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Enrique Ponce y Paloma Cuevas celebran 20 años casados

"Es un hombre puro, profundo, auténtico", dice ella de él. Su matrimonio cumple 20 años. 

"Es un hombre puro, profundo, auténtico", dice ella de él. Su matrimonio cumple 20 años. 
Enrique Ponce y Paloma Cuevas | Cordon Press

Forman una encantadora pareja y festejan este 25 de octubre su vigésimo aniversario de boda; acontecimiento que celebraron en la Catedral de Nuestra Señora de los Desamparados, Patrona de Valencia en 1996. Cómo sería la popularidad de los novios (en este caso, preferentemente él, claro, que nació en la capital levantina) que el canal 9 retransmitió en directo el enlace. El viaje de novios lo hicieron a un lugar lejano, paradisíaco que se dice: las islas Maldivas. Tienen dos niñas monísimas: la primogénita, que se llama como su mamá y como su abuela materna, y tiene ocho años y la benjamina, Bianca (les gustaba ese apelativo italiano), que cuenta dos años menos.

Pero, ¿cómo se conocieron Enrique Ponce y Paloma Cuevas? El padre de ella, sabido es que se llama Victoriano Cuevas Roger (en los carteles, Victoriano Valencia), torero elegante de dinastía, quien insufló a sus dos hijos la afición taurina. Lamentablemente el varón, de igual nombre que su progenitor, moriría muy joven, en vísperas de la Nochebuena de 2014, de un ataque al corazón, a la edad de cuarenta y un años. Su hermana Paloma, desde muy cría, se familiarizó con la Fiesta Brava. Su padre la llevaba a algunos festejos, como sucedió una tarde en Algeciras en la que hacía el paseíllo un novillero llamado Enrique Ponce, natural de Valencia donde había nacido en 1971, pero al que cronistas taurinos sobre todo siguen llamando "el diestro de Chiva". En razón desde luego a que en esa localidad cercana a la capital vivió en familia su infancia. Sus padres trabajaban, Emilio como cocinero y Enriqueta como peluquera. Aquella tarde de toros en la ciudad gaditana la jovencita Paloma se dio cuenta de que el torero no acertaba con el descabello y que pasó un mal rato. Entonces, espontáneamente, Victoriano escuchó de labios de su hija la inesperada petición de que lo ayudara. Se refería a su futuro profesional, claro, no a lo acontecido en ese instante. Tanto Paloma como Enrique eran muy jovencitos y se saludaron por primera vez, no aquella tarde algecireña sino en la primavera de 1992, ya siendo él matador de toros. Fue en el hotel "La Perdiz", en la autovía del término jiennense de La Carolina. Enrique Ponce toreaba ese día y Victoriano llevó a su familia a presenciar el festejo: por aquella época apoderaba a Ortega Cano. Mostró Enrique ese día una mirada muy especial hacia Paloma, su apoderado lo supo y éste, Manuel Morilla, fue el encargado de que se conocieran. Mediaron sólo las palabras de rigor, pero insistimos en que el torero se quedó prendado de la bellísima joven.

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Ponce y Cuevas, en una imagen de archivo | CP

Tiempo después, los Valencia pasaron las Navidades en Cali. Y allí es donde realmente se enamoraron Paloma y Enrique, en diciembre de 1992. Para reunirse en Madrid en vísperas de la primavera del año siguiente, celebrando un almuerzo íntimo, principio de una amistad sincera, de mutua simpatía, que iría consolidándose hasta cristalizar en noviazgo. Un poco a la distancia, porque el matador de toros se desplazaba continuamente por causa de sus compromisos profesionales, en tanto que Paloma Cuevas, que estudiaba Ciencias Empresariales, decidió ampliar estudios en Boston. No se conocían relaciones sentimentales anteriores de ninguno de los dos. Estaban decididos a contraer matrimonio. Y lo primero que hizo Enrique Ponce fue hablar con su futuro suegro. No le fue difícil concertar la cita, pues coincidían a menudo en los burladeros de las plazas de toros, y se tenían afecto y admiración. Un poco "chapado a la antigua", Victoriano hizo ver a Enrique que Paloma era su "ojito derecho" y que confiaba que la haría feliz. No se equivocó el bueno de Victoriano. Y desde su boda hace justo ahora dos decenios, Enrique Ponce y Paloma Cuevas forman una feliz, encantadora pareja, junto a sus dos retoños.

Se llevan sólo nueve meses de diferencia, mayor Enrique que ella. La diferencia de cultura puede afirmarse que nunca fue obstáculo para su vida en común. Si Paloma es universitaria, él únicamente, y no sin dedicación pues estaba volcado en su aprendizaje taurino, llegó a terminar sus estudios de BUP. Pero como es inteligente, responsable, ha sabido suplir sus carencias librescas, de conocimientos de Humanidades, al tanto de libros que llaman su interés y el trato personal con sabios de la Literatura, como el premio Nobel Mario Vargas Llosa, al que le une una buena amistad. La conducta de Enrique es una lección de prudencia, de humildad. No por tener más lecturas se es más sabio. Y da gusto conversar con él…

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En 2008, con su hija Paloma | Cordon Press

Los toreros, en general, prefieren vivir gran parte de cada temporada en el campo. Y su primer sueño, al margen de adquirir un coche de alta gama, es reunir el suficiente dinero para poseer una finca ganadera. Enrique Ponce consiguió sobradamente esas pretensiones. Su finca "Cetrina", en la provincia de Jaén, término de Navas de San Juan, ha sido siempre su hogar. Le costó al principio salir de su tierra valenciana, mas se adaptó pronto al paisaje rodeado de olivares. Su apoderado, Juan Ruiz, fue quien lo ayudó a ser una figura del toreo. Apoderamiento que comparte con Victoriano Valencia desde que Enrique entró en la familia de éste. Podía haber despedido al otro, pero Ponce es hombre de principios, agradecido. Al casarse, Paloma Cuevas hubo de adaptarse a la vida campera, lejos de la gran ciudad. Decoró con exquisito gusto la gran mansión de la finca. Enrique Ponce, con tacto, delicadeza y sentido común comprendería que una mujer como la suya debía participar de la vida social, y no tuvo inconveniente en adquirir otra gran casa en Madrid, sobre todo desde que la mayor de sus hijas comenzó a ir al colegio. En los más elegantes ambientes madrileños, las grandes fiestas, estrenos o celebraciones personales de sus muchos amigos, la pareja ha brillado siempre, aunque sin estridencias. Eso sí: Paloma deja siempre la impronta de su belleza, de su exquisito gusto en vestir, de ahí que en más de una ocasión haya sido elegida entre las féminas más elegantes de España. A su lado, Enrique sabe estar, se comporta con naturalidad, luce la etiqueta cuando se lo exige el protocolo y jamás se sale de las más estrictas normas cuando es necesario. Pues por lo común, se encuentra más en su mundo en actividades deportivas, cinegéticas concretamente. Ha coincidido en más de una cacería con el Rey don Juan Carlos, que lo tiene en gran estima; a la que él ha correspondido brindándole faenas en los ruedos, con emotivos y patrióticos brindis.

Enrique Ponce tomó la alternativa en las Fallas de 1990, de manos de José Miguel Arroyo "Joselito", y en presencia de Miguel Báez "Litri". En las temporadas siguientes llegó a torear una media de cien festejos por temporada, cifra que ha descendido en los últimos años. Cuando redactamos estas líneas, ya al final de la temporada, ha llegado a hacer el paseíllo en poco más de cuarenta tardes, en las que ha logrado doblar esa cifra en número de orejas cortadas. Es la figura más veterana del escalafón: elegante en la plaza, con poderío y mucho arte ante sus enemigos. Los toros, naturalmente. Porque en la calle, no debe tenerlos; si acaso, le tendrán algunos envidia, que nunca se ha enfrentado a nadie, ni ante sus colegas. Y eso en un mundillo donde abundan las zancadillas. Es de una sorprendente sencillez y respeto con todo el mundo.

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Enrique Ponce, en el ruedo | Cordon Press

Su mujer, lo adora. Recogemos en parte lo que Paloma Cuevas escribió sobre él en la revista "Clarines de Feria", del Club Taurino Emeritense, en 2006, con el título "Enrique es como su toreo": "Muchas veces me he preguntado cómo puede un genio como Enrique atesorar tanta humildad… Es un hombre puro, profundo, auténtico, único, íntegro e irrepetible… Que me enamoró por su grandeza como ser humano y del que cada día me siento más orgullosa… Con el que Dios me ha bendecido al concederme el enorme privilegio de poder compartir su vida". Mejor y más sentido retrato, no lo podía hacer nadie. Esos comentarios y parte de lo aquí escrito lo he recogido de una magnífica biografía publicada por Andrés Amorós hace tres años: Enrique Ponce. Un torero para la historia. Lo recomiendo no sólo a los aficionados a los toros; es un excelente estudio, amén de sobre la carrera del diestro, de su extraordinaria personalidad, gracias a la avezada pluma de un catedrático y exigente crítico. No podía tener Enrique Ponce mejor exégeta taurino. Porque cuanto dice y escribe es biblia en la materia.

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