Las modelos, en otro tiempo de Alta Costura luego del "prêt-à-porter", y aquellas otras –o las mismas- que aparecen en las revistas y los "spots" televisivos, siempre fueron envidiadas por su extremada delgadez. Hasta a mediados de los años 60 una inglesita de ojos desorbitados, pelo cortísimo y figura extremadamente fina, Twiggy, impuso esa tendencia, desgraciadamente seguida por miles de adolescentes en todo el mundo, que cayeron en una seria enfermedad llamada anorexia.
Han transcurrido cinco décadas de aquello cuando en España, una espectacular maniquí, la sevillana Marisa Jara, ha atravesado otro penoso episodio de salud, sólo que al contrario, víctima de la bulimia, harta de una estricta dieta durante varios años. Hoy puede contarlo con satisfacción: ha escrito un libro sobre sus experiencias con respecto al peso y los regímenes alimenticios y continúa desfilando y posando para los fotógrafos, cuando su talla ya no es la 36 de otro tiempo, algo lejano, sino la 42. A eso lo llaman ahora en el ambiente de su profesión "moda curvi". Como en el antiguo refrán de "quien tuvo, retuvo", pese a esos kilos, ahora aparentemente "de más", Marisa Jara se muestra a sus treinta y siete años plena de belleza y encanto, vitalista como siempre lo fue, que dice vivir en soledad, sin ningún amor, cuando en su biografía sentimental les recordaremos sus mejores capítulos junto a galanes muy conocidos.
Fue, con quince años de edad, a una agencia de publicidad acompañando a su hermana. En realidad era ésta la interesada, pero resulta que las contrataron a las dos. Salir algún día en las páginas de Vogue siempre fue ilusión de un millón de jovencitas. De modelo publicitaria pasó a los desfiles de vestidos. En pocos años Marisa Jara se forjó un porvenir de "top model". En Japón pasó unas temporadas. Fue allí donde compitió con otras compañeras desafiando su equilibrio físico: tenían que mantener su peso de siempre, sus medidas, para no sobrepasar la talla 36. Observó que la mayoría de ellas comían lo mismo, pero tras la sobremesa se iban al cuarto de baño… y vomitaban. "Llegué a desmayarme en un casting", confiesa Marisa Jara, a quien los médicos diagnosticaron que era por culpa de falta de azúcar en su régimen. Superó ese contratiempo en su salud, pero de pronto advirtió que pesaba algunos kilos de más: "Ya exhibiendo modelos de la talla 38 me llamaban gorda".
Fue debatiéndose un tiempo entre los imperativos de adelgazar y sus propias necesidades alimentarias. Y conforme iba despidiéndose de su figura anterior y ganaba peso, notaba el rechazo de las empresas que la contrataban: "Tenía un empresario italiano con el que había firmado cuatro años de modelo y de la noche a la mañana, cuando sólo llevaba trabajando dos, prescindió de mí. Me habían enviado a Santo Domingo para exhibir unos bañadores, y a poco de llegar me reexpidieron a España. El representante italiano que yo tenía repasó mis medidas. Tenía noventa y ocho centímetros de caderas. De impacto. Porque a cuantos "castings" me presenté la frase era la misma: ¡qué gorda estás!".
Marisa Jara se refugió entonces en sus padres. Seguía ganando kilos. Se apoderó de ella un deseo incontenible de comer. No se podía controlar. Sencillamente, padecía bulimia nerviosa, una enfermedad nada fácil de curar que incluso puede llevar a la muerte. Consultó a especialistas, a nutricionistas, a psicólogos. Hasta que llegó a estabilizar su peso y, sobre todo, a aceptar que ya no sería más aquella delgada modelo del pasado. De todo lo vivido y sobre todo padecido es el tratado de un libro en donde ofrece consejos prácticos para aceptar el físico que se tiene. En La talla o la vida, un texto de autoayuda, Marisa Jara comenta ese mundo de "glamour" que rodea a las modelos más conocidas, que está lleno de trampas, en una sociedad que condena ya a los gordos, como si hubieran cometido algún delito, y magnifica a las personas delgadas. Cuando como en su caso se transforma de una figura a otra, de fina a rellenita, se llegan a padecer sentimientos de culpa y trastornos importantes.
De la presión vivida al no continuar una dieta de adelgazamiento, Marisa Jara pasó a abandonar temporalmente su trabajo, con lo que ello suponía: pérdida sobre todo de unos ingresos que le eran necesarios, renuncia a mantener su "status" de modelo cotizada… Hasta que superadas todas las barreras y aceptándose a sí misma tal y como físicamente estaba, encontró la vía para ilusionarse de nuevo. Así, se dirigió a una serie de agencias en las que la podían contratar como modelo "curvi", es decir, exhibiendo ropa de la talla 42 como mínimo. Y así ha llegado a la actualidad, cuando no le falta trabajo y lo que es más importante: es feliz mirándose al espejo. Además de trajes, exhibe joyas de la diseñadora Elena Miró.
Atrás ha dejado un "curriculum" brillante exhibiéndose en las mejores pasarelas de la moda, y el recuerdo de sus ocasionales trabajos en el cine y la televisión. Y un intenso pasado sentimental, del que nos ocupamos a partir de su "flechazo" con su paisano Manu Tenorio. Se conocieron en Barcelona, donde él había vivido una larga temporada como participante en Operación Triunfo. Ella tenía su agencia también en la Ciudad Condal. No puede decirse que su idilio fuera pasajero: la convivencia entre ambos duró cuatro años, a partir de 2002. Tras la ruptura de la pareja (él encontró pronto otra mujer de su agrado), la sevillana cayó en los brazos de un seductor, el bailarín internacional Joaquín Cortés, quien no parece haya querido nunca comprometerse con ninguna de sus incontables parejas. Un año les duró ese amor, entre constantes viajes del gitano por medio mundo y ella esperándolo.
Transcurría 2008 cuando apareció en la vida de Marisa Jara un tipo conocido como Chente Escribano, a quien se creía mexicano, por su acento azteca, cuando era español. Pero así lo presentaron cuando el enlace de la pareja celebrada por todo lo alto al año siguiente en Ibiza. Las revistas de entonces dedicaron sus mejores páginas a la modelo y al empresario. Y tampoco acabó bien aquella rimbombante boda, pues sus contrayentes se dijeron adiós en 2011. Si los dos años de su primer matrimonio dejaron una huella amarga en Marisa Jara quiso borrarlos de su memoria yéndose una temporada a Londres, donde convivió por breve tiempo con José María Cano, el ex componente de Mecano, que tiene un caserón impresionante en la capital inglesa. Pero el músico madrileño tampoco tenía muy claro lo de complicarse su vida con otra mujer, tras su doloroso divorcio, del que quedó no sólo decepcionado sino con su patrimonio considerablemente disminuido. Así es que la modelo volvió a Madrid dispuesta a no dejarse vencer por su mala fortuna con los hombres que había conocido, hasta que dio en enamorarse de otro gitano, esta vez anticuario, de llamativo nombre, Manuel Vittorio: ella de treinta y dos años, él de veinticinco. Los padres de la modelo, disconformes con esa relación, no quisieron asistir a la boda, que celebraron en la más estricta intimidad el 18 de julio de 2012. Segunda unión matrimonial y otro sonado fracaso para la entonces todavía ilusionada novia. La que poco después del enlace descubrió ciertos sms que la pusieron en guardia. Su marido no le parecía trigo limpio. Tenía otras amistades. Y ella abandonó el domicilio conyugal, "dándole puerta" al vendedor de antigüedades. Sola se quedó Marisa Jara y sola sigue, ahora más que nunca pendiente sólo de sus desfiles. Ya saben: tan contenta, rebosante de vida. Chica "curvi"…