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Su triste final

Gracita Morales murió hace 20 años, sola y abandonada

Fue una de las actrices cómicas más populares. Sus circunstancias personales fueron lamentables.

Fue una de las actrices cómicas más populares. Sus circunstancias personales fueron lamentables.
Gracita Morales | Imagen de televisión

Se cree, equivocadamente, que la vida de los cómicos es siempre alegre, cual se muestran en el mundo del espectáculo. No fue el caso, por ejemplo, de Gracita Morales, una de las actrices cómicas más populares, de quien se cumplen ahora veinte años de su desaparición, en lamentables circunstancias personales. María Gracia Morales Carvajal era madrileña, hija del que fuera empresario del teatro Calderón antes de la guerra civil. Quería ser bailarina mas hubo de abandonar sus estudios de danza clásica por consejo médico. Entonces decidió ser actriz, integrada en importantes compañías teatrales que encabezaban Josita Hernán, Catalina Bárcena, Ernesto Vilches, Antonio Vico y Carmen Carbonell… Su vis cómica la destapó en 1959 en el estreno de La feria de Cuernicabra, de Alfredo Mañas. Una simple frase pronunciada con su característica voz atiplada le sirvió para provocar una carcajada general del público: "¡Ave María Purísimaaaaa…!" Al año siguiente prácticamente debutaba en el cine (había hecho anteriormente un papelito en 1954) con la versión cinematográfica de Maribel y la extraña familia. Y ahí comenzó su despegue. Se convirtió en la chacha nacional, a menudo dando gritos con su acostumbrado sonido gutural: "¡Señoritoooooo…!" El 26 de junio de 1960 contrajo matrimonio con un pintor canario, Martín Zerolo, al que había conocido en Tenerife estando de gira teatral.

Una unión desgraciada que apenas duró ocho años. Mariano Ozores contaba que el marido fue "una especie de Valium para Gracita", en cambio Alfredo Landa recordó que "el pintor le salió rana". Probablemente aquella desdichada relación precipitaría el "comienzo del fin" de la carrera de Gracita Morales. Coincidió con José Luis López Vázquez en una quincena de títulos, formando una taquillera pareja en el cine de los años 60, con títulos como Atraco a las tres, Operación cabaretera, Sor Citroen, Operación Mata-Hari, Operación bi-ki-ni, ¡Cómo está el servicio!… Hacían las delicias de millones de espectadores, poco exigentes con los argumentos. Pero el carácter de la actriz fue agriándose poco a poco, al punto de que los rodajes de gran parte de aquellas desternillantes películas resultaban complicados por culpa de ella. López Vázquez la retrató de esta manera: "Era bastante envidiosa en algunos sentidos y cuando veía a una actriz más joven se sulfuraba mucho". Ello llegó al extremo de que rodando Operación bi-ki-ini debieron "cruzársele los cables" pues, en un arranque de ira y celos, arrojó un cenicero de cristal a una compañera, a la que por poco "desgració" para siempre.

Luego, tenía manías, como la de fregar su "roulotte" (ya saben: el vehículo destinado a los principales actores cuando se desplazan fuera de los estudios), sin importarle que esa faena retrasara el rodaje. Alfredo Landa, que también trabajó mucho con ella, refería que era impuntual en el trabajo, lo mismo que había días que no acudía a su cita laboral y, cuando iba, mostraba a lo peor su ángulo dictatorial, pretendiendo que tal actor fuera expulsado de la película: "¡A ése, que lo echen…!" Y no daba explicaciones de sus fobias. De "caprichosa, despótica e intratable" la calificaba el inolvidable actor pamplonica en sus memorias. El prolífico Mariano Ozores, que la dirigió en buen número de películas, es menos ácido respecto a la actriz, aunque no silencia tampoco sus inexplicables reacciones: "Caritativa, cariñosa, pero de vez en cuando tenía arrebatos de cólera, los que nos hacían olvidar sus virtudes. No tuvo suerte ni en su vida privada ni con su salud". Revelaba asimismo que uno de los productores que más veces contrató a Gracita Morales, José María Reyzábal, reconocía que ganaba dinero con las películas de ella pero acabó por no tenerla en sus repartos a causa del genio incontrolable que mostraba y los problemas continuos creados por su obsesión en que todos los de su alrededor se supeditaran a ella.

Se corrió la especie de que podía arruinar una película en cualquier momento. "La profesión no le dio de lado –concluía Mariano Ozores-, sino que fue ella misma la que con su actitud, sus problemas personales, se fue alejando paulatinamente del cine. Se dijo que al no haber tenido hijos pudo deberse su desequilibrio sentimental". Y alguien tan querida como Concha Velasco, incapaz de hablar mal de nadie, a propósito del rodaje de Juicio de faldas donde junto a Manolo Escobar tuvo como compañera a Gracita, contaría algunos de los líos que formó ésta, empezando con que no se sabía el guión, ni dio muestras de conocer quién era el cantante, de indiscutible popularidad. Además, se enfadó porque el personaje que le escribió a propósito el director José Luis Sáenz de Heredia se llamaba como ella, Gracita: "¡Que yo me llamo Gracita, hijo de puta!", le espetó a quien era todo un caballero, incapaz desde luego de reprenderla por su soez expresión. De ella, acabó comentando esto Concha Velasco: "Era la persona más taquera que conozco. De ella aprendí cosas como 'el cabrón de bastos' o 'la puta de oros'".

Para rematar toda esa retahíla de despropósitos añadimos esto otro en boca de José Luis López Vázquez: "Fue vetada porque era temperamental. Estaba enferma mentalmente, lo que le creó un estado de ansiedad que nos hacía la vida imposible a todos. Siendo una persona maravillosa, con un carisma y una personalidad asombrosa, gracia espontánea y arrebatadora… no compensaba trabajar a su lado". Se pasó tres años sin trabajar hasta que en 1980 se recuperó de aquella crisis depresiva. Pero ya sus trabajos fueron espaciándose y cada vez más alejados de su condición protagonista, cuando tiempo atrás había sido insustituible por su gran comicidad. Por cierto, en la calle hablaba casi igual que en sus películas. Su última película, de 1988, fue Canción triste de…. Y en el teatro, año 1991, la comedia Ya tenemos chica, siendo su adiós en la serie de televisión Los ladrones van a la oficina, en un capítulo de 1994. Drogada con pastillas, sola, abandonada, pasó los últimos años de su vida. Murió por insuficiencia respiratoria, según el parte médico. En opinión de Alfredo Landa "acabó con una enfermedad muy jodida, una cosa de la cabeza que la convirtió en una sombra de sí misma". Tenía solo sesenta y seis años cuando se fue de este mundo el domingo 3 de abril de 1995.

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