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Carlos Pérez Gimeno

La discreta boda de Luis Martínez de Irujo y Adriana Marín Huarte

Un enlace que ha destacado por la discreción, al igual que su noviazgo que no ha sido en absoluto mediático, a pesar de llevar juntos más de 5 años.

Un enlace que ha destacado por la discreción, al igual que su noviazgo que no ha sido en absoluto mediático, a pesar de llevar juntos más de 5 años.
Luis Martínez de Irujo y Adriana Marín el día de su boda | Gtres

Un enlace que ha destacado por la discreción, al igual que su noviazgo que no ha sido en absoluto mediático, a pesar de llevar juntos más de 5 años.

El novio, primogénito de Alfonso, duque de Hijar, es el segundo hijo de la ya desaparecida duquesa de Alba, se casó en el Palacio de Liria de Madrid y ha sido el primer acontecimiento familiar, que se ha celebrado después del fallecimiento de la aristócrata.

Una boda que ha contado con la asistencia de 530 invitados, entre amigos y familia de los contrayentes. Como era de esperar, asistieron todos los hijos de Doña Cayetana, aunque el gran ausente fue Alfonso Díez, viudo de la duquesa, quien no mantiene relación alguna con éstos a excepción de Cayetano Martínez de Irujo, que llegó acompañado de su jovencísima novia Bárbara Mirjande la que le separa 30 años.

Adriana llegó acompañada de su padre, que ejerció de padrino, pasados unos minutos de las 13 horas, hasta la capilla del palacio donde el padre Ignacio Sánchez- Dalp, confesor y gran amigo de la duquesa, ofició la ceremonia. Como es tradición, el novio fue con su madra hasta el altar, María Hohenlohe, que para la ocasión lucio un traje largo en tono azul y mantilla española, mientras que la mayoría de las señoras lucieron elegantes pamelas. Por su parte, el novio y los testigos escogieron el tradicional chaqué.

La diseñadora catalana Teresa Helbig fue la elegida para confeccionar el traje de la novia, que por la parte delantera era muy cerrado con grandes cuellos, como si se tratara de una camisa, y por la parte trasera tenía un gran escote, que dejaba ver la espalada tapada por un tul, falda de vuelo y cola de varios metros. El velo estaba prendido de flores en la cabeza, nada de diademas ni tiaras.

Una vez finalizado el acto religioso, los invitados pudieron degustar de un coctel, seguido de un magnifico almuerzo, servido debajo de unas pérgolas del siglo XIX, que fueron una autentica maravilla. De primer plato, raviolis de gambas y langostinos, de segundo, un solomillo con cebollas confitadas y patatas paja, y para el postre la tradicional oblea de crema y almendras.

Llamaba la atención la decoración de las mesas, que consistía en un centro de voigue, era una replica de los impresionantes parterres que hay en los jardines del palacio, donde se celebró la boda. Por último, el baile hasta la media noche y recena a base de mini hamburguesas, perritos y una pasta con trufa.

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