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Isabel de Inglaterra solo ha estado enamorada de un hombre, Felipe de Edimburgo

Esta semana Felipe de Edimburgo se retiró de la vida pública. Ha sido, y es, el único amor de la Reina.

Esta semana Felipe de Edimburgo se retiró de la vida pública. Ha sido, y es, el único amor de la Reina.
Isabel y Felipe de Edimburgo | Cordon Press

El anuncio de una reunión de urgencia en Buckingham sembró la alarma a nivel mundial. Pero finalmente la institución regida por Isabel II de Inglaterra apenas sufrió un leve resfriado. Noventa y un años cumplió la soberana en el próximo mes de abril, y es lógico que se produjeran esas alarmas ante la posibilidad de que, como posible acontecimiento, ella renunciara a la Corona y abdicara a favor de su hijo Carlos, ya acostumbrado a una larga espera. Cuando también ha tenido que leer de vez en cuando en los tabloides ingleses que quien en realidad sucederá a la Reina no será él, sino su primogénito, Guillermo, duque de Cambridge, habido en su desastroso matrimonio con Diana de Gales. Sea cual fuera la solución dinástica, algo está claro. Y es que Isabel II no va a abdicar motu proprio, a no ser que la enfermedad o sus años se interpongan en su decisión, por muerte o manifiesta incapacidad, lo que por ahora no ha sucedido. Tendrán que esperar hijo y nieto para que la sucesión en el más antiguo trono de la tierra tenga lugar. Aunque esta última recaída de salud de la Reina haya alertado a los servicios de la Corona, descargando responsabilidades de ella a favor de los mencionados, junto al otro nieto, Enrique, para ocuparse de trabajos, algunos de ellos imprescindibles para el buen gobierno de los ingleses.

Isabel II celebraró sesenta y cinco años (aniversario de platino) como Reina de Inglaterra, desde que asumiera tan altos designios el 6 de febrero de 1952, día en el que subió al trono, aunque hubiera de esperar al 2 de junio para ser coronada. Desde entonces rige los destinos de Gran Bretaña como Jefe de Estado y de quince países de la Commonwealt. Nadie ha cuestionado en Inglaterra su potestad. Los ingleses, sean cuales fuera su ideología, respetan la Monarquía representada por su figura. Han transcurrido más de mil años cuando Inglaterra sigue ostentando la Monarquía más antigua del planeta. Recuerdo una sentencia del legendario rey Faruk de Egipto, a propósito de la vigencia de ese tipo de régimen: "Llegará el día –cito de memoria– en el que sólo quedarán como reyes, los cuatro de la baraja… y la soberana inglesa". No discuto su pronóstico sobre los naipes, pero ahí está Isabel Alejandra María Windsor para no contradecir aquella profecía del monarca árabe.

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Isabel y Felipe de Edimburgo | Cordon Press

En noviembre de este recién comenzado 2017 Isabel II hará setenta años que contrajo matrimonio con Felipe de Edimburgo, que ahora se retira de la vida pública. Quien hubo para casarse con ella que renunciar a su nacionalidad griega, a sus apellidos paternos, a su carrera militar… para ejercer de príncipe consorte. Difícil cometido. Claro que con su boda ya no tuvo problemas económicos. De jovencito hubo de padecer el drama de sus padres, el cabeza de familia un ludópata de armas tomar y la madre, harta de él, abocada a un convento de monjas. En el exilio, fuera de Grecia, sus otros familiares vivieron de prestado, recorriendo Alemania, Francia e Inglaterra. A decir de algún biógrafo de la Reina, el príncipe Felipe ha sido el único hombre en la vida de ella. No se le atribuye ningún otro amor. Tenía trece años cuando lo conoció en julio de 1939: un apuesto cadete de la Real Academia de Darmonth, seis años mayor, que a sus diecinueve años, rubio, de contextura atlética, la enamoró a poco de conocerse, Entrecruzaron mucha correspondencia en los años difíciles de la II Guerra Mundial, cuando Felipe servía como oficial de la Marina Británica. Ya con pasaporte inglés, hubo, al casarse como decíamos, que renunciar a sus largos apellidos austro-griegos, que se trocaron en el Mounbatten de parte de la dinastía familiar de su prometida.

Con la que contrajo matrimonio el 20 de noviembre de 1947. Y desde entonces él se convirtió en un esposo acompañante que no tenía fijado otro destino en la Corte inglesa que no fuera de carácter digamos protocolario, por mucho que lo nombraran patrono, presidente o cualquier otro título honorario de determinadas instituciones. Pero sin responsabilidades relevantes, aunque fueran ajenas a la gobernabilidad del país como ejerce la propia Reina. Y entonces ¿cuál fue la actitud de Felipe de Edimburgo, enfadado cuando se casó al advertir que su esposa, Isabel II, instigada por el premier Winston Churchill, hubo de subir al trono como una Windsor, y no Mounbatten, rama que había adoptado Felipe, su marido? Con el transcurso de los años es humano comprender el comportamiento del príncipe consorte, tenido como un intruso, que más de una vez hizo manifiesto su aburrimiento. Lo que ya no es de recibo es que, para combatirlo, en vez de recurrir a la práctica del polo u otros deportes que le son afines, le diera por coronar a su mujer con muy notables cuernos. Que respondían a importantes nombres y apellidos, pues entre sus amantes figuraba desde una reconocida novelista, la de Rebeca, Daphne du Maurier, hasta una estrella de los musicales, Pat Kirkwood, pasando por la dueña de un acreditado cabaré londinense. Con el transcurso de los años no crean nuestros lectores que los ardores amatorios de Felipe de Edimburgo fueron calmándose, pues sumó a sus ligues una lista de damas que, aunque sus nombres no hacen al caso, sí lo convirtieron en un afamado Casanova. Los rotativos populares londinenses no se cortaron un pelo en publicarlo, el príncipe siguió con sus aventuras e Isabel II mostró su mejor talante comprensivo haciendo oídos sordos a tales habladurías. Eso sí: cada uno en su cama y en habitaciones diferentes. Se cuenta desde luego que la Reina siempre tuvo un carácter dominante, que en la intimidad puso firme muchas veces a Felipe de Edimburgo. Él "se hacía el longuis", parecía obedecer con aires de cordero degollado, continuaba con sus correrías y así, de manera tan diplomática, e inteligente, no creaba más problemas en la Corte.

Isabel II, ahora como decimos que celebra su larga permanencia en el trono de Inglaterra, un récord no igualado por ningún otro monarca desde que el país adoptó la Monarquía, mantiene su habitual ritmo de vida, un poco rebajado como decíamos, que no le impide comenzar su jornada a las siete y media de la mañana, tras siete horas de descanso. Lectura de los periódicos, atención al crucigrama del Daily Telegraph, revisión de las carpetas que le envían diariamente de todos los Ministerios ingleses, y la correspondencia numerosa que llega a Buckingham Palace. Tendrá que preparar sus audiencias. Al año, decidió recibir únicamente la visita de dos Jefes de Estado. En este 2017 tiene pendiente la de los reyes de España, cancelada en marzo del 2016 cuando Felipe VI hubo de posponer su viaje con la Reina Leticia a causa de la situación política española, con un Gobierno en funciones. Es previsible que nuestros monarcas se hospeden en el castillo de Windsor durante tres días antes del verano. La otra visita es más que probable sea la del reciente y controvertido presidente de los EEUU Donald Trump. Fuera de esos compromisos oficiales de alto rango, Isabel II continuará con sus paseos palaciegos, pendiente de sus perros, aunque ya no monte tanto, o nada, a caballo, como hasta hace no mucho hacía, dos veces por semana. Vida tranquila, con un régimen de comidas entre las que procura no abusar de las patatas, los arroces o la pasta, pues prefiere el pollo en ensalada y las verduras. No fuma y apenas bebe. Si ha llegado a nonagenaria puede que se deba a sus genes. Recuérdese que su madre, la reina Mary, alcanzó los ciento un años. Su padre, el rey Jorge VI, murió a los 57, pero es que era un fumador compulsivo, igual que Jorge V, que palmó con 70, por la misma razón del tabaquismo. Longeva, pues, Isabel II por herencia genética.

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Isabel y Felipe, ahora | Cordon Press

A España vino en 1988, con visitas oficiales a Madrid y Barcelona. En 1983 fui invitado a las famosas carreras de Ascot. La reina Isabel pasó a dos metros de donde yo me encontraba, con su acostumbrado modelito, su repetido sombrero, entre un mar de pamelas. Un espectáculo que allí en Inglaterra se mantiene como un rito. ¿Qué será de ella en un inmediato futuro? De momento, cumple seis décadas y media sentada en el trono de los Windsor, cuando con el Brexit Inglaterra se asoma a un imprevisible futuro económico y político de gran magnitud. Pero lo que no cuestiona la gran mayoría de los ingleses es la regia personalidad de Isabel II. ¡Dios salve a la Reina!

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