma, pero no lo consiguió, según declaración de ella. Fue después cuando colocó entre sus piernas la escopeta de caza mayor y se disparó un tiro.

Se preguntaba Isabel las razones por las que se encontraron doscientas cincuenta mil pesetas en uno de los bolsillos de Waldo, cifra importante para quien apenas llevaba dinero encima normalmente. ¿Y por qué estaba vestido totalmente de blanco? ¿Hubo o no una cámara de video filmando el suicidio? ¿Quiénes eran las personas que últimamente lo llamaban para chantajearlo con unas supuestas fotografías de su mujer, desnuda? ¿Y cuál era la identidad del tipo que por teléfono lo perseguía simplemente para decirle que era amante de Isabel? Burda mentira según ésta, que negaba tal posibilidad. De esas incógnitas parece deducirse que en la muerte de Waldo de los Ríos confluyeron algunos episodios de dudosa explicación. Lo que sí sabemos es que el músico atravesaba por un periodo depresivo, sin causas absolutamente probadas, pero que pudieron influir de un modo u otro en su decisión final. Por ejemplo, que estaba sometido a un severo régimen de adelgazamiento, mediante el cual había perdido veinte kilos en sus últimos meses, lo que pudo afectarle tanto psíquica como físicamente. Puede que también se encontrara decepcionado en su trabajo, especulándose con que le faltaban ofertas. Y asimismo, analizando superficialmente su vida afectiva, se cree que vivía una época de alteraciones amorosas, alejado de su mujer, quien estaba entusiasmada con su amistad con Federico Fellini, que le despertaba su simpatía y hasta la había incluido en el reparto de Casanova. Tal vez por esos desencuentros maritales se había despertado de pronto en él un interés hacia el otro sexo, originándole todo ello un considerable conflicto en su mente, la de un ser de extraordinaria sensibilidad.

Su madre, la extraordinaria cantante folclórica argentina Martha de los Ríos, le sobrevivió dieciocho años, dedicando todo ese tiempo a recordarlo y a reunir lo necesario para erigirle un monumento a su memoria. Los restos de Waldo de los Ríos reposan en el cementerio bonaerense de La Chacarita, en un jardín denominado "Los inolvidables". En síntesis, su biografía se inicia el 7 de septiembre en Buenos Aires. Hijo de madre soltera , su padre, Nicolás Ferrara, era guitarrista, nunca quiso casarse, abandonó pronto el hogar y acabó en un psiquiátrico para finalmente suicidarse. La infancia de Osvaldo Nicolás Ferrara, que luego adoptaría el sobrenombre de Waldo de los Ríos transcurrió bajo la autoridad materna, sometido a un riguroso control de sus estudios musicales. Fue un superdotado pianista siendo adolescente, cuando acompañaba las actuaciones de Martha de los Ríos, su madre.

A España llegó en 1962 y pronto empezó a trabajar como arreglista y director orquestal en las grabaciones de los más populares cantantes españoles: Raphael, Miguel Ríos, Karina, Mari Trini, Los Pekenikes, María Ostiz, Marisol, Alberto Cortez, Joan Manuel Serrat, José Luis Perales, Camilo Sesto… Su consagración le llegó con el álbum Sinfonías, en particular con la "Sinfonía número 40", de Mozart. Y sucedería el "boom" ya citado del "Himno a la alegría". Sin olvidarnos de otro elepé con una selección de fragmentos operísticos. Toda esa música culta, que conocía desde su más temprana edad, la adaptó con sus fabulosos arreglos, de una manera absolutamente respetuosa, convirtiéndola en más accesible sobre todo a la juventud o para oídos poco familiarizados con ella, a través de unos sonidos diferentes, con una instrumentación asimismo hasta entonces no utilizada por otros músicos, a base principalmente de batería y ritmo pop.

Los innovadores, como siempre, han de soportar las críticas de los defensores de la más pura ortodoxia, y Waldo de los Ríos no fue una excepción. Hasta que del extranjero le llegaron los primeros comentarios encomiásticos, por ejemplo del crítico de la edición canadiense de la revista "Billboard". Cuando murió en las trágicas circunstancias relatadas al principio, ya era considerado un genio de la música. Aquel crítico, Ritchie Yorke, decía: "¿Quién podría asegurar que si Beethoven hubiera vivido entre nosotros no se expresaría ahora con el lenguaje del rock". Waldo de los Ríos fue el primero en llevar a la práctica tal aserto.

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